Cocaína y negocios en los puertos del Gran Rosario
A orillas del Río Paraná dos hombres escapan y dejan una lancha con 82 kilos de cocaína de máxima pureza. Otros 55 kilos aparecen flotando río abajo. La mayoría lleva un sello distintivo: la cara de Al Pacino en Scarface. No se sabe por qué abandonaron el cargamento, pero los investigadores tienen una hipótesis: no es una operación fallida de alguna de las banditas -herederas de bandas como Los Monos- que resuelven las disputas a los tiros. Detrás del sello de Tony Montana hay organizaciones transnacionales con ramificaciones en Europa, Oceanía, Bolivia y Colombia que operan en los puertos del Gran Rosario y que, como cualquier otra multinacional, contratan empresas locales para cuestiones logísticas.
En el último rincón de la vieja Rosario portuaria, ahí donde los edificios top de Puerto Norte no llegaron a conquistar las orillas con vista al humedal verde y marrón, donde resiste una casilla de un pescador con sus gallinas y hasta una oveja que desafía el avance inmobiliario, de los muelles oxidados, los pilotes de quebracho semiderruidos, desde ese punto ciego emergen dos hombres que corren y dejan atrás una lancha.
Huyen entre la vegetación de la barranca no muy pronunciada, reducida porque el Paraná recuperó su nivel. El caudal arrastra desde río arriba camalotes, ramas gigantes, troncos. A la derecha, los árboles con sus bases bajo agua y más allá el muelle de Aguas Santafesinas, con el motor de la bomba de la toma que no para de sonar. A la izquierda un paredón y los elevadores de granos.
En el amanecer de este sábado 4 de noviembre, sobre esa orilla, contra unos juncos, alisos y sauces entre verdes nítidos y claros, casi amarillentos, los hombres en fuga dejan abandonada la Regnicoli 80 azul y blanca con un motor Yamaha 115 HP de cuatro tiempos cargada con cocaína de máxima pureza.
Al dejar atrás el cartel inclinado de “Pescado fresco” del rancho del pescador, cruzar un alambrado, y luego otro, el de la vieja Unidad 1 que aún tiene sus silos sin demoler, donde un perro negro finge ser guardian, los dos sujetos salen a calle French. A metros de la avenida Luis Cándido Carballo, la meca de los oficinistas que hacen negocios y toman café, de los ciclistas y los caminantes.
Recién al otro día, el domingo 5 al mediodía, el misterio de la lancha narco será difundido. Dirá la primera versión oficial: un llamado anónimo alertó a la Prefectura Naval de Rosario que había una embarcación varada y bultos flotando alrededor. A la tarde, se convertirá en noticia nacional.
Pero los primeros prefectos que llegan el sábado encuentran los bolsos negros en el interior de la embarcación con 82 kilos de cocaína distribuidos en 75 ladrillos. Los panes están identificados con tres imágenes. Un barco, un helicóptero y la otra es un poco más conocida: Al Pacino joven y de smoking, en el papel del narcotraficante Antonio “Tony” Montana en la icónica película Scarface. Son “sellos” de calidad de los proveedores.
Unos 20 kilómetros río abajo, en jurisdicción de Arroyo Seco, incautan otro bolso negro: 27 kilos en 25 ladrillos. Esos 109 kilos de polvo blanco no son el total de la carga de la operación fallida, una de las tantas que convirtieron a la ciudad y a sus costas en un punto neurálgico del narcotráfico global.
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Rosario es, de alguna manera, hija del contrabando. Nadie la pensó, ni la diseñó, ni la fundó. Creció por el movimiento de personas y mercancías. Por su buena ubicación en la época colonial: una posta junto al río Paraná, entre Buenos Aires y Santa Fe. La diplomacia de los historiadores dice que Rosario “se hizo sola” o que es “fruto de su pujanza y autonomía”; el correlato es la falta de regulación, planificación y de controles.
