Misiones Para Todos

Vámonos

La política misionera entra en un nuevo capítulo: el Frente Renovador marca distancia de la gestión nacional de Javier Milei, mientras la oposición redefine sus espacios y candidatos. Entre renuncias, escándalos y estrategias, octubre se perfila como el mes en que se medirán no solo votos, sino también credibilidad y capacidad de conectar con los misioneros.

“Vámonos pa’l sur, vámonos donde el sol…”, cantaba Joaquín Sabina con su voz rasposa y su ironía tan española. Y esa melodía, que en otros tiempos fue apenas banda sonora de bares con humo y copas, hoy sirve para graficar la decisión política más relevante de Misiones en los últimos meses: el Frente Renovador decidió irse del guion que le proponía Javier Milei. Se fue, con compás flamenco, del acompañamiento a un proyecto nacional que mostró muy rápido su verdadera esencia: crueldad en la gestión, intransigencia como método y, ahora, corrupción como sombra que lo persigue.

La Renovación eligió marcar un quiebre. Y ese gesto no es menor. Es cierto que desde diciembre de 2023 hubo una primera etapa de expectativa, de diálogo con el nuevo presidente, incluso de acompañamiento puntual en algunas leyes. Pero el límite comenzó a mostrarse cuando Milei reveló su verdadero rostro: el del que no estaba dispuesto a gobernar para todos, sino solo para su círculo íntimo y los grandes ganadores de su modelo: bancos y ruralistas del centro del país. Ahí comenzó a acabarse la paciencia misionera.

El escándalo de Ariel Spagnuolo y las denuncias por presuntas coimas desde la Dirección Nacional de Discapacidad, que salpican a Karina Milei, “Lule” y Martín Menem, fueron la gota que colmó el vaso. La paciencia misionera, conocida por ser amplia, se rompió definitivamente. Si antes había un margen para la negociación, hoy ese margen quedó pulverizado: Misiones no está dispuesta a ser cómplice ni testigo pasivo de un esquema de
poder que combina ajuste salvaje con negocios turbios.

Ese paso al costado también abrió un espacio político distinto en la provincia. Oscar Herrera Ahuad, que encabeza la lista del oficialismo para las elecciones nacionales de octubre, aparece ahora con un terreno despejado para su campaña. El exgobernador, que dejó huella con su gestión, es uno de los dirigentes con mejor imagen en Misiones y puede pararse con claridad frente a la sociedad para decir lo que otros callan: Milei está destruyendo la salud pública ydinamitando la educación como derecho universal.

La última votación en el Congreso dejó una foto nítida de esta nueva etapa. Diputados y senadores de la Renovación votaron en contra de la lógica libertaria, no por capricho ni conveniencia electoral, sino porque entendieron que ya no hay margen para más experimentos con la vida de los argentinos. Fue una señal de dignidad política y, al mismo tiempo, de rumbo propio: Misiones no está para ser furgón de cola de nadie.

En ese vámonos que Sabina convirtió en poesía, la Renovación encontró también una forma de diferenciarse, de plantarse en medio de la tormenta nacional y decir: hasta aquí llegamos. El flamenco tiene esa cosa de rebeldía que, en este caso, se traduce en estrategia política. El oficialismo provincial supo leer el clima social, y en lugar de quedarse en la platea aplaudiendo los caprichos de Milei, decidió subir al escenario con su propia partitura.

Porque si de algo se trata la política en Misiones es de sostener un proyecto con los pies en la tierra, mirando las necesidades concretas de la gente y no las fantasías de un laboratorio libertario. Y en ese camino, Herrera Ahuad representa una carta fuerte: habla con legitimidad de salud y educación porque fueron ejes de su gobierno y hoy son víctimas del ajuste brutal de la Nación.

Al mejor estilo flamenco, cuando los españoles dicen vámonos, no se quedan discutiendo en la mesa: se van. La Renovación ya se fue. Eligió el camino, eligió Misiones, eligió a su gente. Y esa decisión, en tiempos de tanta confusión nacional, vale más que cualquier discurso en cadena.

El mejor alumno de Karina

No es casualidad que el mejor haya sido elegido por Karina Milei, Lule Menem y su primo Martín, un tridente que maneja con puño cerrado las decisiones más sensibles de La Libertad Avanza. Diego “Gato” Hartfield volverá a encabezar la lista de candidatos a diputados nacionales en Misiones, aunque todos saben que su verdadera pertenencia está en Buenos Aires, donde reside, trabaja y teje vínculos políticos.

