La actriz y conductora Carolina Fernández dice que no se quitó la vida porque también es madre de Sofía, su hija menor. Pero asegura que lo que atravesó con Santiago, su otro hijo, la empujó a situaciones insospechadas. El relato dramático de una mujer que vivió con custodia policial, que fantaseó con la posibilidad de que su hijo se muera y que cree que la cárcel terminó siendo un refugio para él
“Nuestros hijos si son adictos y si padecen algún tema con la salud mental quedan descartados de la sociedad. Y una manera muy simple es que los descarten llevándolos presos”. Así se presenta Carolina Fernández, periodista, actriz, locutora y fundamentalmente mamá de Santiago, que hoy tiene 21 años y cumple una pena de 4 años y 8 meses en el penal de Floresta en Bahía Blanca.
“¿Qué tanto menos vale la vida de un pibe preso que la de un pibe libre? El sistema los lleva presos y ahí se transforman en material descartable”, reflexiona esta mujer que desde los 8 años supo que algo pasaba con su hijo, que tocó todas las puertas para curarlo, que gritó pidiendo ayuda y que más de una vez pensó que iba a morir.
—¿Cuándo fue la primera vez que sentiste que algo podía pasar con tu hijo?
—Cuando Santi tenía 8, 10 años, empecé a ver o a sentir que se me iba de las manos. No había manera de contenerlo y no había límite posible. Vivía con circuitos muy extremos. Frente a un “no” yo sabía que terminaba con él golpeándose, con algo roto en casa, con una escapada y buscarlo con la policía.
—¿Así chiquito te tocó buscarlo con la policía?
—Sí. Un montón de veces. Yo buscaba ayuda. Decía ¿esto es normal? ¿Esto tiene que ver con mi forma de maternar? ¿La culpa la tengo yo? Y muchas veces no me dijeron que la culpa la tenía yo directamente pero no había diagnóstico. Ni siquiera se buscaba un diagnóstico: “le faltan límites. Capaz que el papá no está tan presente”.
—Diagnóstico no hubo nunca.
—Nunca. Nunca. Nunca.
—¿Con el colegio cómo iba?
—A los ponchazos. Porque además había mucha estigmatización. Yo me fui a vivir a Patagones cuando Santi cumplió 5 años. Vivía en Buenos Aires y volví porque creí que él iba a tener una infancia más tranquila. Le tenía miedo a Buenos Aires sola, maternando sin mi vieja que me dé una mano. La mirada en ese momento, que no es la misma de hoy era: “La trola volvió al pueblo y volvió con un pibe”. Me han llamado de un colegio religioso donde iba él en segundo grado para decirme que mejor lo saque porque cada vez que le decían algo sobre mí reaccionaba mal. Era víctima de bullying.
—O sea, ya con Santi muy chiquito empieza a aparecer un sistema que no puede acompañar. Profesionales que no encuentran un diagnóstico. Instituciones que no pueden abrazar sino que empiezan a correr.
—Exacto. Sí, un sistema que lo expulsa.
Carolina Fernández junto a Santiago bebé, su primer hijo
—¿Cuándo te enterás que consume por primera vez?
—Me entero que fuma marihuana a los 13 años y pico. Empiezo a preguntar qué hacer. No había demasiado más que acompañarlo. En la secundaria lo pasé a una escuela que era muy linda, que abrazaba mucho, era una escuela agraria. Me entero que consume cocaína un día cuando él tenía 15 años y pico, sí, casi 16.
—¿Qué te pasó a vos?
—Me dio mucho miedo. Fue como que me sacaron un velo. Le digo: “¿Santi, vos tomaste algo?” Y me dice: “Tomé merca pero ese no es el problema, debo tanta guita y me van a matar”. Chiquito. En ese momento yo reacciono: “Te vas de acá, te vas del pueblo. Llamalo al pibe, le vamos a pagar lo que hay que pagarle”. Le armo el bolso y lo meto en un colectivo y lo traigo a Buenos Aires. Hasta ese momento yo creía que todo ya estaba roto, después se rompió mucho más.