Para Miguel Angel de Marco, “el desarrollo de Rosario como ciudad portuaria no puede comprenderse sin analizar en profundidad la matriz económica y política implementada en el período colonial del Río de la Plata, cuando el tráfico ilegal de mercaderías era moneda corriente entre las ciudades”. Juan Agustín García escribió en la obra “La ciudad indiana” que esa era una de las tres maneras aceptadas de “levantar fortunas durante el siglo XVII y la primera mitad del XVIII”. Aquella sociedad “miraba con simpatía” esos ilícitos.
De Marco, investigador local y miembro de la Academia Nacional de Historia, agrega: “A pesar de sus dimensiones de aldea, Rosario ya era un punto que reunía óptimas condiciones para el contrabando por la naturaleza misma de su ubicación geográfica, pero fundamentalmente por ser un punto alejado del control efectivo de la Corona y la Aduana de Buenos Aires”.
Existieron circuitos clandestinos desde Montevideo, Colonia del Sacramento y las localidades ribereñas. En 1809, Manuel Belgrano advirtió sobre quienes “amparados del espíritu cruel de la codicia, hollando todas las obligaciones y respectos, corren precipitadamente al inicuo tráfico del contrabando”.
Rosario, interpreta De Marco, fue “beneficiada por ese tráfico ilegal, más como mediadora y no tanto como mercado de consumo”. La pequeña posta junto al Paraná se pobló en torno a la capilla con la Virgen del Rosario, hacia 1730, y creció como “Pago de los Arroyos”. En 1823, fue reconocida como “Villa del Rosario”. El 5 de agosto de 1852 se la declaró “Ciudad del Rosario de Santa Fe”. Sin un cumpleaños, esa se convirtió en la fecha de celebración acordada. Pero todos saben que no hubo parto.
Con su nuevo estatus, la vieja aldea huérfana pasó a tener un puerto de ultramar, con salida al mundo. Con los años, la ciudad “Del Rosario” renunció al “del” que hacía referencia a su identidad ligada a la virgen. Fue, desde entonces, Rosario a secas. Así, como un camalote que se junta con otro y se expande por puro mandato de la correntada, se formó la ciudad brava al costado del Paraná. La Rosario guacha.
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El lunes 6 de noviembre, dos días después del abandono de la lancha en Puerto Norte, se produjo el tercer hallazgo de cocaína de máxima pureza flotando sobre el Paraná. Pescadores de Pueblo Esther, a la altura de la bajada Rimoldi, unos kilómetros más abajo que el segundo bulto encontrado en Alvear, engancharon un cajón envuelto con una bolsa negra. Otros 25 panes de cocaína: 28 kilos más. La carga secuestrada se elevó a 137 kilos.
La investigación avanzó a partir de las pocas puntas que había para tirar. Primero identificaron y ubicaron al dueño de la lancha. Dijo que el 2 de noviembre de 2022 la había vendido a una persona que vive en Buenos Aires, aunque no habían hecho aún la transferencia. Ese sospechoso, que podría ser central en la causa, no fue localizado en los allanamientos.
Una incógnita central es cómo llegaron los ladrillos a la embarcación. Una hipótesis apunta al accionar clandestino que sobrevuela el Paraná: aviones que arrojan desde el aire los cargamentos de cocaína sobre la zona de las islas que están en jurisdicción de Entre Ríos, frente a Rosario. Le dicen “el bombardeo”. Pero por la forma de los bolsos encontrados en la lancha, investigadores judiciales estiman que, en este caso, una aeronave tocó tierra en la región, descargaron los panes y después comenzó la distribución por agua y tierra.
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Es improbable que lo hayan visto. Pero sobre calle French y el río, arriba de donde los ocupantes de la lancha dejaron una carga valuada en más de medio millón de dólares, el viejo depósito aún mantiene en su fachada la inscripción original: “Remonda Monserrat y Cía Ltda”.
Norma Lanciotti investiga la historia a través de las empresas, sus estructuras y la economía de la región. Al cruzar mapas, reconstruyó que Miguel Monserrat, migrante español llegado desde Mallorca con 18 años y fundador de la firma “Remonda Monserrat” en 1898, compró terrenos sobre el río al ilustre Don Manuel de Arijón. Sin más trámites que ese, Monserrat -como otros empresarios sin historia que pasaron a formar parte de la élite ante la ausencia de una burguesía rosarina- creó su propio depósito maderero y puerto.