El extenista reconvertido en economista se mueve como pez en el agua en los pasillos de la city porteña. Allí se lo ve más cerca de las oficinas de Luis “Toto” Caputo, el ministro de Economía, que de cualquier vecino de la tierra colorada. Su formación y sus contactos lo anclaron a ese mundo: bancos, consultoras, operadores financieros y el círculo reducido de quienes diseñan las políticas económicas desde una mirada centralista. Ese es su hábitat, no
los barrios de Posadas ni los productores del interior misionero.

La contradicción es tan evidente como irritante: un candidato que dice representar a Misiones, pero que desconoce los problemas cotidianos de la provincia, desde la crisis de los productores yerbateros, a quienes invitó a cambiar de producción, hasta la asfixia de las economías regionales. Hartfield es, en realidad, el mejor alumno de Karina Milei porque aprendió rápido a ser disciplinado: acata, sonríe y repite las consignas sin cuestionar, alineado con el libreto que baja desde la mesa chica presidencial.

En redes sociales construyó un perfil más cómodo que en el territorio. Su política se limita a frases cortas, posteos y retuits que poco tienen que ver con el debate profundo de los problemas provinciales. Así, más que un candidato genuino de Misiones, se lo percibe como un emisario de Karina y de Caputo en el Congreso. Su misión no será defender a los misioneros, sino blindar el modelo económico que ajusta a las provincias y favorece a los grandes intereses financieros.

En definitiva, Hartfield encarna la paradoja de La Libertad Avanza en Misiones: se presenta como representante provincial, pero en verdad responde a otro proyecto, diseñado en Buenos Aires. Y mientras los problemas de la gente se acumulan en la tierra colorada, él seguirá cómodo entre reuniones en Puerto Madero y charlas con “Toto” Caputo, lejos de la realidad misionera.

Todos tenemos un amigo Radical

El peronismo misionero volvió a demostrar su incapacidad para ordenar una lista de unidad. Entre acusaciones cruzadas y pases de factura internos, se confirmó lo que se venía cocinando en voz baja: Héctor “Cacho” Bárbaro será candidato a diputado nacional. Sí, el mismo que en junio fue electo diputado provincial. La contradicción es tan evidente que hasta él, que tantas veces criticó las candidaturas testimoniales, ahora se calza el traje de testimonial. Porque todos saben que, en caso de resultar electo, no asumirá la banca: ese lugar estaría reservado
para Cristian Castro, el actual diputado provincial que firmó como tercero en la lista.

Lo curioso es que Bárbaro nunca ocultó sus orígenes en el radicalismo. Tampoco su intento de vestirse con el ropaje de primer kirchnerista misionero. Una etiqueta que él mismo se colgó, pero que en los hechos no le otorgó demasiadas credenciales frente a la dueña del dedo, Cristina Fernández de Kirchner, a la hora de definir candidatos.

Mientras tanto, Cristina Brítez, la amiga de Máximo Kirchner, quedó al frente de la lista oficial de Fuerza Patria, con lo que muchos en la interna definen como una estructura con tendencia a la escasez. Y es que casi todos los dirigentes que apoyaron la intervención del PJ en Misiones, lejos de apostar a consolidar su armado, ahora se encolumnaron detrás de Bárbaro. Una jugada que, más que fortalecer al peronismo, profundiza sus fracturas y exhibe con crudeza la soledad de quienes, en nombre de la ortodoxia K, se quedaron sin tropa.

La paradoja es clara: un PJ intervenido, dividido y sin conducción política real, termina dependiendo de un dirigente que no solo tiene pasado radical, sino que también se permite hacer lo que siempre criticó. Así, lo testimonial se convierte en bandera, lo radical se disfraza de kirchnerismo y lo que debería ser unidad se transforma en un menú dominical condimentado con viejas recetas de oportunismo. El resultado: un peronismo que, en vez de sumar, se achica.

Un aire a Patti

Salvando las distancias, la candidatura a diputado nacional de Germán Palavecino, bajo el sello del partido Fe, remite inevitablemente a aquella irrupción en la política del comisario Luis Patti, el expolicía bonaerense que incluso llegó a ser intendente de Escobar y que en los 90 se convirtió en una figura tan controvertida como influyente. Como en aquel entonces, la política abre sus puertas a un perfil que trae consigo el uniforme, la jerarquía y la lógica de mando policial, pero que difícilmente se adapte a la dinámica de consensos y negociaciones que exige el Congreso.