—¿Él estaba consumiendo hacía cuánto tiempo?
—Consumió por primera vez en su cumpleaños de 14 años, que un amigo le llevó de regalo una bolsa de cocaína.
—¿Pagaron esa deuda?
—Sí, pagamos esa deuda. Yo tenía que denunciar y tenía que correr los riegos que corrí. Corrimos riesgo Sofi y yo. Viví con custodia de la Federal ocho meses. Sofi iba a los cumpleaños con un custodio.
—¿Por qué, qué pasó?
—Porque el juez entendió que estaba denunciando a personas que vendían y que estaban en la cadena en algún lugar capaz importante o que usaban armas.
—¿Esa persona en algún momento tiene contacto con ustedes?
—Después de un tiempo viene a casa en un jeep con cuatro tipos armados, a decirme que Santi le había dejado una deuda. Tuvimos otra situación con otras personas que vinieron a casa armadas y me pusieron un revolver en la cabeza diciéndome que Santi les debía.
Santiago tiene hoy 21 años y cumple una condena de cuatro años y ocho meses en la Unidad Penal Nº 4 de Villa Floresta, en Bahía Blanca
—¿Qué pasaba mientras tanto con Santi? ¿Estaba en Buenos Aires?
—Santi estuvo un rato en Buenos Aires. Volvió a casa. Se tornaba inmanejable todo y además es convivir con una bomba de tiempo.
—Seguía consumiendo…
—Seguía consumiendo. En un momento en esta segunda amenaza decido probar un tratamiento ambulatorio. Santi amaba el skate y tenía un amigo que amaba surfear que estaba en la misma, pero más grande y queriendo salir. Los siento a los dos y les digo: “Chicos: ¿qué quieren hacer de su vida? ¿Qué es lo que más les gusta hacer?”. “A mí surfear”, me dice el amigo. Y Santi me dice: “A mí andar en skate”. Bueno, se van a Mar del Plata. Les consigo un departamento, les consigo trabajo. Hablo con SEDRONAR, consigo una psicóloga para cada uno y empiezan un tratamiento allá. Antes de irme a Mar del Plata hablo con mi psiquiatra y le cuento y me dice: “Vos hacelo, pero tené en cuenta que el horizonte es la internación”. Me acuerdo ese viaje como un viaje que no era esperanzador, era la desesperación de que funcione. En un mes y medio hice cinco viajes a Mar del Plata para verlo. Los últimos dos viajes no lo vi porque no me recibía. Y el amigo me decía: “Caro, yo ya no sé qué hacer. Lo tengo que duchar para ir a la psicóloga”. La psicóloga ya me decía que no estaba funcionando el tratamiento. Que la cosa no estaba bien. Hasta que el amigo me dice que estaba fumando crack, que se estaba metiendo en una pesada. Que estaba con gente de unos barrios complicados. Hablo con una jueza de Viedma, le cuento la situación, le digo que Santi se va a morir y se decide una internación compulsiva. Había que traerlo engañado a Viedma al hospital. No era fácil. No lo íbamos a llevar al hospital si no era engañado.
—¿Qué le dijeron?
—Que mi mamá estaba enferma. Buscamos al papá, que estaba medio desdibujado en ese momento y la jueza lo sentó y le dijo “tiene que ir a buscar a su hijo”. Él fue con la excusa de lo de mi mamá y cuando entra al hospital, a mí no me dejaron estar ahí. Lo esperó mi hermano. Le dijo: “¿Cómo está la abuela?”. “Ahora te dicen, entra”. Cuando entra estaba el psiquiatra, un psicólogo y una de mis mejores amigas que es psicóloga. Tuvo ahí una reacción y lo internaron. Lo internaron en el hospital.
—¿En ese mismo hospital?
