En una elección tan cerrada, la cuenta de supermercado de una clienta en Pensilvania puede terminar definiendo la presidencia de los Estados Unidos.
Cuando Joe Biden concluyó su último discurso como presidente ante la 72a Asamblea General de la ONU, dos cosas resultaron evidentes: el liderazgo mundial de Estados Unidos es ahora más limitado, pero aun así el resultado de las próximas elecciones puede alterar todavía muchas cosas para aliados y enemigos.
Las últimas encuestas anticipan para el 5 de noviembre una elección presidencial muy cerrada entre la vicepresidenta Kamala Harris y el expresidente Donald J. Trump, con varios estados de voto oscilante (swing states) en disputa. Un verdadero escenario “coin toss”, de moneda al aire, como en 2020.
Probablemente, la política exterior de Estados Unidos se mantendrá invariable en la competencia con China o la alianza con Israel. Pero la diferencia de enfoque de Harris y de Trump puede alterar acontecimientos internacionales en desarrollo en los que Washington no ha logrado alcanzar sus objetivos de máxima.
En su discurso, Biden asumió de hecho que Estados Unidos, primera potencia económica y militar, desarrolla su diplomacia en un escenario multipolar y de “policrisis” en el cual su fortaleza depende más de las alianzas que construya que de las decisiones que adopte Washington en soledad.
“El mundo ya no está dividido en dos campos hostiles”, dijo Bill Clinton allá por 1997, cuando se iniciaba la ampliación de la OTAN hacia el Este y Estados Unidos multiplicaba vínculos “con naciones que alguna vez fueron nuestros adversarios”. Transcurría la era unipolar.
En las palabras de Biden se verifica el recorte de posibilidades: “A nadie le interesa una guerra a gran escala; aunque la situación se haya agravado, todavía es posible una solución diplomática”. Ahora es un mundo multipolar, cuya complejidad ni siquiera explican las hegemonías enfrentadas de Estados Unidos y China.
“Buenas noticias”. Ante la debilidad de una Administración Biden a la que le quedan cuatro meses y la gran incertidumbre electoral, los actores internacionales ya se posicionan apurando o demorando decisiones.
El caso más cercano es Israel, aliado histórico de Estados Unidos con demócratas o republicanos en el poder. Washington lleva meses impulsando un cese del fuego con liberación de rehenes israelíes en Gaza, sin éxito.
La candidata Harris cuestiona el costo en víctimas civiles de la ofensiva israelí y el candidato Trump promete reeditar el aislacionismo de su primera presidencia. Entonces, el primer ministro Benjamin Netanyahu redobla su apuesta en Gaza y amplía su ofensiva al Líbano, contra Hezbollah. “No vamos a esperar la amenaza. La vamos a prevenir”, dijo Netanyahu, que va tras “la victoria total”.
El otro gran conflicto que desvela al mundo es el que comenzó en 2022 con la invasión rusa de Ucrania, cuando Moscú argumentó que Estados Unidos y sus aliados abandonaron su promesa de limitar la expansión al Este de la alianza militar transatlántica OTAN (efectivamente lo hicieron desde entonces).
Biden reconoció ante la ONU las limitaciones del momento que le toca administrar estas semanas: “La buena noticia es que la guerra de Putin ha fracasado en su objetivo principal. Se propuso destruir Ucrania, pero Ucrania todavía es libre”.
El presidente ucraniano Volodimir Zelenski es otro actor con mucho para ganar –o perder– en las elecciones estadounidenses. Así que apuró el paso llevando a la Casa Blanca un “plan de victoria” que puede terminar arrumbado si Trump es elegido, retacea apoyo militar a Kiev y hasta cumple su amenaza de permitirle a Rusia atacar a más países si Europa no pone más dinero para financiar la OTAN.
Putin también hace su jugada preelectoral: “Nos reservamos –desafió– el derecho a usar armas nucleares en caso de agresión contra Rusia, incluso si el enemigo plantea una amenaza crítica a nuestra soberanía con armas convencionales”.
Cuenta regresiva. Qué decir de China, un aliado de Rusia que vuelve a consumir muchas energías diplomáticas pero también militares de Washington. Harris tiene para Beijing un plan continuista de competir sin romperlo todo, pero Trump promete una nueva y más encarnizada guerra comercial.
Apenas dos semanas después de intensas reuniones de seguridad al más alto nivel en Beijing, y horas después del discurso de Biden, el mundo –y Washington– supo que China había lanzado al Pacífico su primer misil balístico intercontinental en más de tres décadas. Japón, Australia y Nueva Zelanda reaccionaron muy preocupados.
América Latina también hace la cuenta regresiva hasta el 5 de noviembre. Unos para cristalizar un soñado eje de la derecha radicalizada. Pero principalmente México y Centroamérica, que pueden pasar de un esperable endurecimiento de la política migratoria con Harris –siguiendo una última estela de Biden– a enfrentar deportaciones masivas de personas como las que anuncia Trump.
Brasil, como parte de los Brics, seguirá la moneda al aire desde la óptica del “Sur Global” a días de las elecciones estadounidenses, cuando participe de la cumbre del grupo nada menos que en Kazán, en la Rusia de Putin, junto al chino Xi Jinping, el indio Narendra Modi y el sudafricano Cyril Ramaphosa.
Hasta Irán hace sus cálculos previos con respuestas quirúrgicas a ataques de Israel. Las paradojas históricas llevaron a la presidencia al reformista Masoud Pezeshkian, quien le dijo a la ONU: “Irán busca salvaguardar su propia seguridad, no crear inseguridad para los demás. Queremos la paz para todos y no queremos guerras ni disputas con nadie”. Mensaje a Harris, pero en especial a Trump.
La economía será clave en las urnas el 5 de noviembre. Y en una elección tan voto a voto, como dijo un columnista del Wall Street Journal, la cuenta del supermercado de una clienta de un pueblo de Pensilvania puede terminar definiendo la presidencia de los Estados Unidos. Lo mismo piensa el resto del mundo, y ya se prepara para cualquier resultado.
Por Jorge Argüello- Presidente FundaciónEmbajada Abierta. Ex Embajador argentino en Estados Unidos