Misiones Para Todos

Un Gobierno en descomposición fortalecido por los desatinos de la oposición

Una militancia sin libreto nuevo

“Entender una derrota no es un hecho amable. Pero es mucho menos amable no entenderla (…) Hay cómo salir de la derrota, pero no podemos obviar el balance”.

Alejandro Horowicz

Charla – debate. Mar de Ajó 3/8/2024

“La paja en el ojo ajeno” 

Aunque el ministro de Desregulación y Transformación del Estado Federico Sturzenegger se ufana del poderío que ostenta su Gobierno con frases como “El Congreso fue sumamente generoso en las atribuciones que nos dio para reformar la estructura del Estado”, agregando que “Se viene más libertad”, va quedando claro que ello significa mayor libertad para no pagar indemnizaciones, para despedir a los trabajadores que hacen paros o asambleas, para aumentar el trabajo en negro y para tercerizar las contrataciones, entre algunas de las reformas aprobada en la Ley Bases.

Por su parte, el economista Guido Agostinelli explicó que “los costos no se trasladan a los precios porque los comercios no venden” y agregó que los salarios no encuentran recuperación. Además, consideró que, aunque habrá un pequeño rebote en los próximos meses, la tan anunciada recuperación en “V” no llegará.

En tal contexto, la casi totalidad de los trabajadores registrados afirma lo contrario que el discurso oficial: nada menos que el 95 por ciento sostiene que la inflación le gana a sus salarios y, para colmo, sus expectativas son muy bajas: seis de cada diez piensan que en los próximos seis meses las cosas van a estar peor que ahora. Hay graves dificultades para llegar a fin de mes y una amplia mayoría se está endeudando, principalmente con los saldos de las tarjetas de crédito. Del total de los consultados por INDAGA-RSO, el 61 por ciento teme perder su trabajo, algo que perciben porque sus empresas venden o producen cada vez menos.

Ante ese panorama, un grupo de dirigentes gremiales se reunió con la ex presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, para analizar la situación actual del mundo laboral y elaborar una línea de trabajo de cara al futuro. El encuentro tuvo lugar en la sede de la Asociación Bancaria, dónde asistieron el titular de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) y secretario del Interior de la CGT, Abel Furlán, y los secretarios generales del SECASFPI (ANSES), la APSEE (Energía), y la APL (Personal Legislativo), Carlos OrtegaCarlos Minucci, y Norberto Di Próspero.

Pese a ese ánimo celebratorio que también exhibe el Primer Mandatario, en las últimas horas le tocó encabezar una nueva reunión de gabinete, con otra ausencia de la vicepresidenta Victoria Villarruel, que no asistió por tercer martes consecutivo en medio de la tensión con la Casa Rosada por el aumento de las dietas de los senadores, a quienes el Presidente llamó “estafadores”.

Eso no es todo. La oposición parlamentaria acaba de tumbarle al Gobierno una partida de 100 millones de dólares destinada a los servicios de Inteligencia. Por amplia mayoría, los diputados rechazaron el decreto presidencial que otorgaba fondos extras a una nueva estructura de espionaje. A ello se suman los tira y aflojes por la movilidad jubilatoria y la polémica designación del juez Lijo. Como si no bastara con eso, el Presidente debió concederle una licencia a Santiago Caputo para que se vaya a esqujar a Bariloche, poniéndolo a salvo del hartazgo de Karina Milei con su granja de trolls. 

Si algo queda claro es que el pueblo la está pasando mal, pero – salvando las obvias diferencias de poder adquisitivo – como se puede apreciar, al Gobierno no le va tan bien como declama. 

De hecho, a un mes de que se conozca el índice de pobreza del primer semestre de 2024, el primero de la gestión de Javier Milei, tres informes privados han advertido sobre un dramático crecimiento de los niveles de pobreza e indigencia, especialmente entre los más chicos. Como es de público conocimiento, la organización Unicef Argentina acaba de sacudir las conciencias alertando acerca de que un millón de niños se van a dormir sin comer, de acuerdo a los datos de su último informe.

