Misiones Para Todos

Una noche de sexo a los 16 años, un aborto y la vuelta del pasado cuando se enamoró: ¿cómo decirle que fue con su hermano?

Luego de muchos fracasos, Ludmila conoció a Andrés y creyó olvidar aquel episodio de la adolescencia que la atormentaba. Pero todo resurgió al saber quién era su cuñado. La prueba de fuego de la relación. Y la decisión que tomaron de a dos

De pronto, ella estalló en llanto y él quedó petrificado por lo inesperado de la situación. Acababan de tener relaciones sexuales. Habían sido dulces y pasionales al mismo tiempo. Ludmila (37, soltera) había quedado de espaldas a él, semicubierta por el edredón, mirando hacia la ventana. Las luces de la ciudad dibujaban cinturones chispeantes y amarillos detrás del vidrio del noveno piso. Andrés (40, separado, padre de dos chicas) se sentía bien, relajado, mientras observaba cómo dibujaba figuras la cascada de pelo largo de ella sobre la cama cuando, sin previo aviso, la escuchó explotar en sollozos. Sus hombros, de contornos dorados a contraluz, comenzaron a moverse al compás convulsivo del llanto. Espasmos de lágrimas con gemidos.

Andrés no supo qué hacer. La conocía desde hacía poco, un mes y algo quizá, se habían visto cuatro o cinco veces antes de llegar a la cama. A él le encantaba la forma de ser de Ludmila, alegre, libre, sin rollos. Hasta esta madrugada. ¿Qué podía haber pasado?

Para entenderlo, antes, hay que conocer a los protagonistas.

La jefa sale a correr

Ludmila es la jefa de comercial de un importante laboratorio internacional. Lo laboral siempre se le dio bien, pero en lo personal viene de tener infinitas relaciones frustradas.

“Siempre elijo mal”, resume a modo de autorreproche, “Cuando no era un vago, resultaba un fóbico que escapaba a la primera de cambio con la convicción de que yo estoy corriendo desesperada para subirme al último vagón del tren para tener hijos y una familia. Nefasto”.

Ludmila y Andrés se conocieron en un grupo de running. Para ambos fue volver a tener la oportunidad de ser felices (Imagen Ilustrativa Infobae)Ludmila y Andrés se conocieron en un grupo de running. Para ambos fue volver a tener la oportunidad de ser felices (Imagen Ilustrativa Infobae)

Las citas por aplicaciones resultaron un fiasco demasiadas veces. Los amigos de las amigas, también. Por eso, cuando conoció a Andrés en un grupo de runners, pensó que era la forma ideal de enganchar con alguien: “¡Al menos compartíamos el deseo desaforado por llegar a una meta!”, confiesa riendo a carcajadas.

Se vieron tres veces y siempre eran muchos los presentes, hasta que Ludmila le preguntó su nombre y apellido y en qué trabajaba. Estaba en una financiera desde hacía años, le iba considerablemente bien, era separado desde hacía unos cinco años y tenía dos hijas de 8 y 10 años.

“El tema fue que cuando me dijo su apellido alemán fue un shock. Imposible que no me recordara mi terrible angustia existencial, la que me acompaña desde mi adolescencia”, explica Ludmila.

Noche con consecuencias

Ludmila tenía 16 años, e iba a un colegio de zona norte donde cursaba 4 año, cuando en una fiesta conoció a un chico de su misma edad llamado Nico. Ese adolescente llevaba el mismo apellido de Andrés, el del grupo de corredores que acababa de conocer ahora. Pero sigamos en el pasado. En aquella fiesta, después de unos besos torpes y risas, medio borrachos, detrás de unos arbustos de ese club, los adolescentes inexpertos, terminaron teniendo relaciones. Fue un sexo veloz y sin mucho preámbulo. Para Ludmila, de 16 años, era la segunda vez, la primera había sido con un compañero de clase unos cinco meses antes y todo había salido medianamente bien. No sabía cómo cuidarse ni le pareció demasiado importante para algo ocasional: “Yo creía que quedarse embarazada era algo extremadamente difícil porque mi vieja para tener a sus tres hijos había hecho peripecias y deambulado por muchos médicos. ¡Había crecido escuchando lo difícil que era quedar embarazada!”, confiesa hoy. Esta vez las cosas fueron distintas a esa primera ocasión y el desliz en el club trajo aparejado consecuencias vitales. Pocas semanas más tarde Ludmila descubrió que no le venía la menstruación. Un test de embarazo, realizado con la ayuda de una amiga y a escondidas del resto, confirmó la presunción.