—Venía con mucho consumo, entonces tuvo una abstinencia que dicen que nunca habían visto una cosa así. Lo tuvieron cuatro días dopado como para un caballo. A mí los primeros dos días no me dejaron ir y cuando fui, lo fui a abrazar. Tenía la boca seca, no quería tomar agua, se estaba deshidratando. Cuando voy lo voy a abrazar y no lo podía agarrar. Meto las manos adentro de las sábanas y estaba atado de manos, de hombros, de piernas y de pies. Después me explicaron que eso también es violación de los derechos humanos, que en realidad no se puede tener atado tanto tiempo a alguien. Lo derivaron a Pilar, a una clínica privada que por supuesto que yo no podía pagar así que hicimos un amparo para que la obra social del monotributo la cubra. Todo en paralelo. Tenés que ir a la Justicia y tenés que cuidar al pibe que se está muriendo, porque la sensación es que todos los días se puede morir. Duelás todos los días.
—Es vivir sabiendo que puede sonar el teléfono y que alguien te diga que está internado por una sobredosis.
—Sí. O que está muerto. Es tan cercana la muerte. Es tan inminente. Todo el tiempo sentís que lo tenés que despedir. Vivís duelando a un pibe vivo. Que a veces está y a veces no es él. Es enloquecedor.
“Cuando Santi tenía 8, 10 años, empecé a ver o a sentir que se me iba de las manos. No había manera de contenerlo y no había límite posible”, cuenta su madre
—¿Cómo fue la internación en Pilar? ¿Cómo salió?
—La internación en Pilar fue como un respiro para mí en algún punto porque sentía que había podido hacer algo. No es que las madres no hacemos nada y de repente pretendemos que el Estado o el sistema tenga herramientas. Estamos todo el tiempo pidiendo o intentando despabilar al sistema. Decir “che, acá los pibes se están muriendo”. Y vas con pruebas, y con más pruebas. No tienen herramientas. No hay una ley que piense en los adictos.
—¿Se bancó la internación?
—Se la bancó enojado por momentos. Empieza con salidas después de un tiempo y en una de esas salidas para quedarse más días en casa sale con una valija enorme. Lo despiden para irse por una semana conmigo y cuando llega a casa me mira y me dice: “Vos sabés que yo no voy a volver ¿no?” “No Santi, no me hagas esto, te lo pido por favor, volvé”. “No, yo no vuelvo. Me voy, dame las llaves”. Yo le rogué que no se vaya ese día. Creo que Santi se quedó porque Sofía lloraba desesperada y le pedía que no se vaya, que se quede con nosotras.
—¿Fue una situación violenta?
—No fue violenta físicamente pero fue muy violenta emocionalmente. Muchas veces era salvar a Santi o resguardar a Sofi ¿no? ¿Qué se hace en esos momentos extremos?
—¿Se quedó?
—Se quedó ese día pero después no quiso volver. Fue derecho a consumir. Se quedó, en Buenos Aires rentó un cuarto en La Boca donde había gente grande. Un día llama, estábamos en pandemia, 2020, tenía 18 ya. Que estaba fumando crack, estaba pesando 40 kilos. Que debía un montón de plata también y que lo iban a matar o que se iba a matar.
—¿Qué se hace con un hijo que te dice que se va a morir o que se va a matar, que no puede parar de consumir, que intentaste internar?
—Yo te puedo decir lo que no se hace, lo que yo nunca pude hacer es soltarlo. Mucha gente a mí me dijo “ya está Caro, es mayor, no das más, tenés a la nena chiquita. Ya está”.
—¿Te llama en esa situación y qué hacés?
—Me dice: “Me voy a matar o me van a matar” y yo le dije: “Mirá Santiago, matate. Yo no puedo más”. Llamo al papá y le digo: “Le dije esta barbaridad. Andá a buscarlo”. Se fue en mi auto a buscarlo. Lo llevó directo al campo donde él vive, con abstinencia de crack. En el hospital me dicen que estaban en pandemia, que ellos no podían recibirlo, que nos iban a dar la medicación por semana que tenía que tomar. Imaginate el desastre que fue eso.
—En tu casa.
—En la casa del papá del campo. Yo ahí sí me puse firme por Sofi, en algún punto terminás eligiendo. Yo tenía a los dos hijos rotos en ese momento.
