Misiones Para Todos

Una relación apasionada desde el colegio con separaciones, reencuentros y una ilusión

Ana iba a un colegio de monjas y Pablo a uno de curas en Belgrano. Se conocieron a la salida del secundario y a ella fue el primer chico que le gustó. Después, la vida los llevó por distintos caminos, aunque en las décadas siguientes volvieron a cruzarse muchas veces. De negarse a un beso a vivir experiencias sexuales desenfrenadas, el adiós y la pregunta que hoy ella se hace: “¿continuará?”

“Soy leonina: nací el 8 del 8 de 1981, en Palermo”, se presenta Ana, que fue toda su vida al colegio Las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, en Belgrano. “Antes era de mujeres solas aunque ahora ya es mixto”. Nieta de inmigrantes italianos y españoles e hija de abogados. “Fui al colegio de mujeres; no tengo primos, no fui a un club, nunca había hablado con hombres más que con mi hermano dos años más chico. Entonces, a los 12 años le pregunté a mi mamá si yo podía hablar con hombres”, recuerda Ana, y explica que a la salida de la escuela se acercaban los varones del otro colegio. “Mamá me miró y me dijo, ‘¿Cómo no vas a poder hablar con hombres?’”. Lo que para cualquiera era normal, para Ana no. “Estábamos en séptimo grado y a mis compañeras las mamás no las dejaban cruzar la calle para ir a hablar… Yo era una de las pocas que dejaban”, cuenta triunfante. Así, teniendo el visto bueno, Ana atravesó la calle, con ella un poco los límites, y todo cambió.

En el último año de la primaria, esa época en la que al ser los más grandes de algo nos sentimos los amos del Universo, los chicos del colegio de curas las iban a buscar a la salida. “Los varones iban a uno que está en Cuba y Pampa. Nuestra competencia era el colegio de la Misericordia, también de otras mujeres, y ellos venían caminando desde su colegio hasta Maure y Villanueva, al paredón de la parroquia de San Benito. Entonces las que estábamos adentro del colegio, porque no podíamos salir hasta que nos venían a buscar a las 5, algunas nos escapábamos y cruzábamos para hablar con los chicos que venían en un grupo de 10 más o menos”, cuenta con picardía. “De mis amigas, sólo éramos la ‘Colo’, que tenía una hermana más grande, y yo las que hablábamos, el resto no hablaba, eran muy tímidas”, explica lo que un niño de hoy no podría comprender y dice, describiendo a los varones: “O sea, eran extraterrestres”. Así, la esquina de Belgrano se alborotaba con las nenas de jumper y corbata azul y los nenes de pantaloncitos gris. “La primera vez que lo vi a Pablo él tenía aparatos movibles, llevaba la cajita colgando de los aparatos, y tenía los labios pintados de jugo de naranja”, detalla como una adolescente. Ana empezaba a volver sola a su casa en colectivo. Y recuerda: “él me acompañó hasta la parada del 15″.

En aquella época los alumnos de esos colegios iban a bailar a una matiné de un salón español del barrio, y la misión en “el paredón de la parroquia” era averiguar quiénes iban, “la primera vez éramos tres o cuatro, después fueron 10, después 15, y hacia fin de año ya estábamos los 30 chicos y chicas charlando frente el colegio”, describe lo que transcurrió en 1994. En los bailes todos esperaban el final porque sonaban los lentos. Ya para mediados de año las “parejitas” estaban conformadas, entonces una noche al ritmo de Chayanne y Luis Miguel, Pablo, que oficiaba de celestino, se acercó a preguntarle a Ana quién le gustaba. “Y yo le respondí que se lo decía al oído, y cuando se acercó, sin dudarlo, le dije, ‘Vos’”, recuerda.

Del otro lado la tribuna masculina se quedó esperando la información que nunca llegó. Pablo, “rojo como un tomate”, enmudeció. “Él no era de bailar, pero si me sacaba movía la cabeza de costado, era muy chapado a la antigua, muy caballero, me encantaba”, cuenta. Y agrega: “Una vez de Luján me trajo un anillo con la inicial de mi nombre, una cadenita que decía ‘Amor’, recuerdos que todavía conservo”. Así, los adolescentes iniciaron su etapa de “amigovios”. Pero, se apresura a aclarar, “no nos dábamos besos ahí”. Tuvieron su primera “rateada” del colegio para salir a almorzar juntos, compartían fiestas y salidas con amigos. “Cuando había una reunión en una casa, me encerraban en el baño con él, y yo decía, ‘Pará, mi primer beso en un baño ni loca’. Además, yo tenía aparatos fijos y no quería un beso con los brackets. Todos sabían que éramos parejita”. Mientras los demás iban cortando, “nosotros llegamos a diciembre juntos y él quería darme mi primer beso”, cuenta Ana y explica que con la excusa de la ortodoncia se contenía. “Yo no me animaba. No es que no quisiera pero lo dejaba de plantón al finalizar los bailes diciéndole que se lo iba a dar, y subía rápido al auto de papá para irme”.

