El recibimiento que tuvo la generala estadounidense Laura Richardson por parte del Gobierno argentino durante su reciente visita al país, y en particular a Tierra del Fuego, muestran “la más obscena sobreactuación de servilismo frente al gobierno de los Estados Unidos”. Según el autor, “La idea de las relaciones carnales o la afinidad natural no trae beneficio alguno a los argentinos”.
El presidente de la Nación Argentina acaba de realizar la más obscena sobreactuación de servilismo frente al gobierno de los Estados Unidos de la que se tenga memoria. Entre los incontables gestos de genuflexión, el Comandante en Jefe de nuestras Fuerzas Armadas obligó a la fanfarria del ejército argentino a entonar las estrofas del himno estadounidense para honrar desmesuradamente a una generala de otro país. La asimetría de rangos entre un mandatario de estado y la militar es evidente. En su excitación colonial, el presidente viaja al punto más cercano del teatro de operaciones de la única guerra que padecimos en los últimos 118 años –la anterior fue la infame Guerra de la Triple Alianza (1864)–. Eligió el día posterior al Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de las Malvinas para arrodillarse ante el principal aliado del enemigo. Insólito.
Verdaderamente, nuestro país tiene un triste historial de patrioteros que atentaron contra su propio pueblo mientras se sometían al dominio extranjero. Un país dónde un sector de las Fuerzas Armadas bombardeó su propia casa de gobierno en nombre de la libertad en 1955, las tres fuerzas masacraron a su propia población (1976-1983) y hasta torturaron a sus propios soldados durante una guerra (1982). Setenta años dónde las Juntas Militares y parte de los altos mandos fueron tan despiadados contra su propio pueblo como cobardes frente al enemigo. En ese sentido, el Informe Rattenbach –militar de carrera, insospechado de zurdo, progre o peronista–, a la vez que destacaba el valor de los soldados, muchos de ellos jovensísimos y de contextos pobres, recomienda la pena de muerte a los integrantes de la Junta por su ineptitud en el manejo de la guerra.
El gobierno colonial de Javier Milei reedita bajo otras formas la actitud de sus predecesores. Alardea patriotismo con ese coraje falso que se ejerce contra los humildes con actos lamentables como cambiar el nombre de un salón dedicado a los Pueblos Originarios por el de Héroes de Malvinas. Triste homenaje, teniendo en cuenta que la gran mayoría de quienes participaron de la guerra eran descendientes de originarios, cabecitas de la Argentina profunda, del pobrerío obligado como me dijo José el Loco Chavez, heróico combatiente chaqueño del BIM 5. Entre ellos lucharon no menos de treinta mapuches, cinco de ellos caídos en las islas (Simón Antieco, Oscar Millapí, Isaías Quilahueque, Patricio Guanca, José Curima) a los que Milei calificaría de chilenos con la liviandad propia de cualquier ignorante.
El complemento preciso a esta provocación chauvinista y racista contra los pueblos originarios es el servilismo intolerable contra el invasor y sus aliados: la presencia de David Cameron en nuestras islas, un radar inglés en plena Zona de Seguridad, la ocupación ilegal de tierras en Zona de Seguridad por parte del criminal confeso Joe Lewis, la declarada admiración del Presidente por la asesina de argentinos Margaret Thatcher, etc, etc, etc. Lo que estamos presenciando es una deshonra histórica para nuestro pueblo que por sí misma debería causar escándalo… pero además del plano simbólico, el Señor Javier Milei ha realizado una afirmación durante su bochornoso discurso en Ushuaia que –de concretarse– implica una inconstitucional cesión de soberanía y una traición a la patria penada por ley.
Milei afirmó textualmente “estamos aquí para ratificar nuestro esfuerzo en el desarrollo de nuestra base naval integrada. Se trata de un gran centro logístico que constituirá el puerto de desarrollo más cercano a la Antártida y convertirá a nuestros países en la puerta de entrada al continente blanco”. La Argentina está cediendo territorio para facilitar el ingreso de los EEUU a la Antártida.
Podemos decir que si la doctrina del “destino manifiesto” –la ampliación desde el Atlántico hasta el Pacífico y la subordinación del Caribe– fue uno de los pilares de la constitución de EEUU como estado nacional, para Argentina –tras diluirse el sueño nuestroamericano de San Martín y Bolívar–, nuestra llegada y permanencia a la Antártida constituye un ideario similar. Es una ventaja geopolítica indudable.
El famoso secretario de estado norteamericano, Henry Kissinger, tenía una claridad absoluta sobre esto: decía que “Argentina es una daga que apunta a la Antártida”. Ellos defienden con claridad sus intereses, aun a costa de nuestras democracias. Nosotros deberíamos al menos intentar hacer lo propio. Sin embargo, los hechos recientes muestran que el gobierno de Milei se acomoda fácilmente a la Doctrina Monroe del “patio trasero”.
El nuevo ALCA, con A de Antártida
Nuestro país tiene presencia en el continente blanco desde 1904, convirtiéndolo en el estado con mayor permanencia continua del mundo. Tierra del Fuego es uno de los territorios más próximos, lo que le otorga una oportunidad única para el desarrollo económico, logístico y científico, bajo estándares de protección ambiental. Se trata de un activo invaluable para la República Argentina.