Nico -el hermano de Andrés- y Ludmila se conocieron en un baile escolar. Tuvieron sexo y ella quedó embarazada. El joven nunca se enteró (Imagen Ilustrativa Infobae)Nico -el hermano de Andrés- y Ludmila se conocieron en un baile escolar. Tuvieron sexo y ella quedó embarazada. El joven nunca se enteró (Imagen Ilustrativa Infobae)

El mundo se detuvo para Ludmila. Ahora, ¿qué iba a hacer?

“¡Puedo recordar que sentí el corazón golpeando en mi como pidiendo permiso para escapar de entre mis costillas! Era una locura. Bajé a despedir a mi amiga sin emitir una palabra. Las dos en silencio. No me llegaban los ruidos de los autos ni los bondis que pasaban a mi alrededor, estaba como en una extraña burbuja de silencio. Es una sensación que jamás podré olvidar. No sé si era miedo exactamente, pero era como vivir algo totalmente irreal, como una película que yo miraba desde mi esfera insonorizada. No lloré, no protesté, no me lamenté. No atiné a hacer nada. Me senté en mi cuarto y solo sentí que quería estar con mi mamá. No quería tener ese bebé que empezaba a gestarse en mi interior. No podía tener un hijo, ni deseaba tenerlo. Jamás me había planteado si estaba a favor o en contra del aborto, soy cero politizada y nunca fui demasiado religiosa. Ni soy de portar banderas de nada. En el colegio teníamos catequesis, pero en casa éramos más bien ateos. Mi papá era científico e incrédulo. Yo tenía la íntima convicción de que no quería ser madre en ese momento… ¿Cómo se hacía para no tener un bebé? No había muchas alternativas. No tenía dinero, no trabajaba, estaba todavía en el colegio… Debía pedirle ayuda a mamá. Fue lo único que se me ocurrió. Mamá me iba a ayudar porque es de las personas que escuchan y no se escandaliza demasiado como las madres de otras amigas que vivían estigmatizando al que piensa distinto. Tenía la suerte de tener una madre reflexiva, abierta. Mi vieja no es una persona severa, para nada. Si bien después ambas nos dimos cuenta de que ella se equivocó porque no me había enseñado a cuidarme como debía, porque a ella no se le ocurrió que hubiera peligros porque yo no estaba de novia. Pensó erróneamete que, a esa edad, sin novio no había riesgo de sexo. Yo no sabía cómo encararla ni qué podía decirme ella cuando le contara que estaba embarazada de un chico cualquiera, que solo sabía su nombre, y que quería hacerme un aborto”.

Ludmila no vio otra salida y esa noche, cuando todos se fueron a dormir, le pidió a su madre hablar a solas. Salieron a dar una vuelta a la manzana y le contó todo. Dieron infinidad de vueltas iguales, las mismas cuadras con silencios repartidos cada tanto y el tumulto interno de sentimientos encontrados.

El hijo que no fue

Perla fue expeditiva. Superó sin decir mucho la sorpresa y le prometió a su hija apoyo incondicional. Primero se aseguró que ella le dijera con sinceridad si no quería tener al bebé. Cuando quedó clara su decisión, se dedicó a organizar cómo hacerlo. Tenía contactos y los medios necesarios. Evitó exponerla ante su marido y sus otros dos hijos varones. Lo hicieron a escondidas y no le soltó la mano ni por un segundo. La mejor amiga de Ludmila era la única que conocía el secreto y aportó su compañía.