Una vez terminadas las clases sus compañeras le dijeron, “dejalo libre, si es tuyo va a volver, sino nunca lo fue”. A los 13 años lo que dicen tus amigas es palabra santa, así fue que Ana “llorando mares”, desde el balcón del San Benito, tragó saliva y apuntando a la mirada de su galán abajo de la barranca, le hizo “corto mano, corto fierro”, y así terminaron, “sin hablar, ni nada”.

La fiesta de 15 de Ana fue el inicio de una relación de novios con Pablo (Imagen Ilustrativa Infobae)La fiesta de 15 de Ana fue el inicio de una relación de novios con Pablo (Imagen Ilustrativa Infobae)

Llegaron las vacaciones y Ana se fue a veranear a Mar del Plata. “Lo llamé por teléfono desde allá, mi papá tenía el teléfono con candado para que no lo usáramos y yo aprendí cómo hacer para discar igual presionando la horquilla”, explica pulsando repetidas veces una tecla imaginaria. “Él estaba con fiebre y me preguntó por qué lo había dejado, y le dije que fue lo que me indicaron que hiciera”, cuenta recogiendo los hombros. Tuvieron una linda charla pero cuando terminaron las vacaciones, comenzó la secundaria y con ella las primeras desilusiones. “Empezó primer año y me enteré que él estaba con Juana, otra chica del curso de al lado”, admite. Y enseguida se consuela: “Igual sabía que era porque yo no le había dado el primer beso, y además lo había dejado”. Ana seguía pendiente de los movimientos de Pablo. Lo veía en todos lados, en el barrio, en fiestas de amigos en común, en Caix, el boliche de onda. “Al terminar el primer año del secundario, en medio de una guerra de huevos, me tiró un huevazo que nunca olvidaré”, atesora.

Hasta que llegaron los 15: “Mis papás me organizaron ‘La Fiesta’”. El tema era que Ana no tenía muchos amigos varones así que tuvo una idea: “Decidí pedirle a Pablo que por favor viniera, que era importante para mí y que trajera muchos amigos. De 30 mujeres de mi curso tuve que dejar a 10 afuera para que entraran 10 amigos de él. Creo que fue más su fiesta que la mía pero yo quería que él estuviera”, dice con cariño. “Aún recuerdo el momento en que me alcanzó el regalo. Siempre me gustó la música y como tenía que ser me regaló un CD que aún conservo: Mi vida loca, de los Auténticos Decadentes”, cuenta melancólica, “Aunque no me sacó a bailar el vals, ¡y eso no se lo voy a perdonar nunca!”.

Ese fue un año difícil: estaba naciendo la media hermana de Ana, a la vez que falleció el papá de Pablo. “Cuando me enteré no dudé en llamarlo. Nos vimos, nos abrazamos y nos dimos todos los besos eternos que habían quedado pendientes… chapamos fuerte”, aclarando que ya no tenía los fastidiosos aparatos en su boca. Fueron un par de encuentros y volvió el verano.

“A mis 15 no me faltaban pretendientes, y a él tampoco chicas que quisieran conquistarlo”, razona. Separados por las familias, Ana tuvo sus vacaciones, como siempre, en Mar del Plata, y ahí la acción, “Un chico que me gustaba desde los pañales, hijo de amigos de mis padres, me pidió ser la novia”, señala con precisión, “pero me dijo todas las palabras: ‘¿Querés-ser-mi-novia?’”, expone cada vocablo con la trascendencia de escuchar esa frase a los 15 años. Además, reconoce que aquel chico en la actualidad es un galán de novelas colombianas, dejando entrever que no podía dejar pasar semejante oferta. “Evalué que Pablo nunca puso rótulo a lo que nos pasaba, y por ende estaba libre y acepté”.