A ello se suma que, según la consultora especializada exQuanti, en base a datos oficiales de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del Indec, los tres primeros meses del año hubieran cerrado con una indigencia de 24,7% de no mediar planes oficiales de asistencia. El salto hubiera sido de siete puntos en tan solo un trimestre (en el cuarto de 2023, también en un cálculo sin planes, esa medida llegaba a 17,7%) En comparación con el primer trimestre de 2023, o sea un año atrás, el avance fue de 11,5 puntos porcentuales (estaba en 13,2%)

Sin embargo, la denuncia contra el ex presidente Alberto Fernández por violencia de género se llevó la mayor parte de la atención de la población en las últimas semanas. En unaencuesta realizada por la consultora Zuban Córdoba y Asociados, el57 por ciento de las personasconsultadas señaló que el ex mandatario debe ser juzgado por violencia. Pero eso no impidió que el sesenta por ciento se mostrara a la vez convencido de que la situación de Fernández era utilizada por el gobierno nacional para tapar la crisis económica. También el 76 por ciento opinó que el peronismo debe “renovarse y expulsar a los violentos”, así como el 61 por ciento señaló que más allá de los intentos del Gobierno para minimizar su impacto, “la violencia machista es real”.

Así, y ante la prolongada anomia de la dirigencia política tradicional, modificar este estado de cosas parecería ir quedando cada vez más bajo responsabilidad de la militancia de a pie. Lo que compromete a desempolvar la a menudo incómoda pregunta “¿y por casa cómo andamos?”. 

“La viga en el ojo propio” 

A poco de haberse conmemorado una fecha tan emblemática como el 22 de agosto – que evoca tanto la vocación antiburocrática de Evita como la productiva confluencia de dos tradiciones políticas (peronismo y marxismo revolucionarios) durante los hechos de Trelew -, vale la pena enlazar esos dos hitos históricos conectados por una perspectiva constituyente que deriva en la victoria popular de 1973. Sin embargo, si consideráramos como último acontecimiento disruptivo de nuestra historia contemporánea al Argentinazo de 2001, habría que concluir que su deriva posterior fue más bien institucionalizadora, y que el apego por guardar las formas democráticas tradicionales recortó su potencial subversivo original.

Sabido es que la derecha vernácula históricamente ha mantenido un porcentual de adhesión en torno al 40%, incluso en los momentos de esplendor peronista. Lo inédito en todo caso es que de un tiempo a esta parte no solo haya superado tales indicadores, sino que aún conserve, pese a la severa crisis económica que atraviesa la Argentina, un alto grado de expectativa por parte de sus adherentes no tradicionales.

De resultas que el presente nos enfrenta a una realidad distópica que no vimos venir, frente a la que parece haber caducado la biblioteca de insumos a los que recurrimos hasta ahora para transformar la realidad.

Aun así, habría que tomar nota acerca de la polvareda – aún no disipada – que levantó la reciente visita de diputados libertarianos a reos de lesa humanidad, al punto de que una de sus últimas consecuencias ha sido el berrinche de Lourdes Arrieta contra Martin Menem, acusándolo de haberla engañado para que asista a la visita antes mencionada, hecho que adquiere el grado de máximo síntoma de colapso de un intento que salió mal: Legitimar a los genocidas.

En consecuencia, el Nunca Más parecería seguir funcionando como una frontera que la subjetividad de la sociedad argentina no permite traspasar.

No obstante, como venimos sosteniendo de un tiempo a esta parte, la miseria planificada de la que hablara Walsh y el riguroso cumplimiento del protocolo antidisturbios – desplegado con todo rigor durante la jornada del 12 de junio pasado -, en un contexto general de criminalización de la protesta social, han conseguido descongestionar de protestas el espacio público a lo largo y ancho del país, disciplinando hasta al activismo más rebelde, que ha resuelto redefinir su espacio de alianzas dando la espalda a sectores políticos otrora sumamente gravitantes en la movilización popular y ahora judicializados por el Estado libertariano, y se ha avenido a marchar por la vereda. Tal es el panorama que exhiben los sectores más dinámicos de la militancia a nueve meses de gestión Milei.

En tanto, los sectores del sindicalismo que han hecho punta en la resistencia contra las políticas económicas en curso – con la esperanza de que una dirigencia política aparentemente nockeada aún por los efectos de la novedad que rige nuestros destinos contribuya a rasgar lo que por ahora se presenta como un horizonte cargado de nubarrones -, entre una y otra medida general, batallan en forma dispersa intentando resolver las urgencias de cada sector. 