—Sofi es muy chiquita y hay situaciones que no vamos a encarar en esta charla por protegerla, pero vos tenías dos hijos que estaban atravesando dos situaciones muy extremas, incluso desde lo judicial.
—Sí, muy dolorosas y además sin padres. El papá de Santi estaba pero con lo que podía, y lo que podía capaz que no era suficiente y Sofi sin padre porque era una bestia.
Santiago y Sofía, los hijos de Carolina Fernández. La menor fue, muchas veces, el motor para que la madre se mantuviera de pie
—En ese momento entonces Santiago se queda con su papá.
—Se queda con su papá y tiene episodios de brotes y de abstinencia sobre todo donde sí corrió riesgo el papá.
—Se puso violento.
—Sí, una vez le cortó la oreja. Otra vez lo cagó a trompadas. Él quería más pastillas. Estaba con abstinencia y esa abstinencia se debería haber tratado en un hospital.
—¿Y qué respuesta daban la policía, el hospital? ¿A quién se podía llamar?
—A todos ellos en ese orden, sin respuesta. Me acuerdo un día que el papá me avisa que Santi estaba mal. Llegué y gritaba, se agarraba la panza y gritaba, pero unos gritos desgarradores y me decía: “Mamá matame, por favor matame, no doy más. Matame”. Y yo me tenía que ir para no matarlo porque ¿qué haces cuando lo ves con un sufrimiento tan extremo?. Así, meses.
—Hasta que volvió a consumir.
—Sí. Y volvió a casa, iba a casa, iba a lo del papá, iba a casa, iba a lo de mi mamá.
—Pero vos sabías que estaba consumiendo de nuevo.
—Sí. Hasta que un día en abril él me dice que lo ayude. Se re enamoró de una chica, divina. “No la quiero perder a Sol. No quiero consumir más, ayúdame”. Y ahí otra vez aparece esta cosa inocente, que la tenemos para sobrevivir. Leo un texto que hablaba de que el dolor se va por las manos, entonces le propongo hacer un espacio para hacer cerámica. Él quería cantar, cantaba, hacía temas, componía. Se iba encauzando.
Carolina piensa que la cárcel es un refugio para Santi: “Al menos al principio. Porque tenía algo de no tener freno. Iba a terminar preso o muerto en ese momento”
—Había una situación familiar que funcionaba pero no había tratamiento.
—Nada. No había manera de que él arranque tratamiento porque no quería.
—Con lo cual él seguía consumiendo.
—En el medio, ahí, mientras hacemos todo esto yo hago presentaciones a la Justicia y exijo tratamiento porque había tenido episodios de violencia.
—¿Con ustedes?
—Sí, conmigo.
—¿Cómo es que tu hijo sea violento con vos?
—Te querés morir. Sí, te querés morir. A mí me agarraban unos ataques, cuando yo ya sabía que él se iba a poner violento, que capaz que pasaba a las manos, me agarraba fuerte y yo sentía que me quedaba sin aire. Yo me iba en seco. Caía redonda al piso y no podía respirar. Perdía la conciencia un ratito. Y después Santi me cuenta que empezaba a respirar con dificultad hasta que volvía. Me acuerdo muchas veces que volví y Santi estaba llorando al lado mío pidiéndome perdón. Sofi se acuerda de una vez que Santi llamó a la ambulancia y cuando llegó yo ya me estaba despertando. Que tu hijo sea violento con vos es como que ya no queda nada para hacer, ahí sí que sentís que lo único que querés es morirte. Yo creo que no me maté por Sofi.
—¿Qué respuesta te da la Justicia en ese momento? ¿Cómo te ayudan?
—No había solución porque lo que me decían es que por la ley como era mayor tenía que ir por sus propios medios a terapia. No era que yo estaba denunciando que mi hijo me había agarrado del cuello, estaba denunciando algo mucho más grave que era que mi hijo se estaba muriendo.
—¿En qué momento te enterás que Santiago está vendiendo estupefacientes también?