La figura de un policía, en este caso exonerado de la fuerza provincial junto a su socio Ramón Amarilla, trasladada al terreno legislativo, siempre despierta interrogantes. La formación en la obediencia vertical, el cumplimiento estricto de órdenes y la visión binaria de la ley suelen chocar con un escenario donde conviven intereses diversos, se construyen acuerdos y la palabra puede pesar más que la fuerza. La política, al contrario de la lógica policial, no se resuelve en términos de blanco o negro, amigo o enemigo, legal o ilegal, sino en un terreno mucho más difuso y complejo.

En ese sentido, Palavecino representa una apuesta arriesgada: un candidato que puede capitalizar cierto hartazgo ciudadano con la política tradicional y la demanda de orden, pero que también corre el riesgo de encarnar un modelo ya probado en la Argentina y con resultados, cuanto menos, problemáticos. El recuerdo de Patti funciona como espejo: la popularidad inicial de un hombre de uniforme que no siempre se tradujo en capacidad de construir política real.

Esto no es menemismo

Ramón Puerta volvió a escena y lanzó su candidatura a diputado nacional por el partido Activar. El exgobernador intenta revivir una mística que, a estas alturas, se parece más a un intento nostálgico que a una estrategia política real. Durante el lanzamiento eligió un tono de víctima con el que cuestionó la intervención del PJ en Misiones (cooptado por el kirchnerismo del que siempre se mostró como enemigo acérrimo), pero esta vez la jugada no tiene que ver con el justicialismo sino con su propio armado, que se fue desgranando entre expulsiones, renuncias y fugas.

Uno de los puntos más llamativos de la presentación fue la intervención de AlejandroRodríguez, tercer candidato en la lista, quien se vio obligado a aclarar lo que Puerta no dice en voz alta: que Germán Kiczka, el exdiputado provincial expulsado de la Cámara de Representantes y condenado por consumo y distribución de material de abuso sexual infantil, ya no forma parte de Activar. Rodríguez pidió a los medios que no sigan vinculando al partido
con Kiczka, intentando cerrar una herida que, sin embargo, marcó a fuego a la fuerza de los Puerta.

El repaso de las pérdidas políticas de Puerta es casi un inventario de errores. Primero, se deshizo de Kiczka, con la mochila que ese apellido representa. Después, su propio hijo Pedro pegó el portazo, salpicado (y un poco más) por la causa penal en contra de su amigo y socio político. La misma actitud que venía de antes, cuando Florencia Klipauka fue la gran beneficiada de una jugada interna que la catapultó a la Cámara de Diputados de la Nación, aunque al poco tiempo prefirió hacer su propio camino, con acuerdos propios y espaldas vueltas. Hoy, en los últimos meses de su mandato, negocia por un cargo en el gobierno libertario: dicen que le habrían ofrecido ser cónsul en alguna ciudad brasileña limítrofe con Misiones.

Puerta quiso vender su lanzamiento como una nueva etapa del peronismo en Misiones, pero lo que mostró fue otra cosa: un partido reducido, que perdió piezas clave y que ahora intenta despegarse de un pasado incómodo. No es menemismo, aunque lo parezca: es apenas el eco de un apellido que alguna vez tuvo peso y hoy sobrevive con más ironías que convicciones.

Volver

Los radicales vuelven a la cancha con la histórica lista 3, encabezada por Gustavo González, como si la mística partidaria pudiera resucitar con un simple número en la boleta. Sin embargo, la historia reciente recuerda bien sus críticas a Martín Arjol, la renuncia de Pablito Velázquez y otros dirigentes que se sumaron a la Renovación y a la incapacidad del radicalismo de sostener un frente que le dé verdadero peso al armado provincial. Una vez más, la UCR se presenta como una fuerza que promete ser alternativa, pero tropieza con las mismas piedras: desunión, egos y la falta de un proyecto que vaya más allá de las internas.

Si la política misionera dependiera de milagros, tal vez Raúl Alfonsín tendría que bajar de los afiches y regalar un poco de su mística para empujar al radicalismo en estas elecciones. Pero los tiempos cambiaron y la épica del viejo líder parece más un recuerdo de café que un motor real de votos. El radicalismo busca reencantarse con su propia historia, aunque el electorado ya demostró en junio que prefiere depositar su confianza en otras fuerzas que supieron capitalizar el desencanto con la Renovación.

Durante décadas, la UCR pretendió ser el verdadero contrapeso político del oficialismo provincial, pero hoy ese lugar en la coyuntura lo ocupan otros espacios que, sin la tradición centenaria del partido, lograron convertirse en opción de poder. La lista 3 llega como un intento de reafirmar identidad, aunque corre el riesgo de transformarse en un gesto más nostálgico que estratégico. Porque en política, como en la vida, volver no siempre significa avanzar.

Por Sergio Fernández