¿Qué ganancia obtenemos de una base conjunta con Estados Unidos? Ninguna. El puerto que entregamos pasa a ser un recurso bélico de la OTAN. Además, esto nos coloca en la mira de los enemigos de la OTAN en guerras eventuales en las que nuestro país nada tiene que ganar y cuya tradición diplomática ha sido neutralista y no-alineada.
En el marco de nuestra proyección antártica y biocéanica, la provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur tendría que ser el nodo estratégico de los mares australes, una trinchera en la defensa de la riqueza ictícola, un bastión en el reclamo perpetuo para recuperar la soberanía efectiva sobre nuestras islas y un centro avanzado de producción industrial que agregue valor a los preciados recursos del país.
En efecto, si hay algo que tuvo continuidad a lo largo de los gobiernos ha sido esta perspectiva. La cuestionada ley de Promoción Económica de Tierra del Fuego ha contribuido a este fin, permitiendo el aumento de la migración y permanencia de población en la provincia. Si bien el régimen es perfectible, sobre todo en la distribución de sus frutos a la población de la provincia (garantizar vivienda a los habitantes, mejorar la infraestructura, diversificar la producción, eliminar los contratos basura, etc), y es evidente la desproporción entre los padecimientos de la gente sencilla que vive ahí y los beneficios impositivos de 149 mil millones anuales que obtiene Mirgor (Caputo) “con la tuya”, las políticas hacia la población fueguina y la presencia antártica es una de las pocas estrategias nacionales a largo plazo que se mantuvo en el tiempo.
Hay que tener en cuenta, además, el rol que cobrará el continente antártico en las futuras disputas por el acceso a recursos naturales, cada vez más escasos y necesarios para el sistema económico mundial, como el petróleo, el uranio y el agua potable. El 70% de las reservas de agua potable se encuentran en la Antártida.
A pesar de que el Protocolo sobre Protección Ambiental prohíbe toda actividad no científica relacionada con la explotación de recursos de la Antártida, en 2048 se iniciará un período durante el cual el Tratado Antártico (con todo su sistema normativo) podría ser objeto de revisión a solicitud de cualquiera de sus Partes Consultivas, entre las cuales se encuentran las principales potencias actuales. Faltan sólo 24 años. Ellos trabajan mirando el mediano plazo.
¿ Y la OTAN cómo juega en esto?
Como mencionamos, la cuestión antártica implica detenerse en los pasos entre el océano Atlántico y el Pacífico: el Estrecho de Magallanes, el canal de Beagle y el Paso de Drake. Este último permite conectar no dos sino las tres principales cuencas oceánicas (Atlántico, Pacífico e Índico) a través de la corriente Circumpolar Antártica. Esta zona de gran relevancia estratégica para el transporte de mercancías y navegación militar tendrá cada vez más importancia en la medida en que China y Eurasia aumenten su peso como polo económico y de poder mundial. En el resto del continente americano sólo existe otro paso interoceánico: el canal de Panamá, ubicado en Centroamérica. El que no la ve es porque no quiere.
Actualmente, existen más de 70 bases militares en toda América Latina y el Caribe controladas por la OTAN. El complejo militar de Monte Agradable en Malvinas es el más importante de toda América Latina y tiene un costo de manutención de más de 60 millones de libras anuales. Ello otorga proyección aeronaval en toda la región, permitiendo controlar el tráfico civil y militar que navegue o sobrevuele la zona.
En las últimas décadas, Reino Unido ha aumentado sistemáticamente su poderío bélico en Malvinas y Georgias, desplegando armamento de última generación. Operan en Malvinas sus tres armas (Real Fuerza Aérea, Marina Real y Ejército). Asimismo, se han verificado visitas de submarinos nucleares, los cuales poseen armamento misilístico capaz de alcanzar blancos a 2.500 kilómetros.
Nosotros, en cambio, hemos desconocido la necesidad de desarrollar junto a Brasil un submarino de propulsión nuclear para patrullar las costas, permitimos que embarcaciones militares norteamericanas patrullen nuestras costas, firmamos un convenio para la gestión conjunta de la Hidrovía Paraná-Paraguay con el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Estados Unidos (USACE), “reforzamos” nuestra flota aérea con la peor opción dentro de las posibles – obsoletos F-16 de la década del 60’ que EEUU donó casi como chatarra a Dinamarca y ahora ellos nos los venden como la última novedad.
Mientras tanto, el gobierno, los norteamericanos y los grandes medios buscan desviar la atención señalando el proyecto de cooperación científico-tecnológico entre la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE) y la Agencia Nacional China de Lanzamiento, Seguimiento y Control General de Satélites (CLTC), conocida como Estación del Espacio Lejano, que –a diferencia de lo que Milei realiza hoy como un autócrata– fue aprobado por el Congreso Nacional y puesto en funcionamiento por dos gobiernos distintos (Cristina y Macri). Desde luego, la Argentina debe retener su plena soberanía sobre el emplazamiento y capacidad inspectiva al mismo nivel que tiene con cualquier otra infraestructura de investigación nacional o extranjera.
La idea de las relaciones carnales o la afinidad natural no trae beneficio alguno a los argentinos. Ninguna potencia respeta a un país dependiente cuando, en vez de buscar la liberación, este se somete servilmente. Los gobiernos que lo hacen terminan mal: repudiados por el pueblo y descartados por sus metrópolis. En ese sentido, la historia se ha repetido una y otra vez. Milei debería recordar que Roma no paga a traidores… y los argentinos no lo perdonaremos.
Por Juan Grabois