—Me entero con el allanamiento en realidad.
—¿Llega un allanamiento a tu casa?
—Sí. Tal vez si me hubiese puesto a pensar cuánta plata le sale a un pibe ser adicto hoy me hubiera dado cuenta. La respuesta la saben perfectamente en la Justicia. Por eso digo que a los chicos adictos los quieren presos o muertos, porque dejan que lleguen al extremo donde se matan, hay casos de pibes que se han suicidado.
—¿Cómo fue ese día?
—El 5 de agosto del 2021 estaba volviendo y me llama una vecina y me dice: “Carito, están allanando tu casa”. “¿Qué?” Llego a casa, puerta rota, montón de autos de gente de Prefectura. Santi se había ido a trabajar a la chacra de un amigo mío, Facu, a cortar leña. Se sentía re orgulloso de que iba a cortar leña todos los días y venía con 800 pesos a casa. Habían montado una oficina, todo dado vuelta. Orden de allanamiento y detención. Santi llega de cortar leña, que se podría haber ido tranquilamente porque llega y ve todo el circo que habían armado alrededor de casa. Baja con Facu. Se quedan en la vereda un minuto, Santiago respira y entra. Revisaron, no había nada. Un allanamiento simultáneo hicieron en lo de mi mamá. No había nada en la casa de mi mamá. Se llevaron una licuadora con espinaca pensando que era marihuana. Dos hojas de marihuana había en casa creo. Él le da los 800 pesos a Sol. Le leen los derechos. Se lo llevan a Prefectura. Cuando lo esposaron sentí que el sistema estaba esperando eso. Que no iba a encontrar más a mi hijo. Que lo estaba perdiendo. Y empezó una película de terror. Empecé a dar manotazos para todos lados para salvarlo de la cárcel. Para demostrar que mi hijo era adicto y que no tenía que estar en la cárcel. Y en el mientras tanto en vez de estar dos días en Prefectura de Ingeniero White, que es un lugar que no está preparado para tener a alguien detenido, Santi estuvo 60 días en un lugar donde fue una perito psicóloga y cuando volvió dijo: “A Santiago lo están torturando”. De ahí lo llevan al penal de Saavedra. Está un mes y medio en Saavedra. Y ahí consigo la domiciliaria.
—Todo este tiempo sin tratamiento.
—Con un tratamiento bestial porque era sin verlo, sin revisarlo. Llegaba y a veces lo veía todo inflado y que no estaba muy lúcido. Otras veces estaba muy mal. Muchas veces se cortó bastante. Se quiso matar dos o tres veces. Me estoy acordando ahora, hay vericuetos en la cabeza que hacen que yo no me acuerde de todo eso.
—Y una se protege como puede ¿no?
—Se quiso matar dos o tres veces. La perito psicóloga me acompañó muchísimo en ese período. El informe es tremendo. Estaba tomando nueve antipsicóticos por día.
“Que tu hijo sea violento con vos es como que ya no queda nada para hacer, ahí sí que sentís que lo único que querés es morirte. Yo creo que no me maté por Sofi”, dice Carolina
—¿Cuál era la carátula, de qué se lo acusaba?
—De comercialización. Santi usaba Instagram, en historias ponía lo que vendía. Y eso lo toman como prueba.
—Él contaba en sus redes sociales que vendía droga.
—Claro. Decía tengo tanto, vendo tanto a tanto. Una persona que está en sus cabales no hace eso. Es evidente que no hace eso. En el medio de esto conseguimos la domiciliaria exigiendo un tratamiento integral. Lo traen con la tobillera pero él vuelve raro. Vuelve muy puesto en el lugar de un pibe que estuvo preso.
—¿Cuál es el lugar de alguien que estuvo preso? ¿Cómo es?