Desde que la ineptitud de la clase política dirigente facilitó el acceso al gobierno del anarco – capitalismo, la militancia más intransigente – autolegitimada tal vez por haber “sostenido la vela” con incontables marchas y concentraciones en el microcentro porteño (que por cierto casi nunca “movieron el amperímetro”) – prefirió considerar que si alguna autocrítica invitaba a producir la nueva etapa que se abría en el país, ella correspondía exclusivamente a los sectores que el oficialismo denomina “casta”.

Sin embargo, a ojos vista, si se intentara realizar un balance más abarcativo y menos autoindulgente de la etapa anterior no parecería haber demasiado que ameritar en lo que la militancia popular refiere.

Muchos sectores críticos de la experiencia kirchnerista (indispuesta a producir transformaciones estructurales) alguna vez cuestionamos a sus referentes por haber desaprovechado una importante oportunidad histórica para fomentar la construcción de poder popular organizado de cara a las batallas por venir. 

Ahora resulta imperioso mirarnos al espejo e interrogarnos acerca de qué hemos sido capaces de hacer a posteriori lxs rebeldes antisistémicxs.

Cuánto desatendimos a los territorios del hambre donde el sistema cae con toda su crueldad sobre lxs nuestrxs, mientras acudimos – incluso más de una vez por semana – a reclamar asistencia social a la cartera supuestamente encargada de darla, cuánta autogestión real fuimos capaces de gestar pernoctando una y otra vez en Plaza de Mayo o en la de Los Dos Congresos, cuánto fuimos capaces de innovar en cuanto a métodos de lucha en vez de insistir en la dudosa fórmula de seguir haciendo lo mismo en procura de ser cada vez más numerosxs… fórmula que acaba de replicarse en las últimas horas volviendo a rodear un Ministerio de Calidad Humana autista  e impiadoso.

En una hoy remota, pero de las más populares comedias de Woody Allen (“Bananas”, 1971), un contingente de barbados revolucionarios caribeños viaja a Washington a solicitar financiamiento para su Revolución. Cualquier comparación con lo anterior resultará un tanto impiadosa, pero detengámonos a reflexionar por un instante si, en la medida en que no se tratara de un doble discurso, no tenía una alta cuota de candidez suponer que con recursos del Estado burgués forjaríamos la fuerza popular organizada capaz de ponerlo en jaque y gestar a partir de ello una democracia directa donde “los pobres coman pan y los ricos mierda, mierda”. 

Recapitulando, convengamos en que el QUÉ pendiente es el de siempre. Lo nuevo es el QUIÉN y el CÓMO (sujeto social y metodología para el cambio) Y, al parecer, las únicas pistas de las que disponemos son intuiciones producto de una comprensión en curso. 

A propósito del QUIÉN, cabe refrescar que desde los años 60, con el tránsito gradual del paradigma metalmecánico al telemático, se produjeron una serie de transformaciones culturales, tecno-económicas e ideológicas que afectaron de manera desigual a las sociedades. A este nuevo período se le conoce como posmodernidad, por suceder a la modernidad. Para algunos analistas el cambio ideológico y de mentalidad que se ha producido es tan notable que lo definen como mutación histórica, es decir, hemos vivido el paso de una sociedad industrial a una sociedad de servicios. En el plano del pensamiento, la nave insignia de dicho fenómeno fue el libro de Francis Fukuyama “El fin de la historia y el último hombre”, texto que refleja nítidamente la pérdida de confianza en la capacidad humana para transformar el propio destino, concibiéndolo a merced de los mercados mundiales.

La Revolución Tecnológica ha signado en gran medida ese proceso, dejando una profunda huella – por ejemplo – sobre el mundo del trabajo. De hecho, la   vertiginosa sustitución robótica de mano de obra, ha puesto en crisis el histórico anhelo popular de pleno empleo, y por consiguiente la caracterización y el destino asignado al otrora compacto bloque social del trabajo, que el marxismo definiera como proletariado histórico y el peronismo como movimiento obrero organizado, asignándole además el rol de columna vertebral del movimiento nacional.

Esto viene generando la emergencia de nuevos actores, que demandan rediscutir el perfil del sujeto histórico capaz de motorizar una transformación social cada vez más necesaria. 

