Milei contra todos: no se inquieta por abrir frentes, sino que los promueve. Ahora contra los gobernadores.
Cierta vocación napoleónica domina la cabeza de Javier Milei. No se inquieta por abrir frentes de guerra, casi los promueve: de la oposición al Parlamento, de los cantantes a los sindicatos, de los grupos sociales a las provincias. Ni siquiera lo arreda el número de adversarios en este último caso: empieza esta semana confrontando a los 24 gobernadores del país, contra una corporación nueva, unida por la caja, quizás en la batalla más ardua de las que inició el mandatario. Como si fuera Rusia para el emperador de Francia. Entonces, se vivirá la temperatura más alta del verano con riesgo institucional y un presidente inflado como el muñeco de Michelin: disfruta una centralidad infrecuente después que el poder internacional lo eligiera como un niño mimado, preferido. Aun en los odios. Vuelve justamente Milei de los Estados Unidos, atendido gentilmente por sus dueños demócratas y republicanos, dispuesto a un enfrentamiento en el orden nacional y con la convicción de redoblar el combate. Como un cruzado. La discusión inicial se agrandó: ahora se anotaron todos los gobernadores cuando por Chubut se debatía por un puñado de dólares, algo así como 12 millones. Lo que era una bicoca al principio, ahora se ha vuelto una demanda monumental. Como se sabe, las guerras comienzan por episodios sospechosos o menores, son excusas para pelear: la Primera Mundial, por el asesinato de un archiduque (Francisco Fernando); y Vietnam, por un incidente en el golfo de Tomkin.
Para tener idea de la estatura del conflicto, interesa una confesión de Patricia Bullrich hace pocas horas en Washington. Casi una boutade: “En marzo o abril nos cuelgan de la Plaza de Mayo o, si pasamos, la Argentina será una potencia”. Siempre se dice que Milei, en economía y en política, es como Patricia en seguridad. En verdad, lo que dijo Bullrich suelen repetirlo con sordina distintos hombres de la oposición, hasta levantan como alternativa una sucesión temporaria con la vicepresidenta Victoria Villarruel. La Argentina, un loquero.
De acuerdo con este estadio bélico, los gobernadores –como si fuera un teatro de guerra– se acaban de reunir para juntar aire: no quieren pagar la cuenta ni someterse a una dieta, se ponen atrás del colega chubutense. Sienten que también son el muñeco de Michelin por estar juntos y amenazan a la Administración Nacional con una rebelión. Les cayó en el dedo el anillo de Ignacio Torres, a cargo de Chubut, quien se rebeló contra Milei porque le cortaron compulsivamente 12 millones de dólares de coparticipación para cobrarle una deuda contraída por el gobierno anterior (una gentileza de Sergio Massa con su amigo Mariano Arcioni). Hubiera deseado al menos una negociación el ya familiarizado “Nacho”. Ni oportunidad le dieron a ese pedido; parece que el influyente Santiago Caputo hasta lo trató de amedrentar con castigos. Justo él, a quien no lo eligió nadie, y al revés de los gobernadores que fueron consagrados por el voto.
Ahora Torres intima con cortar la producción de petróleo que, se supone, genera el sector privado. O por lo menos, asumir una costumbre del Sur: el corte de rutas. Y hasta retener las regalías que pagan las empresas. Puso un plazo a su reclamo: 48 horas a cumplir este miércoles. El Presidente, a su vez, manda a decir que lo pondrá preso como reza el Código Penal en una pugna con mucho humo, mensajitos y redes, prepotencias e intimaciones como: “Vamos a ir a la Corte”. A Nacho se le sumó el resto de los gobernadores, sin distinciones. La plata no tiene color. Hasta los que respondían a Juntos por el Cambio se anotaron para defender a la “nena”, la “nena” no se toca: es la plata. Evitan, eso sí, cualquier suspicacia de inestabilidad y piden que Milei negocie. Parece que es lo último que hará Milei. Aunque lo acecha un pájaro negro: tanta resistencia del interior le puede complicar el Senado y, como se sabe, la oposición está a cuatro votos de anularle el DNU con el cual hoy gobierna.
Esta porfía dineraria puede teñirse para sus participantes, quienes se escudan en el dogma, en la Constitución y hasta en cuestiones ideológicas. “Tenemos territorio, fuimos elegidos igual que Milei”, sostienen, mientras el Presidente aplica el acelerador a fondo, reitera que sus enemigos son la casta, los corruptos que se niegan a descender de sus privilegios. Tiene una mayoría popular a su favor, no está solo y pelea más que Napoleón. Pero también le observan que no le conviene repetir aquella enorme estupidez que tuvo Néstor Kirchner con el campo por la 125: la terquedad. Aquella medida, cuando Cristina era la presidente adorno, logró acumular voluntades contrarias que el sureño consorte jamás aceptó: no se negocia, rechazó intentos hasta de Hugo Moyano, martirizó a Miguel Pichetto y a Alberto Fernández, descalificó a los gremios del agro y generó violencia general. Entendía, encaprichado, que estaba en juego su autoridad, la del matrimonio, tanto que luego de la derrota legislativa –el raro “no” contrario del vice Julio Cobos– pretendió que su esposa renunciara, episodio no concretado por la intervención de Lula, entre otros. Cuando la Bullrich habla como lo acaba de hacer en Washington, demuestra que hay un ánimo bullente como en aquellos tiempos.
El gobernador de Chubut, como el de Neuquén, afirma que la quita aplicada por Milei le impediría pagar sueldos, y esa alternativa, como se sabe, es el último acto de un hombre en ese cargo. Pero ese posible drama no se reitera en toda la Patagonia: la provincia de Santa Cruz, por ejemplo, enfrenta otros dilemas, en menor medida, el económico. El déficit se redujo en la última etapa de la administración de Alicia Kirchner, cuando aplicó un fuerte ajuste protagonizado por el ministro de Economía que luego sería titular de YPF, Pablo González. La descripción patagónica apunta a señalar el error del Gobierno en su comienzo por no advertir los distintos problemas provinciales, sus gobernadores y afrontarlos por separado. Ahora, todos juntos, son más complicados.
Por Roberto García-Perfil