—Vi un pibe altanero. Un pibe más soberbio. Un pibe que ya no le importaba nada. Era un pibe desafectado. No pudimos sostener la domiciliaria porque él es un pibe adicto, entonces pidió cocaína a casa y fue un desastre. Terminamos con Sofi arriba encerradas en el cuarto porque yo tenía mucho miedo. Y en uno de los episodios violentos llamé al jefe de salud mental. Estuvo en el hospital otros 45 días y ahí logramos que vaya a Prisma que es un lugar que debería tener el sistema penitenciario también ordinario, no solo el federal. Es un espacio dentro del servicio penitenciario de Ezeiza donde solamente hay 26 personas arriba y 26 personas abajo, nada más, para todo el país.
—¿Hoy está ahí?
—No. Estuvo ahí un tiempo largo donde no entra droga. Estaba con tratamiento. Pero había personas que tenían situaciones de salud mental más complejas. Lo que me dicen es que no lo pudieron contener y un día me llaman para avisarme que lo habían trasladado, que se lo había llevado un patrullero. Estuve dos días sin saber dónde estaba. Esos días fueron enloquecedores. Me imaginaba que lo habían cagado a trompadas. No sabía si estaba vivo, si estaba muerto. Desde ahí que está en el penal de Floresta de Bahía Blanca. Hace un año.
Carolina siente un alivio con su hijo preso: “Duermo. Antes no dormía. Ahora sí. Que esté en un espacio, no sé si contenido, pero en un espacio donde no lo van a acribillar porque debe por merca, a mí me deja dormir”
—¿Hubo condena?
—Sí. Hubo un juicio abreviado. Lo tiene que proponer la fiscalía pero hubo charlas para que se proponga ese juicio abreviado porque era la manera que nosotros encontrábamos para que haga un tratamiento. Él quiso el juicio abreviado con tratamiento. Él lo aceptó.
—Porque si no se enfrentaba también a una condena mucho mayor.
—O a una libertad. Era muy probable que a Santi lo liberen en juicio por jurados. Ahora, ¿un pibe que está en esas condiciones puede afrontar un juicio oral de varios días con testimonios?
—¿En algún momento como mamá tuviste la fantasía de que él esté preso podía ser un alivio para vos, que estando preso podía curarse?
—En un momento sí, en varios momentos pensé que la cárcel en algún punto fue un refugio para Santi. Al menos al principio. Porque tenía algo de no tener freno. Santi iba a terminar preso o muerto en ese momento. Yo quería que esté con domiciliaria en casa y que haga un tratamiento.
—Sí, pero no podía.
—No se pudo. Eso hubiese sido re positivo si era inmediato. Si él no hubiese estado 60 días torturado en Prefectura ni otros 60 días en una cárcel ¿no?
—Ya había estado también en tu casa y no podía.
—No. Durante mucho tiempo fantaseé con la posibilidad de que Santi se muera. Yo no veía otra salida. Al menos para criar a Sofi.
La familia de Carolina Fernández, periodista, actriz y locutora
—¿Cuándo vos decís fantaseé con la posibilidad de que Santi se muera era un lugar de un cierto alivio para vos?
—Sí. ¿Viste cuando no das más que decís “me quiero morir”, porque querés descansar? Era más o menos eso.
—Es que es muy agotador ser su mamá.
—Sí, y para él también era muy agotador vivir. Yo lo veía sufriendo. Me parece que lo más enloquecedor para una mamá es ver a tu hijo sufriendo. Cambié esa fantasía de que Santi se muera por el deseo de que Santi siga viviendo hoy. Este tiempo hizo que empiece a reencontrarme con un Santiago más grande, con un Santiago que en muchas oportunidades durante este tiempo me contuvo él a mí él estando preso.
—Le dan 4 años y 8 meses y ¿cuánto tiempo lleva cumplido?
—Sí. El 5 de agosto cumplió 2 años.
—¿Quién es Santiago hoy?