Una crónica para la revista española “Blanco y Negro” de octubre de 1911 menciona el depósito de la firma de “83 mil varas cuadradas (casi siete hectáreas) en las costas del río Paraná, donde tiene instalados grandes depósitos de madera, y muelles propios para la descarga de buques de Europa y Estados Unidos”. La nota del enviado ya destaca “el emporio comercial” rosarino creado con “rapidez increíble y desarrollo asombroso”, y sin “ningún apoyo oficial”.
El depósito y muelle de “Remonda Monserrat y Cía Ltda”, donde un sábado de noviembre de 2023 apareció la lancha cargada con cocaína, fue hacia 1900 uno de los 52 embarcaderos privados sobre la costa central y norte (el hoy Puerto Norte).
“No había contrabando porque no había controles, ni un Estado que fijara qué mercancías podían entrar o salir por esos puertos particulares. Alcanzaba tener unas tierras en esa zona con salida al río, un tinglado y un muelle. Era un momento primario de la Rosario liberal”, define Lanciotti, licenciada en historia e investigadora del Conicet.
“Con el cambio de siglo, El Estado intervino y se creó en 1905 un puerto público centralizado que fue concesionado (a la francesa Société du Port de Rosario) y se favorecieron a cuatro grandes exportadores (Dreyfuss, Bunge y Born, Huni & Wormser y Weil Hnos, todas europeas). Esos gigantes coexistieron un tiempo con los embarcaderos privados”.
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Detrás del cargamento esparcido entre una lancha y el río Paraná hay una historia que se intenta descular. Una hipótesis de la fiscal federal Adriana Saccone es que la embarcación tenía por objetivo transportar la cocaína hasta un buque de bandera extranjera que había salido de la zona portuaria de San Lorenzo y que tenía como destino final Oceanía. Primero Nueva Zelanda y por último Australia.
Algo salió mal. O, al menos, no como planeaban las dos personas que estaban en la Regnicoli 80. La abandonaron de forma intempestiva cuando todavía tenían combustible suficiente para hacer varios kilómetros más. Tal vez hayan huido de alguien, o por alguien. ¿Por qué algunos panes de cocaína estaban en la lancha y otros fueron arrojados y encontrados río abajo? ¿Querían aliviar el peso en medio de una persecución o buscaban deshacerse de la evidencia?
Una de las pistas que sigue la Justicia federal es la posible conexión con otra investigación que derivó en procedimientos realizados desde finales de octubre y principios de noviembre. La lancha podría haber sido una forma de mover cargamentos en riesgo de ser allanados.
La apuntada es una organización dedicada al narcotráfico internacional con enlace en distintos países con capacidad para insertar en distintos barcos los panes de cocaína, cuya cotización de mercado se infla a medida que la ruta narco es más extensa. Capitalismo puro: cada eslabón implica mayores costos logísticos y eleva los márgenes de riesgo.
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Las figuras de la mafia rosarina de la década de 1920 y 1930, Chicho grande (Juan Galiffi) y Chicho chico (Francisco Morrone), estaban asociadas a los delitos como el control de la prostitución, robo, secuestros y extorsiones, una modalidad importada desde Sicilia. Dejaban a sus víctimas una carta con una mano negra. Uno de los mitos de la ciudad es que los túneles eran utilizados para el contrabando, pero esas estructuras subterráneas formaban parte de los depósitos o tramos ferroviarios sobre la barranca. El contrabando se hacía en la superficie: no había motivos para irse bajo tierra.
Un siglo más tarde, los herederos de bandas como Los Monos, las segundas y terceras generaciones, atomizadas, usan la violencia en la disputa del territorio para el narcomenudeo y también para las extorsiones. Pueden valerse, como sus antepasados, de cartas escritas, o directamente mandan sus mensajes por Whatsapp. La firma no es una mano negra pero algunas veces se presentan como: “La mafia”, junto a alguna balacera para intimidar al comerciante o empresario.