Luego, sus vacaciones la llevaron a Pinamar por primera vez y, casualidades del Universo, exactamente al mismo lugar que su pretendiente primario, “Sin saber dónde se iría Pablo de vacaciones, caí en el mismo balneario, fue increíble… no podía mantenerle la vista. Cada vez que levantaba los ojos lo veía porque estaba en una carpa del mismo patio”. Los adolescentes encendidos se cruzaban de día en Perico, el balneario, y de noche en Ku, la mítica discoteca que atraía a la política y la farándula de la década del 90. Sólo intercambiaban miradas pero ninguno hablaba. “Estaba enamorada de Pablo pero me molestaba que no quisiera algo más formal, y cuando lo vi me quise matar, jamás me imaginé que lo iba a encontrar en Pinamar”, asume, y sigue, “Él me saludó como de lejos y fueron 15 días de verlo en Ku y en la playa pero sin cruzar una palabra. Yo porque estaba de novia y él porque no habrá sabido qué pasaba”.

Llegó marzo y de vuelta a clases. “Ahí supe que Pablo estaba de novio con otra chica del colegio y sentí que esta vez sí lo había perdido, y lo dejé ir. Mi galán se retiraba dejándome sola y me encontraba perdida emocionalmente por lo que decidí concentrarme en mis estudios”, refiere cabizbaja. Parece que el aspirante a cura, esta vez había encontrado “al amor de su vida” en una chica de un curso menos. Lo que quedó de cuarto y quinto año para Ana fue ver cómo su enamorado andaba de acá para allá con la más chiquita: “salieron como cinco años ellos”. Aunque tampoco se quedó para vestir santos; “Empecé a estudiar inglés en un conservatorio y conocí al tano con quien estuve una década, cambié el inglés por el italiano”, explica divertida.

Luego de cortar con Pablo Ana viajó a Italia para iniciar una relación con "El Tano", pero no funcionó  (Imagen Ilustrativa Infobae)Luego de cortar con Pablo Ana viajó a Italia para iniciar una relación con “El Tano”, pero no funcionó (Imagen Ilustrativa Infobae)

“Cuando empiezo la facultad mixta”, pronuncia Ana el adjetivo que incluye los dos sexos como una excentricidad, “me empecé a marear con mi novio”, se ríe y explica con precisión lo que cree que es obvio: “Ya no era fácil sostener, como era yo”, refiriéndose con “sostener” a ser fiel. Los únicos hombres que ella había tratado en su vida eran los “curitas” del colegio vecino y a su novio tano que conoció en un conservatorio; su mundo masculino había sido muy acotado, “No vivía con mi papá. Y la facultad me costó muchísimo a ese nivel, o sea, interactuar con los hombres. Yo a todos los trataba como novios: les sonreía mucho, después entendí que no se sonríe tanto, entonces siempre estaba pateando porque todos se me tiraban”. Y finalmente suelta su gran hazaña, “Pero bueno, aguanté todo el primer año de facultad”. Hasta que llegaron las vacaciones.

Un día de enero veraneando en Pinamar, mientras su novio italiano andaba del otro lado del continente, Ana se la jugó: “Lo agarré a Pablo con unas copas demás, al amanecer, estaba saliendo el sol en el mar de Ku, y le dije que estaba súper enamorada de él, que no aguantaba más, que quería estar con él”, cuenta representando a la joven de 19 de aquel día, y exclama con sorpresa, “Él me estaba por contestar, y aparece una mina ¡y le come la boca adelante mío!”.

Ana sintió morir. Literalmente. “Le dije, tipo amiga, ‘Bueno, voy a estar por acá’. Pero salí corriendo, me saqué los zapatos, me metí en el mar y me tuvieron que sacar. Me quise ahogar”, confiesa con una risa nerviosa, “No paré hasta que alguien me salvó. Estaba súper angustiada”. Rescatada y perdida en la tristeza, caminó más de 10 km por la playa, desde el boliche hasta su casa en La Frontera, “Imaginate, me caminé todo Pinamar”. Y al día siguiente volvió con el tano. “Tramité la ciudadanía como nieta de italianos, viajé a Italia, terminé el secundario, la facultad, comencé a trabajar y empecé a pedirle casamiento al tano”, resume. Pero a Ana no se le daba, “El tano no quería casarse ni formar una familia, entonces me fui a vivir sola y lo dejé”.