—Es por un lado ese pibe que me dice “te amo” diez veces por día y que me hace videollamadas y nos volvemos a reír. No lo vi durante todo este tiempo. Él no quiere que vaya a Floresta. Es el pibe que me dice que ahorre, que vamos a comprar un motorhome y nos vamos a ir a una playa. El que habla con Sofi y a Sofi se le ilumina la cara. Y también es un pibe que durante días tampoco me habla. De repente desaparece y yo no sé qué le está pasando ahí adentro. A veces no lo noto tan bien y tengo miedo. El Santiago que salga es el Santiago producto del servicio penitenciario y es una incógnita. Ojalá que sea ese pibe que me llama y que me dice que cuando era chiquito él fue feliz, que no me preocupe. Que yo fui una buena mamá. Que él a mí me diga que yo fui una buena mamá es un gran motivo para seguir viviendo y para esperarlo.
—La cárcel tiene que buscar que todos quienes hayan cometido un delito habiendo cumplido su condena puedan salir mejor y reinsertarse en la sociedad. A veces sentimos que algunas cárceles son universidades del delito. Sale curado o…
—O sale profesionalizado, claro. Las cárceles están para eso, para que luego se puedan reinsertar en la sociedad. Pero yo me pregunto: ¿la cárcel es un lugar para un pibe adicto? Acá el problema es que se está viendo el delito de comercialización y no se está viendo el iceberg que hay que es que los pibes esos son adictos y que comercializan para cubrir una adicción, una enfermedad.
—¿Vos hoy sentís que Santi va a salir sanado o te asusta?
—Las dos cosas. Pero hoy por mi vida, por la vida de Sofi y más que nada por la vida de Santi elijo creer que va a salir sanado porque necesito que él sienta que yo tengo fe en él.
—¿Sentís que está cuidado adentro?
—Siento que él se sabe cuidar. No sé si es bueno o malo eso pero sé que él se sabe cuidar. Hay riesgos por supuesto.
—No debiera suceder, pero ¿sabés si él consume adentro?
—No lo sé y si lo supiese tampoco lo respondería porque no lo pondría en riesgo a él nunca.
—Cuidándolo como desde que tenía 8 años y entendiste que algo…
—No estaba bien.
“El Santiago que salga es el Santiago producto del servicio penitenciario y es una incógnita. Ojalá sea ese pibe que me dice que cuando era chiquito él fue feliz, que yo fui una buena mamá”, relata la mujer
—¿Cómo te imaginas ese encuentro cuando suceda?
—Me lo imagino como algo muy cotidiano porque nosotros hablamos, si vos vieras una videollamada nuestra.
—Él tiene teléfono porque durante la pandemia los detenidos empezaron a tener teléfonos ¿no?
—Exacto. Tiene teléfono y hacemos videollamadas todos los días. O casi todos, cuando no desaparece unos días. Hacemos videollamada y nos reímos y yo como de este lado y él me muestra que está tomando una chocolatada con cereales. Hacemos pedidos de supermercado. Habla con Sofi y se ríe, y se ríe de mis pelos. Y me dice que estoy más vieja. Y tomamos mate cada uno de un lado.
—Por un ratito es un adolescente normal.
—Sí y tenemos una relación re linda por momentos.
—Si tiene teléfono seguramente va a poder ver esta charla.
—Seguramente. Sabe que venía acá.
—¿Y qué dijo de que venías a contar la historia de los dos? ¿Pidió algo?
—No. Él lo que quiere es una oportunidad para empezar a salir y vernos. Así que me parece que el primer paso es eso. De poder ver a mi mamá, a mi papá, a su hermana, a su papá.
—Caro, con el dolor que implica que un hijo esté detenido: ¿dio algo de alivio que no esté toda la responsabilidad en vos? Porque vos hoy decís, el Santi que salga es hijo del servicio penitenciario.
—Sí. Hay un alivio. Duermo. Yo antes no dormía. Ahora duermo. Santi ya es mayor de edad entonces que esté en un espacio, no sé si contenido, pero en un espacio donde no lo van a acribillar porque debe por merca, a mí me deja dormir.
—¿Hay algo que quieras decir que no te haya preguntado que sientas que es importante contar?
—Ojalá que se haga algo para que los chicos no lleguen a estar presos porque estamos vulnerando a las infancias. Estamos matando a niños con este sistema.
Por Tatiana Schapiro-Infobae