Pero la lancha narco pertenece a otra dinámica. Un universo que excede a las organizaciones locales. Carteles globales que pueden, en todo caso, usar sus servicios. Como una multinacional que contrata empresas regionales para ciertas logísticas. Detrás de los panes con la cara de Tony Montana flotando sobre el Paraná, sospechan los investigadores, hay una red que opera desde Europa, con proveedores en Colombia y Bolivia, traficantes que logran bajar cargamentos hasta el Paraná, y esconderlos en los buques de ultramar que cruzaban antes a España y ahora van hacia Oceanía.
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No es la primera vez que se detecta una maniobra de contrabando de drogas en la ruta Sudamérica-Oceanía. El 12 de mayo de 2022, la Policía australiana encontró el cuerpo de un buzo en la costa de Newcastle y 50 ladrillos de cocaína. La carga había sido ocultada dentro de un buque que transportaba 60 mil toneladas de polvo de soja y que había pasado el 8 de abril (un mes antes) por el puerto de Timbúes, norte del Gran Rosario.
Esa manera de introducir panes en buques es un punto al que los investigadores judiciales prestan especial atención: el buzo fallecido tenía un traje de neopreno con equipo de conducción sofisticado, con un respirador de “alta tecnología que no emite burbujas de aire”, de acuerdo a los datos publicados por el sitio web Oceanicinsight. La sospecha es que esa misma maniobra se iba a concretar en la madrugada del pasado 4 de noviembre.
Otros dos cargamentos fueron hallados en buques que salieron o pasaron por otro punto de la zona portuaria local: San Lorenzo. Uno fue secuestrado el 1° de junio pasado en un barco que llegó a la terminal portuaria de Kwinana, Australia, donde se detectaron 900 kilos de cocaína. El otro fue en agosto pasado, cuando la Policía de Melbourne decomisó 200 kilos de polvo blanco en una embarcación.
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Trabajar con buzos no es la única forma de “infectar” -meter una carga ilegal en una legal- un barco. El 26 de agosto de 2022 Rosario fue epicentro de un operativo de la Policía Federal que descubrió, tras una coordinación de datos con la DEA, que desde la Terminal Puerto Rosario iban a salir contenedores de pellets de maíz (traídos desde Córdoba) rumbo a Abu Dabi con destino final en España.
En esa ocasión, los ladrillos tenían el logo de la marca Louis Vuitton. Fueron 1.259 paquetes insertados dentro de los pellets de maíz que estaban en el interior de un galpón de Génova al 2400, en el barrio Empalme Graneros, uno de los territorios que concentra el mayor nivel de violencia de Rosario.
Ese día en que el tráfico a gran escala se mezcló con la geografía del menudeo, el que multiplica los muertos en Rosario, el comisario general Mariano Giuffra dijo en conferencia de prensa que todos los ladrillos habían sido rociados con repelente para animales. Era una manera, a su entender, de dificultar su detección. Otros 54 panes estaban en un doble fondo de una camioneta Lifan Foison que estaba estacionada también dentro del tinglado.
Otro tipo de maniobra de contrabando es el “gancho ciego” o “rip off”, que consiste en varias operaciones que, necesariamente, requieren de “empleados infieles portuarios”. Esos cómplices mueven con una grúa el contenedor seleccionado para “contaminar” su carga hasta un punto en el que no sea captado por cámaras de videovigilancia de la plazoleta fiscal. Después, violentan los precintos aduaneros, meten la carga, cierran con otros precintos y vuelven a colocar el contenedor en su lugar de origen. Como si nada hubiese ocurrido.
Esa secuencia de “gancho ciego” se hizo por lo menos dos veces en el puerto local el año pasado, según una investigación de la Procuraduría de Narcocriminalidad (Procunar). Contenedores “infectados” de esa forma en Rosario fueron encontrados en el puerto de Santos, Brasil, y en el de Róterdam, Países bajos, cuyas autoridades pudieron establecer la trazabilidad de los ladrillos y todos los focos apuntaron a la cuna de la bandera nacional.
El año pasado, la Policía Federal Argentina (PFA) frustró un envío de 170 kilos de cocaína desde el puerto de Zárate a Bélgica. Fueron detenidas ocho personas, entre ellas un bosnio con pedido de captura internacional. Los acusaron de integrar una banda narco poderosa: el Cartel de Los Balcanes. Habían utilizado bolsas negras y los panes de droga tenían como sello una foto con el rostro de Al Capone, el emblemático mafioso de Chicago, parte de la misma cultura narco que conforma el film Scarface.