Haciendo honor a sus clases de catequesis en la escuela de monjas, o tal vez sin tanta parafernalia, Ana le pedía “todas las noches a Dios por formar una familia”. Su familia. La propia. Pasaron algunos años, “siempre pensando en él, eh. Mi cabeza había quedado siempre en él”, dice ella dando por obvio que habla de Pablo. Entonces, una mañana fría sus rezos se manifiestan: “Yo trabajaba cerca de Casa de Gobierno, y a las 8 me lo encuentro en el subte, y me dice, ‘No me sonrías porque no me voy a poder contener’”, rememora Ana con nostalgia, y enseguida revela la razón por la cual ninguno se presentó a trabajar ese día, “Le seguí sonriendo, obvio, y terminamos transando y seguimos todo el día… hasta la noche”.

Ana y Pablo se reencontraron en el subte porteño una mañana. Y comenzó un período de sexo desenfrenado que hasta incluyó terceros y no terminó bien. Pero ella no cierra la puerta: su amor por él está intacto, dice (Imagen Ilustrativa Infobae)Ana y Pablo se reencontraron en el subte porteño una mañana. Y comenzó un período de sexo desenfrenado que hasta incluyó terceros y no terminó bien. Pero ella no cierra la puerta: su amor por él está intacto, dice (Imagen Ilustrativa Infobae)

Así estuvieron un año “yendo y viniendo”. Nunca intercambiaron los celulares, “teníamos telepatía: nos cruzábamos al mediodía en la plaza; a las 2 de la mañana en un kiosco; sacábamos entradas para ver a Charly en el mismo superpullman del Gran Rex; si subía a un colectivo me lo cruzaba; en el subte todas las mañanas lo veía en el mismo vagón; podía adivinar dónde estaba; a qué hora salía a almorzar y cruzarlo en la Plaza de Mayo. Jamás nos llamamos, era telepatía”, reafirma, “y no habían redes sociales todavía”.

Los años de contención habían sido tantos que ahora la pasión era irrefrenable. “Lo hacíamos en la calle, en una terraza, en un teatro, en donde fuera…”, saca a relucir el inventario sexual. Sucede que todo lo reprimido, una vez destapado, se descontrola con la energía brutal de una represa colapsada. Y el resultado, siempre, es la catástrofe. “El lío lo hicimos cuando quisimos meter a terceros en la pareja, ahí hicimos cagadas. Se empezó a romper la situación. A pesar de que parecíamos muy abiertos lo nuestro era tan fuerte que empezaron los celos”, reconoce, y los celos en demasía, como todos los excesos, enferman y lastiman por ambas partes. Una noche después de “hacerlo”, Pablo se prendió un pucho y, vio una mirada diferente en Ana, “¿Te está haciendo mal?”, le preguntó. “Sí, me está haciendo mal porque vos no querés nada, estamos perdiendo el tiempo, no querés nada formal conmigo”, se sinceró ella. Entonces, por el bien de los dos, él decidió dejarlo ahí. “Dejamos de hablar, como ninguno tenía el teléfono, se perdió la conexión, se diluyó…”

Ante la falta de rótulos, Ana entendió que no eran más que dos almas que se cruzaban sin destino y, “Decidí acercarme nuevamente al tano pero no apareció en aquel almuerzo que iba a ser nuestra reconciliación. Y el Universo coló al que fue mi marido, con quien viví la siguiente década y tuve a mi amado hijo”, concluye agregando que logró formar la familia que tanto soñó. “Me separé en pandemia pero antes de tomar la decisión lo rastreé a Pablo y tuvimos una linda charla. Esa fue la última vez que supe de él. Sé que con sólo pensar en él puedo saber dónde está”, vuelve a decir, hablando del hilo rojo que los sostiene, “pero quiero dejarlo libre porque amar para mí es eso. Desear lo mejor para el otro siempre”.

“Tuve una conexión con Pablo como jamás viví con nadie. Era correspondido, los dos lo sentíamos. Fue el romance más apasionado que viví. Todas las canciones me hablan de él, no tengo duda. Siempre pienso en él a pesar de los años. Y aunque ya no nos veamos, le deseo lo mejor y que sea muy feliz”, se despacha Ana con lo que parece ser una despedida, pero enseguida arriesga: “¿Continuará?”, y sola se contesta, “La vida sigue y mi amor por él está intacto”.

Por Cynthia Serebrinsky-Infobae