Así como los clásicos del pensamiento crítico hablaban de un ejército de recambio presto a ocupar su puesto en el proceso productivo, en el Siglo XXI existen naciones implotadas y masas desplazadas que van constituyéndose en contingentes humanos destinados al sacrificio por un capitalismo apocalíptico.

Es tan conocida la capacidad resiliente de dicho sistema como la dificultad generalizada que vienen encontrando la mayor parte de los gobiernos del orbe para disimular bajo una apariencia democrática un orden cada vez más restrictivo. 

Apelando a algunas referencias de nuestra historia contemporánea, podríamos analizar las recientes rebeliones populares ocurridas en la región como expresiones tardías de nuestro 2001, en tanto colapsos del statu quo neoliberal. 

En dicho escenario, vale la pena reparar en que, en la mayoría de esos casos, ha venido asomando un nuevo emergente social desplazado del proceso productivo, desvinculado de la cultura del trabajo, y ajeno a todo antecedente militante. Se trata de un contingente que reúne los denominadores comunes de ser joven, mayoritariamente femenino, y con un creciente protagonismo de pueblos originarios.

El desempleo y la cultura del consumo – omnipresente bajo el imperio de las redes sociales – lxs lleva a vivir el aquí y el ahora sin mayores expectativas de futuro, y desarrollando una inaudita temeridad en el enfrentamiento con cualquier expresión del orden establecido, explosivo cóctel al que confluyen siglos de opresión patriarcal y sistemático arrebato del hábitat de numerosas comunidades.

Ese sujeto social en ciernes irrumpió en nuestro país durante el llamado Argentinazo de principios de este siglo, impugnando a una clase política venal y rentista, constituyó la avanzada de la lucha de calle sostenida durante 2017 contra la Reforma Previsional del macrismo, y reaparece cada tanto desplegando una beligerancia equivalente a la dimensión de su despojo.

Para sorpresa de muchxs cientistas sociales, está constituido en gran medida por trabajadorxs informales y desempleadxs comúnmente estigmatizadxs por el think tank de la Argentina bienpensante.

Respecto del CÓMO, digamos que, cuando zozobran todas las fórmulas, solo nos asiste la experiencia histórica. Y la del pueblo argentino remite necesariamente a rebeliones de carácter insurreccional como la de lxs porteñxs que expulsaron a los ingleses en 1806 y 1807, la irrupción del movimiento obrero que el 17 de octubre de 1945 inauguró la máxima experiencia de ampliación de derechos que hayamos vivido hasta la fecha, o la de la alianza obrero estudiantil que en 1969 jaqueó desde Córdoba a la dictadura del Gral. Juan Carlos Onganía

No por prescindir de un ejército irregular en condiciones de “asaltar el Palacio de Invierno”, esa modalidad de lucha que recorre nuestro devenir como pueblo ha supuesto una explosión de espontaneísmo: Cada uno de los ejemplos citados tuvo una larga incubación, y seguramente los por venir la precisarán. Nuestro señalamiento solo apunta a ejercer un recordatorio capaz de conjurar cualquier tendencia a sentirnos inermes ante este impiadoso presente. 

Suponer que Argentina carece de patriotas constituye una imperdonable falacia.

A tal respecto, vale la pena rescatar parte de la intervención del joven Pablo Fernández Rojas – director del canal de YouTube “Causa Parcial”, criado en la villa 1-11-14, e hijo de inmigrantes bolivianos – durante la presentación del último número de la Revista Crisis, acerca de lo que denominó “la guerra que todavía no entendimos cómo pelear”, planteando que “los de enfrente tienen una vitalidad y una voluntad que nosotrxs no tenemos”, e interrogándose “porqué no podemos ser nosotrxs los que realmente quemamos el auto de la policía”, y respondiéndose que, al parecer, “nosotrxs no queremos romper el pacto democrático que ellos sí rompen”. 

Puede que haya llegado la hora de que nos detengamos a meditarlo en profundidad. Porque aquí nadie está dramatizando la situación más de lo que merece. Más bien ocurre que esta semana en un basural de Mar del Plata la disputa por sobras de comida entre dos indigentes culminó con la muerte de uno de ellos. Y si un hecho así no constituye suficiente señal de alarma, no se entiende qué más haría falta. – 

Por Jorge Falcone-La Gomera de David