En tiempos en que el deterioro constante de las condiciones materiales de vida impactan en forma directa e inmediata en la salud física y emocional de un pueblo, avanza la ley de la selva. Se impone la supervivencia del más fuerte y la crueldad contra el débil.
El deterioro constante de las condiciones materiales de vida impactan en forma directa e inmediata en la salud física y emocional de un pueblo, en particular de los sectores más afectados. El efecto combinado de esta situación de raigambre económica y larga data, con la estatización de un discurso centrado en la crueldad social, la competencia despiadada y el pensamiento binario (buenos y malos) produce una aceleración de un proceso que venimos notando hace años: la deshumanización de nuestro tejido social. Avanza la ley de la selva, la supervivencia del más fuerte y la crueldad contra el débil.
Comenzamos el año con dos crímenes infames cuyos protagonistas —víctimas y victimarios— son personas de los sectores populares. El asesinato de Tomás (18) e Isaías (14), pibes humildes, asesinados por personas de sectores humildes. En el primer caso, trascendió que nueve personas jóvenes que se dedicaban a la venta ambulante siguieron durante ocho cuadras a su víctima, lo golpearon y lo remataron de una puntada en el tórax. En el segundo, trascendió que el asesinato fue en el contexto de una emboscada cuando las víctimas regresaban de la quema de muñecos. El asesino era un obrero de la construcción. En ambos casos, las víctimas volvían de festejar año nuevo.
La reacción colectiva de los vecinos de Santa Teresita y Melchor Romero no se hizo esperar. En ambos casos, familiares y amigos de las víctimas arremetieron contra la policía, la vivienda de los agresores, etcétera. Ante la falta de justicia, la reacción es la furia colectiva. De nuevo, la ley de la selva. En el caso de Melchor Romero, cinco niños y una madre quedaron sin vivienda. En el de Santa Teresita, un familiar de la víctima planteó que iba a matar al asesino con sus propias manos. ¿Quién puede culparlos? Pretender “esclarecer” a las víctimas en su dolor es de una soberbia intolerable… pero al mismo tiempo, ¿se puede vivir así?
Días antes de Navidad se produjo un hecho de menor envergadura, pero gran repercusión mediática y profunda dimensión simbólica. Dos mujeres se trenzaron a golpes por una oferta de carne. Los precios, altos de por sí antes de la devaluación, habían escalado. Seguramente esa oferta, la última bandeja del supermercado, era la única posibilidad de llevar proteínas a la mesa navideña, de darle unos pedazos de carne a sus pichones. La competencia descarnada. Dos hombres intentando separarlas. El resto, filmaba.
Hoy hay dos muertos, dos chicos de nuestro pueblo trabajador. Una herida en el año que empieza
Hay cientos de situaciones cotidianas que enfrentan a la gente sencilla en la más terrible de las guerras: la guerra de pobres contra pobres. Cuando la frustración no sale hacia afuera y se organiza para rebelarse colectivamente frente a la injusticia, se expresa hacia adentro en miles de pequeñas implosiones que se visualizan erróneamente como cuestiones aisladas.
Hoy hay dos muertos, dos chicos de nuestro pueblo trabajador. Una herida en el año que empieza. Tienen nombres y rostros, no pueden ser meros objetos de especulaciones sociológicas. Spinoza decía que frente a los acontecimientos humanos “ni reír, ni llorar, ni indignarse, sino comprender”. Llorar un poco por ellos nos haría bien, pero también tenemos que hacer un esfuerzo por comprender qué está pasando y cómo se relaciona con las tendencias políticas y culturales que avanzan.
Lejos de mí, atribuir estos hechos al cambio de gobierno. El deterioro socioeconómico y la desigualdad, la hipocresía elitista del progresismo negador, la violencia y la crueldad incultivada vienen avanzando desde antes que “la libertad”. Por el contrario, creo que “la libertad avanza” porque la comunidad retrocede. Retrocede en su cohesión interna y sus valores colectivos. Retrocede en el cumplimiento de sus normas positivas (leyes) y consuetudinarias (pautas culturales). Retrocede en la aplicación efectiva de los derechos consagrados en la Constitución que, para los excluidos y un sector importante de la clase media empobrecida, se han convertido en expresiones ajenas, meramente nominales.
La ideología de mercado y la competencia, la motosierra y el autoritarismo, expresan una situación latente. Hace años retrocede el sentido de comunidad y el deber para con el prójimo en el territorio, la escuela, el trabajo y las instituciones. Avanza el egoísmo rampante que puede ser individual o colectivo, virtual o presencial. Se ve en la sociedad y se ve en la política: yo y los míos contra todos. Eso es la desintegración social y la disolución nacional. Eso es la deshumanización. No la trajo Milei, Milei la expresa.
Nati Zaracho vive en Villa Fiorito. El día de año nuevo, una pelea entre chicas durante un partido de fútbol llegó a las manos. Nati se metió a separar, agarró a su pariente para que no le pegue a nadie, evitó que la violencia escale. Pero cuando te metés, quedás manchado, y si siendo orco tuviste la desfachatez de ser diputada, también estás expuesta. Igual que cuando la detuvieron por evitar una golpiza policial, protegiendo a un niño en vez de seguir de largo. Para frenar la violencia, hay que poner el cuerpo, hay que embarrarse, hay que meterse adentro de las contradicciones sociales, sufrirlas, bancarse las consecuencias y las heridas. Para el espectador recluido en su aislamiento y cebado con prejuicios que se alimentan deliberadamente, estar cerca del conflicto te hace sospechoso, mucho más cuando tenés portación de rostro y estigma de orco.
En lo pequeño y en lo grande, una mujer, un hombre, una organización social, comprometidos con la paz y manchados con la realidad de su pueblo, es mejor que el más pulcro de los comentaristas
Frente a los que, revestidos con la investidura del poder formal o el brillo magnético del poder económico, observan indignados la violencia, pertrechados en la seguridad de una vida amurallada, recetando más violencia cómo única salida; esa actitud, humana, valiente, metiche, puede ayudarnos a recuperar nuestra humanidad. En lo pequeño y en lo grande, una mujer, un hombre, una organización social, comprometidos con la paz y manchados con la realidad de su pueblo, es mejor que el más pulcro de los comentaristas o el más “correcto” de los funcionarios que secretamente disfrutan del espectáculo de los juegos del hambre. Aun ante la dolorosa realidad del fracaso en la batalla cotidiana contra la deshumanización… porque solo fracasa el que lo intenta.
Tomás e Isaías, las víctimas
Por Juan Grabois-elDiarioAR