La madre de Ludmila era una mujer comprensiva y la acompañó a practicarse el aborto. La joven no quería tener a ese hijo. Fue un secreto que sólo ellas y una amiga guardaron durante años (Imagen Ilustrativa Infobae)La madre de Ludmila era una mujer comprensiva y la acompañó a practicarse el aborto. La joven no quería tener a ese hijo. Fue un secreto que sólo ellas y una amiga guardaron durante años (Imagen Ilustrativa Infobae)

Pero “el secreto” que mantuvieron a cal y canto, años después, comenzó a hacer estragos en la psicología de Ludmila.

“Al principio no sentí nada, fue alivio solamente de ver que mi vida seguía como antes. Pero, cuando un par de años más tarde empecé a sumar fracasos amorosos e intentos fallidos de noviazgos, empecé a maquinar que era un castigo divino por haberme hecho ese aborto. Imaginaba que ese dios, en quien no creía demasiado, se vengaba. Era un divague, pero todo eso generaba mucho ruido en mi cabeza. Además, cada vez que tenía relaciones experimentaba el miedo espantoso de volver a quedar embarazada aunque tomaba pastillas. Ridículo, pero eso sentía. De alguna manera sentía que me merecía lo que me pasaba. Me deprimí por primera vez a los 22 años, a los 26 la segunda y, a los 32, la última que fue la peor. Me medicaron. No hablaba nunca con mamá ni con mi amiga del alma de lo que había pasado ni de lo que sentía. Había barrido todo debajo de una alfombra, pero la psiquiatra lo sacó a la luz. Veía un bebé y se me retorcía la panza. No era que yo quisiera tener un hijo en ese momento, pero pensaba que el destino me lo ponía delante a propósito, para que viera lo que pasa cuando uno no hace las cosas bien. Encima mis amigas del colegio ya se habían empezado a casar y a tener hijos. Muchas eran claramente anti aborto, otras pro, pero esas discusiones a mí me callaban. Me cosía la boca y jamás opinaba, ni a favor ni en contra. No podía. Era un nudo que tenía en mi estómago que no podía desatar. Me sentía juzgada, aunque nadie lo sabía. Era algo mío, algo que tenía que resolver en mi cabeza”.

Llanto en la madrugada

En un momento cambió de terapeuta y la cosa mejoró notablemente. Empezó a sentirse mejor y a aceptar que su decisión no podía generar nada de lo malo que le pasaba en su relación con los hombres.

“En algún momento hice un click y empecé a ver lo ocurrido desde otro lugar. Me amigué conmigo misma. Las cosas mejoraron muchísimo en los dos años siguientes. Fue en medio de esta etapa que me sumé al grupo de corredores al que un día llegó Andrés. El del apellido alemán. Enseguida pensé que podía ser hermano de aquel chico del que había quedado embarazada, pero no quise preguntar. Al comienzo, negué el asunto. Pegamos onda y entonces me dije que mi pasado no me condenaba, que tenía que permitirme ser feliz. Seguí adelante y coqueteé con él. Andrés es lo más divertido y alegre que se puede ser. Finalmente, un día de esos me invitó a salir y una noche, en su depto, tuvimos relaciones por primera vez. Fue entonces que me pasó eso de que el corazón me explotó y se me convirtió en agua. Lloré sin consuelo. Fue una reacción que no pude manejar. Me sentía una loca…”

Andrés quedó desconcertado.

“Él no sabía qué hacer ni qué me pasaba. Así que cuando me calmé le pregunté si su hermano se llamaba Nico, si tenía mi edad. A todo respondió que sí. Ahogada, decidí que era el momento adecuado para contarle todo con lujo de detalles. Para que él pudiera decidir qué hacer con la relación que nacía y si quería seguir adelante”, relata emocionada.

La noche que tuvieron sexo por primera vez, Ludmila se puso a llorar desconsolada. Andrés la contuvo y allí se enteró que había quedado embarazada de Nico, su hermano (Imagen Ilustrativa Infobae)La noche que tuvieron sexo por primera vez, Ludmila se puso a llorar desconsolada. Andrés la contuvo y allí se enteró que había quedado embarazada de Nico, su hermano (Imagen Ilustrativa Infobae)

Digerir el pasado

La primera reacción de Andrés fue de sorpresa absoluta. Había tenido relaciones con una chica que le encantaba, la primera en mucho tiempo que le sacaba chispas a sus emociones y, ahora, ella le contaba en medio de un mar de lágrimas que había abortado a un bebé de su hermano menor lustros atrás. Era como una novela. Su posible pareja había estado embarazada de un posible sobrino suyo. Algo difícil de digerir en un rato.

