Una nueva generación en Argentina vive por primera vez la experiencia de una terapia de shock económico, con una oposición ausente de liderazgos.
La reciente historia política y económica de Argentina, especialmente bajo el gobierno de Javier Milei, se asemeja a un ajedrez cuyas piezas están dispuestas en un tablero marcado por ciclos repetitivos de crisis y recuperaciones efímeras. Esta partida, lejos de ser un mero juego, encarna las tensiones, estrategias y tácticas que definen el curso del país desde hace casi medio siglo. La administración Milei, en este contexto, actúa como un jugador audaz que, con movimientos temerarios, busca cambiar el estado del juego con una serie de maniobras que recuerdan las épocas y alianzas de la dictadura militar y las políticas neoliberales de los ’90. Sin embargo, este intento por sacudir el tablero no solo resuena con ecos del pasado, sino que también pone de relieve las profundas divisiones dentro del país, particularmente en su relación con las provincias y en la ausencia de un liderazgo opositor unificado.
La administración Milei, emulando a una reina en este ajedrez político, ha intentado moverse libremente por el tablero, implementando una “terapia de shock” económica que incluye la liberalización del mercado, recortes económicos en múltiples áreas y una audaz propuesta hacia la dolarización. Estas medidas, aunque pueden parecer innovadoras para las generaciones más jóvenes, en realidad reviven fantasmas de un pasado donde políticas similares dejaron a su paso una estela de desigualdad y desintegración social. La historia económica del último medio siglo nos enseña que tales políticas han beneficiado a unos pocos a costa de muchos, un juego peligroso donde la mayoría termina en jaque mate.
En este tablero las provincias, como las torres, son las piezas fundamentales para la defensa, pero se encuentran constantemente bajo amenaza. La reforma constitucional del ’94 reforzó su rol como garantes de la gobernabilidad en la Argentina. Sin embargo, en una táctica temeraria para la relación nación-provincias, las tensiones se han agudizado especialmente a raíz de los recortes en las transferencias y en la inversión en infraestructura y políticas sociales. Esto no solo debilita las torres, sino que también amenaza con desmoronar las fortalezas que sostienen al país, evidenciando una vez más la fragilidad del federalismo fiscal argentino.
Por otro lado, el escenario opositor se asemeja a una colección de piezas de ajedrez sin coordinación, incapaces de formar un frente unificado para contrarrestar las estrategias del gobierno. La ausencia de un liderazgo opositor cohesivo, capaz de articular una visión y estrategia unificada, es como un ejército sin general, disperso y vulnerable. Esta fragmentación es un lujo que Argentina no puede permitirse, especialmente en momentos de crisis. La historia nos ofrece ejemplos, como la resistencia a la dictadura y las movilizaciones del 2001, que demuestran el poder de la unidad frente a la adversidad.
Sin embargo, la falta de renovación en la cúpula de los partidos más tradicionales de la política argentina, como el Peronismo y el Radicalismo, y los enfrentamientos internos dentro del PRO, la fuerza del expresidente Mauricio Macri, entre “halcones y palomas”, deja a aquel 47% que no optó por Milei en la segunda vuelta electoral, huérfano de representación y a merced de políticas económicas que cada vez más afectan al bolsillo de las clases media y baja.
Pasados los primeros 100 días de gobierno y las Pascuas, la casa no está en orden en la Argentina, y la posibilidad de que aparezca alguien que patee el tablero parece cada vez más probable. A pesar de que el Presidente declaró un superávit fiscal y financiero en el primer trimestre en cadena nacional, este resultado proviene de reducciones en las jubilaciones, en la inversión en infraestructura y educación, y en los programas sociales, implementadas por el Ejecutivo.
Un análisis de la Asociación Argentina del Presupuesto y la Administración Financiera Pública (ASAP) indica que las cuentas de marzo cerraron en déficit, tanto antes como después de los pagos de la deuda. Aunque continúan los recortes, la principal razón del déficit en marzo fue la disminución de ingresos, en un contexto de recesión económica en aumento, y a una deuda flotante, como la que se sostiene por ejemplo con la empresa mayorista eléctrica Cammesa. Según el estudio, los ingresos ajustados por inflación disminuyeron un 12,9% comparado con el mismo mes del año pasado, debido principalmente a la disminución en la recaudación de impuestos (caída del 28,4% en el IVA ajustado por IPC), lo cual refleja una baja en el consumo y la producción. Además, las Contribuciones a la Seguridad Social experimentaron una caída interanual del 9,8%, con una disminución del 19,8% en comparación con el mismo período del año anterior.
La situación política y económica actual, con Javier Milei al frente, ofrece una oportunidad crucial para reflexionar sobre los desafíos y las posibilidades que enfrenta el país. La administración de Milei ha adoptado una serie de medidas económicas radicales que, aunque buscan revitalizar la economía mediante la liberalización y la dolarización, corren el riesgo de repetir errores históricos que han llevado a la desigualdad y a la inestabilidad. Esta aproximación, reminiscente de las políticas implementadas durante la última dictadura militar y en los años ’90, pone de manifiesto la importancia de evaluar críticamente las implicaciones a largo plazo de tales estrategias económicas.
La relación tensa entre el gobierno central y las provincias subraya la necesidad de reevaluar y fortalecer el federalismo fiscal en Argentina, una discusión que se ha evitado a lo largo de los años, dejando en una situación de heterogénea fragilidad constante a las administraciones provinciales. Los recortes en las transferencias y en la obra pública, vitales para las arcas provinciales, y en la inversión en infraestructura y políticas sociales, no solo agravan las tensiones, sino que también ponen en riesgo el bienestar de las poblaciones locales y la cohesión del sistema federal, reforzando la imposibilidad histórica del país para asegurar el desarrollo armónico y sostenible.
Por otro lado, la falta de un liderazgo opositor unificado representa un vacío significativo en el panorama político argentino. La capacidad de la oposición para articular una visión y estrategia cohesivas es esencial para ofrecer alternativas viables a las políticas del gobierno actual. La fragmentación y la ausencia de un proyecto político común limitan la efectividad de la oposición para representar y defender los intereses de sectores amplios de la sociedad.
En términos analíticos, la experiencia de Argentina bajo la dirección de Milei resalta la importancia de equilibrar las políticas económicas con consideraciones sociales y de equidad, algo que el propio FMI le ha marcado recientemente a la administración actual.
La historia económica argentina demuestra que las soluciones a las crisis no pueden basarse únicamente en la liberalización y la desregulación, sino que deben incluir políticas que promuevan la inclusión social, la estabilidad y el desarrollo a largo plazo. La gobernabilidad democrática, el diálogo entre el gobierno y las provincias, y una oposición fuerte y unificada son componentes esenciales para navegar los desafíos actuales y futuros, si es que se espera evitar un nuevo estallido o implosión social.
Sea cual sea el formato, la Argentina se prepara para agregar una generación más a las capas de generaciones afectadas por graves crisis económicas que dejan tendales de afectados cuya recuperación es cada vez más lejana.
Por Lara Goyburu-EE