El concepto más importante de la comunicación gubernamental
En breve comenzaré una serie de escritos para repensar la idea de “Mito de gobierno”, sobre todo en lo que hace a su actualización y, especialmente, a su operacionalización. Es necesario entenderlo para bajarlo a tierra, para medirlo, para aprehenderlo.
Por eso siempre hay que discutir sobre lo que entendemos como “Mito de gobierno”. Es trascendental en tanto es el éxito del largoplacismo hecho comunicación de gobierno.
Proyecto general del gobierno, visión general, norte estratégico, rumbo de gobierno, grandes lineamientos, orientación estratégica, aluden a lo mismo; sin embargo, el concepto de mito los incluye y más aún, trasciende, en tanto representa exactamente lo mismo que los sinónimos descriptos, sólo que incluye la condición de apropiación desde la ciudadanía. Es una narrativa, un relato, que es del gobierno, pero también de la ciudadanía.
El mito de gobierno es, en comunicación política, un elemento unificador que simboliza la dirección, la voluntad y la justificación de las políticas Es la comunicación de tipo simbólico que tiene la función de generar esperanza y que, una vez instalada, puede alimentarse a sí misma siempre y cuando exista coherencia entre la narrativa esbozada y las políticas públicas implementadas que, aunque en términos de demanda no sean perfectas o no generen satisfacción ciudadana plena, sean vistas como contributivas al direccionamiento que el mito esboza.
Representa el ejercicio coherente de lo propuesto discursivamente como contrato de gestión en la faz electoral y la actualización de lo mejorable o aggiornable de ese contrato, una vez que se es gobierno.
Discursivamente es breve porque no constituye un compendio de todas las políticas públicas y valores que lo sustentan, como puede serlo una propuesta electoral y tiene siempre una fuerte carga ideológica desde la cual se clausuran los sentidos sociales que permitirán alcanzar y/o mantener el consenso y la legitimidad de un gobierno
En el campo del lenguaje y de la semiología, “el mito es un habla” por lo tanto, un elemento vacío, una forma que debe ser “llenada” por un nuevo significado, y le agrega al mito el valor de constituir un sistema de comunicación, y “el mito no se define por el objeto de su mensaje, sino por la forma en que se lo profiere”, afirma Roland Barthes.
Supone una importante combinación de hechos y valores, algunos apelando a la más pura emotividad, pero otros marcados con la inmediatez de lo cotidiano y racional para una buena gestión. Presupone que la visión del devenir político de un gobierno debe no estar tan guiada por la actualidad de los hechos sino por la narrativa del mito de gobierno. Es la “metapolítica”, el “núcleo”, lo que permanece mucho más rígido, con menor variabilidad, lo que no quiere decir inmutable.
Es racional, porque el hombre con su imaginación lo formaliza como relato, como historia o como teoría. Es emoción, porque da sentido, calma la desesperación, atenúa la ansiedad y posibilita el manejo de las contradicciones de la cotidianeidad. Es voluntad, porque el mito moviliza, estimula la acción, fortalece las decisiones y justifica las realizaciones.
Es sinónimo de construcción de consenso, aunque hay que considerar el papel de los factores que están en juego, así como los modos de interpretación, y los esquemas mentales a través de los cuales estas experiencias son vividas. Esta tarea, es esencialmente la acción directa que le compete al gobierno desde la comunicación y como propulsor del mito.
Los mitos de gobierno son una sucesión, una secuencia de imágenes, por lo que difícilmente se los pueda tomar analíticamente como fraccionados; si bien los mitos son polimorfos, tienen un carácter restringido y limitado en su creatividad. Implícitamente representan una promesa de hilo conductor que produce “constelaciones mitológicas”, siempre estructuradas en torno a un mismo tema y reunidas en torno a un núcleo central y en donde más allá de variantes, diversidad posible de formulación, incluso de contradicciones aparentes, hay siempre remisión a los mismos símbolos, las mismas palabras, en palabras de Raoul Girardet.
Su complejidad va de la mano del hecho de su naturaleza marcadamente multidimensional, más allá de los esfuerzos de simplificación. Siempre está abierto y nunca cerrado, por lo que de gestión a gestión, si perdura, puede sufrir variaciones, y ello obviamente está en su esencia. No puede ser un lanzamiento aislado y lleva años en solidificarse. Ello implica, no que se deba partir de cero, sino por el contrario, que sea la garantía del respeto y cierta continuidad de lo que se viene haciendo, aún en lógica correctiva, mejorativa o superadora.
Para el mito, según sea el nivel de aprobación de un gobierno, será su propia fuerza de propagación: a alto consenso del gobernante, mitos que corren positivamente a favor del gobierno; a bajos consensos del gobernante; mitos que corren negativamente en dirección opuesta al gobernante; a consensos divididos, mitos que corren tanto positiva como negativamente a favor o en contra del gobierno. Los consensos y la dirección del mito se constituyen en la fuente que origina las adjetivaciones dominantes de un gobierno: dinámico, moderno, corrupto, honesto, inoperante, clientelar, feudal, lento, duro, hegemónico, etc. Las adjetivaciones pueden poner en jaque, tanto al propio gobierno, como al mito mismo, pero en verdad no hay opciones intermedias a este riesgo, pues el problema es del gobierno y no del mito. Muchas veces el origen de ese estado de cosas, cuando son negativas, puede ser precisamente la ausencia de un mito, o bien, la poca interrelación entre un mito y las acciones incrementales.
Otro riesgo está asociado al uso de ficciones, muchas veces necesarias como única materia prima para construir argumentos innovadores o contra-argumentos. En dicho sentido, son maneras de hacer entender lo nuevo para hacerlo más familiar y poder añadir más sentido persuasivo. Y mientras más audaz es la ficción, más capaz parece de captar la atención y de desarrollar su propio impulso intelectual. Las raíces constitucionales de los Estados, las políticas económicas, las teorías de relaciones internacionales y muchos otros argumentos de políticas, sirven a los gobiernos y son algunos de los innumerables ejemplos de ficciones Según Christopher Hood y Michael Jackson. El problema radica en el abuso del uso de estas ficciones.
La amplificación o exageración de hechos o atributos que muchos tienen, pero que nadie comunica (explota, en términos de uso retórico), es un tercer tipo de riesgo, es un modo que suele cuestionarse, pues existe una apropiación de una diferencia que en realidad no es tal. No se condena su uso cuando se destacan o potencian valores mejorativos que inciten a ser apoyados y sirvan a los efectos de ser motores activadores en la búsqueda del consenso. La exageración o los valores difíciles de confirmar se encuentran siempre centrados en una subjetividad absoluta o en confirmaciones objetivas que todos los días muestran recurrentes excepciones. Muchas de las exageraciones pueden presentarse como sobre simplificaciones y motivar la aparición de lógicas binarias, dicotómicas, con la necesidad de ubicarse de un bando o del otro.
Por Mario Riorda