“Me miró y me escuchó con atención. Se quedó petrificado. Me dijo que estuviera tranquila, que él quería procesar lo que le había contado. Que no iba a huir, pero que tenía que pensar. Ver qué sentía y cómo lo asimilaba. Me advirtió que yo también debía pensarlo y hablarlo con mi psicólogo”, revela Ludmila.

Se separaron con una sensación fea: quizá no se vieran nunca más, quizá eso terminaba ahí. Punto. Fue como una despedida.

Ludmila pasó esa semana mal, llorando de a ratos a escondidas en el baño de su trabajo. Andrés no lo vivió nada bien tampoco. No fueron al grupo de correr durante ese tiempo.

Unos quince días después él la llamó. Quería tomar algo con ella y conversar. La buscó con el auto al salir del trabajo y se dirigieron a un sitio sobre el río. Era una noche apacible y tranquila.

“Me dijo que tenía muchas ganas de seguir saliendo conmigo, que no quería abandonar nuestra historia sin probar si funcionaba. Que aquel trauma de mi adolescencia no debía ser un obstáculo. Que él creía que yo había ejercido mi derecho de no tener ese bebé. También sostuvo que no pensaba hablar de esto con nadie más, porque consideraba que era un hecho privadísimo de mi vida. Que si yo estaba de acuerdo, podíamos intentar y ver qué nos pasaba. Si funcionaba y yo algún día tenía que encontrarme con mi cuñado no debíamos remover el pasado lejano porque, de hecho, Nico jamás había sabido del embarazo. Nico ya está casado y con hijos y no sería justo, reflexionó Andrés, someterlo a esto. Estuve totalmente de acuerdo porque tenía muy claro que habíamos sido dos adolescentes inconscientes, no era que él se había portado mal conmigo. Había sido un rapto de pasión de dos chicos que no sabían de la vida. Yo no sentía rencores ni tenía revanchas para con Nicolás, solo tenía el tema irresuelto en mi cabeza de mi decisión”, aclara.

Después de un impasse por el shock de la noticia, hoy la pareja de Ludmila y Andrés marcha mejor que nunca y hacen tratamientos para tener un hijo. Jamás le contaron a Nico lo sucedido en el pasado. Si éste la reconoció, tampoco lo dijo (Imagen Ilustrativa Infobae)Después de un impasse por el shock de la noticia, hoy la pareja de Ludmila y Andrés marcha mejor que nunca y hacen tratamientos para tener un hijo. Jamás le contaron a Nico lo sucedido en el pasado. Si éste la reconoció, tampoco lo dijo (Imagen Ilustrativa Infobae)

Al poco tiempo Andrés y Ludmila se fueron a vivir juntos. Intentaron tener hijos, pero ella no ha logrado todavía quedar embarazada. Hoy están con el segundo intento in vitro.

“A Nico lo veo con cotidianidad, pero jamás hablamos de esa noche de la adolescencia. Supongo que él se acordará, pero estábamos demasiado alcoholizados. Después de todo éramos dos desconocidos y hoy somos cuñados. Jamás sabrá que llevé un bebé suyo en mi panza. Las vueltas de la vida son increíbles. Estoy muy bien de ánimo desde hace tiempo y estamos muy enamorados con Andrés. Es el gran amor de mi vida y el que conoce todos mis secretos. Seguiremos intentando tener hijos, creo que es lo único que me falta a mí para sentir que soy plenamente feliz. Pero también aceptaré si las cosas no se dan de esa manera. Sé que muchas mujeres habrán atravesado cosas parecidas por eso me atrevo a contarlo. Hoy estoy en paz conmigo misma”.

Por Carolina Balbiani-Infobae