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Ayer, hoy, mañana: el río es una autopista de mercancías. Yerba paraguaya en los años 1600 de la colonia, las maderas de “Remonda y Monserrat” del 1900 o los cigarrillos que bajan clandestinos en barcazas; la soja que iba a alimentar el mundo o marihuana o armas o lo que sea que alguien quiera meter o sacar del sur americano.
Para Luciano Orellano, integrante del Foro por la Recuperación del Paraná, “la ruta para el narcotráfico como para el resto de las mercaderías que se exportan es la misma”. El que controla la vía navegable, que empezó a llamarse hidrovía por el nombre de la empresa que tenía la concesión del dragado y mantenimiento (Hidrovía SA, de la belga Jan de Nul), controla todo. “Es una cuenca de 3.442 kilómetros que atraviesa los países del Mercosur. Por los puertos pasan los negocios lícitos e ilícitos. Todo el mundo quiere esto, es un lugar estratégico. El 40 por ciento de la seguridad alimentaria del mundo depende de estos ríos”, explica Orellano.
“El Gran Rosario –agrega– está en el medio, es el embudo de América del Sur. Son 38 puertos, 19 fábricas y terminales de las más modernas”. Según la Bolsa de Comercio, confluyen en esta zona 1.900.000 camiones, 215.000 vagones ferroviarios, 5.600 barcazas y 2.500 buques por año.
“Es muy difícil inspeccionar cuando el Estado está ausente de los puertos. Han convertido a la cuenca en un paraíso fiscal. Fuimos independientes de España cuando pasamos a controlar nuestros puertos y después vivimos una guerra civil de 70 años por el cobro de los impuestos. Esta es la llave, y la billetera, del país. Es fundacional, y también es de integridad nacional”, considera el investigador y autor de dos libros sobre el tema.
“Hay que ser claros: no sabemos un carajo lo que pasa ahí adentro. Un tercio de la cosecha se va sin declarar. Las aduanas las tienen privatizadas, funcionan dentro de los puertos de las firmas, que son enclaves coloniales. Se manejan apenas con una declaración jurada que hacen ellos mismos. El contrabando de soja con el Paraguay es frecuente (llegando al absurdo de que exporta más de lo que produce). Arman triangulaciones con el objetivo de falsificar los balances y evadir impuestos. Todas esas empresas tienen sedes en paraísos fiscales, grandes guaridas financieras, donde se mezcla el dinero del narcotráfico, de la venta de armas, de la trata. Por eso la importancia de que el Estado controle los puertos. Es una locura, es imposible ejercer la soberanía así”, enumera Orellano.
Alrededor de la cuenca del Plata, sobre los ríos Paraná, Uruguay y Paraguay, el rótulo de nacional suena a farsa. El complejo portuario del Gran Rosario está en manos de multinacionales. El “Puerto Libre” de Montevideo es manejado por firmas que no son uruguayas. Y la gran flota de “barcazas paraguayas” está conformada por 53 empresas, 47 extranjeras.
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El especialista en infraestructura Juan Carlos Venesia cree que el episodio de la lancha implica un cargamento menor frente a los volúmenes que se trasladan en una operación transoceánica pero “evidencia que no hay institucionalidad pública, que no hay controles”.
“La ciudad muestra distintas zonas permeables en todo su frente fluvial con respecto a la circulación de embarcaciones, Puerto Norte o el Mangrullo, en el sur. Muestran un nivel de porosidad absoluto para circular, sea lícito o no. No podemos eximirnos de que situaciones tan evidentes nos «sorprendan permanentemente», y no contar con construcciones públicas fuertes y desarrolladas para enfrentarlas”, agrega el director del Instituto de Desarrollo Regional y promotor del Encuentro Argentino de Transporte Fluvial.
Un diagnóstico que se asemeja a la época de los 52 embarcaderos particulares, pero más de un siglo después.
Por: Ricardo Robins y Agustín Lago Arte: Ana Isla-Revista Anfibia