El escándalo en la Cámara de Diputados refleja el nivel de confrontación sinsentido.
enos mal que existen Julián Álvarez y Mac Allister para generar alguna expectativa positiva. Porque si fuera por la política, el humor social sería mucho peor. Cuando se producen conflictos como el que sucedió en la Cámara de Diputados todos pierden, es inexorable. La dirigencia supone que la mayoría diferencia a oficialismo de oposición en el medio de una trifulca. Es falso. En la lucha en el barro, los luchadores ya no se distinguen. Resultado: confirmación del fastidio con el statu quo, escepticismo, realimentación del pesimismo.
La mayoría de la dirigencia parece olvidar que en política la forma es tanto o más importante que el fondo. No importa mucho quién tiene la razón en la discusión. El escándalo es el resumen. Cada uno se habrá ido a su casa más convencido que nunca de que los adversarios son unos energúmenos. De más está decir que así no se logra ningún consenso mayor, aunque curiosamente era una sesión para votar proyectos con amplio acuerdo entre las dos principales coaliciones.
¿Quién gano? Nadie. Todos perdieron. El oficialismo creerá que la oposición quebró una regla al no lograr que se renovaran autoridades de la Cámara, pero se le cayó la sesión. La oposición verá un triunfo en el freno al kirchnerismo, pero el estilo a los gritos la deja del lado del “de noche todos los gatos son pardos”. Si existe una manera de diferenciarse en la política contemporánea, es haciendo las cosas de una manera distinta. “Saliendo de la caja” (out of the box), como se dice actualmente. Ayer el colectivo diputados nacionales se encapsuló dentro de la caja.
Hace tres semanas atrás vino a la Argentina el ex premier español Felipe González y actuando como celador, pidió “dejen de gritar y pónganse de acuerdo” (frase que convertimos en el título de nuestra columna). Pues el sevillano debe haber comprobado que su súplica no tuvo mucho sentido y que lo más interesante para él fueron los honorarios que cobró. Todo el espectro se llena la boca hablando de diálogo y de Moncloas que no está dispuesto a realizar.
No hace falta reflexionar mucho para estimar por qué Milei ronda el 20% de intención de voto, aún en los lugares más insólitos, y que dicho porcentaje se incrementa notablemente entre los sub 30. ¿A este griterío está condenada la Argentina? ¿Vale la pena quedarse a vivir acá para ver esto? Solo un pequeño recordatorio, el cual por repetitivo da vergüenza: el país viene de tres frustraciones que dan lugar a sendas elecciones que demandan mayormente cambio. ¿Qué cambio? Uno que parezca que saca esto de un atolladero crónico.
Presunciones. Así como siguen las cosas –Gobierno fragmentado, Presidente desdibujado, Cristina desgastada y sin salida en la opinión pública, inflación fuera de control, país sin perspectivas aun cuando haya un cambio de signo político– la mayor probabilidad es que este oficialismo pierda la próxima elección presidencial. Esta es una afirmación casi obvia, solo que el tiempo va reafirmando el pronóstico.
La oposición dice que el FdT comete dislates para embarrar la cancha a causa de la situación judicial de CFK. Ya no importan mucho las razones, el resultado es el mismo. El peronismo en fase K no tiene mucho destino en 2023, salvo que se produzca un milagro de la mano de Massa (que a esta altura es una suerte de Scaloni ni bien asumió la dirección técnica de la Selección en 2018, mientras se pensaba quién sería el definitivo).
La oposición ya da por ganado el premio mayor el año que viene. Tiene muy buenos argumentos que avalan ese pronóstico. Solo que no despierta entusiasmo: hoy ganaría más por ser “el menos malo” que una “alternativa esperanzadora”. Sus conflictos internos solo quedan de lado cuando confronta con el kirchnerismo. Esa parece ser su esencia a esta altura de las circunstancias. Sin ir más lejos –pre escándalo en la Cámara de Diputados– había recomenzado la polémica sobre “la cuestión Milei”. El debate no se zanjó, solo se postergó por la trifulca.
Más allá del espectáculo a los gritos, CFK marcha hacia algún tipo de condena en esta instancia judicial. La lectura es más política que legal, ya que nada de lo que se anuncie el martes 6 en el juzgado cambiará el tablero político. Primero, porque ya se da por hecho el final. Segundo, la película no termina el martes. Tercero, la gran mayoría de la sociedad la considera culpable. Cuarto, los tiempos judiciales hacen que nada le impida ser candidata a algo el año que viene. Por lo tanto, el efecto será más mediático que político, con la incógnita sobre si habrá movilización popular sustantiva. Lo más importante es que Cristina al tener que defenderse políticamente –como hizo esta semana– contradice la estrategia iniciada en el acto en La Plata: la de extender los brazos para contener a todo el Frente y empezar a recuperar desencantados. En definitiva: el griterío del jueves tampoco la ayuda en esa nueva fase.
Mientras tanto, “el plomero del Titanic” (como se auto tituló Massa) sigue recurriendo a parches para que la situación no explote, pero el bochorno no lo ayuda. Él sigue casi sin hablar de política, recurriendo a los tuits, con pocas y medidas declaraciones públicas, salvo cuando se le escapa alguna tortuga como la de “salir a romper el mercado”.
Este marco de alta negatividad, sin embargo, genera una maravillosa oportunidad para que a alguien que se le prenda la lamparita, marque una diferencia. Tal cual viene el tablero está muy difícil. Pero como “a río revuelto, ganancia de pescadores”, tampoco debe descartarse que algún iluminado y tiempista crea que haya llegado su momento de mostrar sus cartas. Ojo con este detalle.
Ojalá Argentina le gane a Australia (en fútbol, claro, en los indicadores económicos no podríamos competir). Habrá unas horas de paz y alegría efímera. Bauman diría alegría líquida, por fugaz y etérea. Mi gran recomendación a todos y todas es: ¡salgan de la caja! En inglés es: out of the box. Bromeando un poco con la literalidad: dejen de boxear.
Por Carlos Fara – Perfil