La incertidumbre en torno de estas elecciones es si primará la vocación de cambio o si el miedo al León se impondrá a la economía.
A principios de junio esta columna se tituló “Esto no se acaba hasta que se acaba”, dado que la sucesión de disrupciones seguramente iba a formatear la dinámica del escenario hasta que se definiera el ganador final. UxP, ex Frente de Todos, siempre sumaba menos votos adicionales que Juntos en la elección general comparado con las PASO. En 2021 algunos indicios raros ya habían sucedido, y en 2023 aquella tendencia se revirtió por completo. La coalición de PRO y radicales obtuvo menos votos absolutos ahora que en las primarias. Por lo tanto, se debe ser cauteloso y estar dispuesto a pensar que las sorpresas no se acabaron.
La movida de Milei de tomar el apoyo de Macri, Bullrich & Co. era lo más obvio que iba a suceder: necesitaba sumar rápido ese apoyo en función del 30% obtenido, pescando en la pecera más cercana. Luego verá qué puede lograr en la de Schiaretti, y si hay algo que se le pueda caer a UxP. ¿Le sirve al León? Sin duda, ya que mucha alternativa no tiene. ¿Le puede hacer perder votos de esos 30 puntos? Difícil, es la final del campeonato y los socios poco agradables se dispensan cuando se trata de que el líder se consagre. Además, la movida desarma las especulaciones sobre que se bajaba de la competencia.
Lo otro obvio era la tragedia griega que se armó entre el macrismo y el resto del mundo dentro de Juntos. El emir de Cumelén mucho no se preocupó por ser delicado con su operación, y sus adversarios encontraron la oportunidad perfecta para decir públicamente lo que piensan de él desde hace mucho. ¿Era necesaria tanta agresividad pública de parte del radicalismo? Alguien con experiencia en boinas blancas cuenta que hace mucho tiempo que no había “tanta felicidad simultánea” en un chat de la UCR. Conclusión: Morales expresó cabalmente el estado de fastidio interno con el expresidente. Si los líderes no expresan bien a su manada, esta los pasa por arriba.
Lo no tan obvio era la disidencia –acotada– que se produjo dentro de LLA al conocerse el apoyo de Macri. Algunos aducen diferencias ideológicas, otros hablan de traiciones y pactos no cumplidos, también están aquellos que especulan con el malhumor de financistas del proyecto. Lo cierto es que la movida suena a que el alejamiento de un polo, más la caída de dinero y fiscales (Barrionuevo incluido), se compensaría con los nuevos socios. Pero claro, las cosas seguramente no terminarán ahí. Como diría Boogie el Aceitoso, hay gente a la que no le gusta que le saquen la comida del plato. Es por eso que algunos personajes dignos de John le Carré imaginan algo como otros yates, otros videos, otros champagnes. Sobredosis de Netflix.
Mientras tanto Mi-ley –que si gana se convertirá en Mi-rey– el mismo domingo por la noche se puso la piel de la campaña de Patricia Reina tomando sus banderas: terminar con el kirchnerismo y promover el orden. Debe haber habido alguien que reflexionó que con ese discurso solo se había identificado el 24% de los votantes positivos, y por lo tanto este miércoles el primer video en redes modificó el léxico y empezó a hablar de cambio o continuidad.
Pronosticar el futuro de Juntos ocuparía una columna entera. De todos modos, más allá de la fractura expuesta de esta semana, hay una realidad paralela que siempre sale a la superficie: el poder de los generales con mando territorial –los gobernadores–, que son los más pragmáticos, y que a partir del 10 de diciembre deben juntar la plata para pagar sueldos y aguinaldos. Se declararon neutrales. Lógico: 1) ¿para que se van a jugar ante una elección de final incierto? y 2) la mayoría en este mundillo cree que Massa tiene más posibilidades de ganar: equivocados o no, reflexionan: “Ya perdimos con Patricia, ¿para qué perder dos veces seguidas?”. Esos generales pueden armar una columna vertebral que amortigüe la ruptura.
En la vereda de enfrente Sergio Tomás Copperfield –denominación que es una de las marcas registradas de esta columna– compra pochoclo y disfruta del conflicto ajeno. Su tropa ha sido muy prudente en no entorpecer la obra de teatro opositora. Como era de esperarse, el éxito genera un reconocimiento en el candidato de atributos de estadista nunca vistos. Así funciona habitualmente la psiquis humana. Listo como pocos, le pidió a Santoro que se bajara del ballottage innecesario en CABA. Así les quita a los Macri la posibilidad de hacer campaña en la Capital y otorgarse un triunfo más. Evidentemente, al peronismo le faltaba alguien que lo ordenara y pensara estratégicamente con la cabeza fresca.
A medida que van bajando las aguas del 22O, sabemos que:
1) las dos coaliciones del statu quo perdieron en cuatro años el 27% del público que fue a votar a las elecciones generales (Milei cosechó el 30%);
2) Juntos hizo la peor elección presidencial desde que se creó, hace ocho años, y
3) el peronismo unido también marcó el peor registro de la historia: Scioli obtuvo el 37% en 2015, pero el movimiento iba desunido.
Al final votó el 78%, que es la menor participación en presidenciales, pero no está lejos del 80% de 2019. La foto de la general es la verdadera, desplazando la imagen que nos llevamos en las PASO. Al haber mayor asistencia, se diluyen las minorías intensas y fluye un electorado más moderado. Ahora los dos finalistas se ven naturalmente obligados a buscar el centro, fiel de la balanza histórico. Por ejemplo, el domingo a la noche volvió a escena el Massa 2015, el que intentó ganar con “la ancha avenida del medio” (no el de “los ñoquis de La Cámpora”, obviamente).
No debe olvidarse que esta es una elección de cambio. Pero entonces, ¿las mayores posibilidades las tiene Milei? Desde ese punto de vista, sí. Sin embargo, también puede suceder que se plebisciten los temores al León por sobre el manejo de la economía del oficialismo de turno. Como sucede sistemáticamente en Francia con Le Pen, salvando las distancias, desde ya.
¡Se viene Halloween! Uno se imagina a los dos candidatos recorriendo las casas diciendo “truco o trato”. Curiosa frase para los votantes de esta Argentina desahuciada.
Por Carlos Fara