Eran las 23.09 cuando Sergio Tomás Massa, emocionado hasta las lágrimas, subió el último peldaño que lo llevó al escenario del festejo de su triunfo épico en la primera vuelta de las elecciones generales que lo instaló como la figura con mayores posibilidades de convertirse en Presidente de la República Argentina a partir del próximo 10 de diciembre. Nueve minutos después, la pantalla arropó la estudiada centralidad solitaria de su victoria con la frase “ARGENTINA SÍ”. Fue el comienzo del tramo final de la campaña del ministro candidato, que alude al “Milei NO”, clave en una segunda vuelta que, siempre, en cualquier parte, se caracteriza por el peso del voto “en contra de…”.
La del domingo fue una bocanada de aire fresco sobre la ciénaga electoral argentina, un espacio cargado propuestas de “exterminio”, negacionismo (desde el cambio climático hasta el genocidio de la última dictadura cívico militar), retiro de derechos laborales, sociales, educativos, de género…, una agenda instalada por las dos candidaturas liberales que parecía crecer a pesar de que ofrecía “estar peor”, retroceder, claro, a una sociedad que vive con una inflación superior al 10% mensual desde hace más de un año. Con el supuesto “agravante” de que la lista del peronismo la encabeza el ministro de Economía de esa misma gestión.
Con el diario del lunes, aquella decisión de Massa de subirse al carro electoral en el peor momento de la economía, su uso de políticas concretas en tiempo presente como muestra de su gobierno futuro, parece haberlo beneficiado. Incluso logró convencer a buena parte del electorado de que este no es “su” gobierno, apenas es una mala gestión que él impidió que desbarranque del todo y que, a partir de diciembre, usará su lapicera para que aquellas “muestras gratis” (desde la devolución del IVA hasta la quita del pago de impuesto a las ganancias) serán las características de, entonces sí, su propia gestión.
De las angustias a los aciertos
Para muchas y muchos fueron los días, semanas, meses, de máxima angustia electoral de sus cortas o largas vidas ciudadanas, frente a la posibilidad de que el país conocido quedase sepultado bajo una aplanadora antiestatal, antiderechos y negacionista, con ruptura del pacto democrático de 40 años de gobiernos constitucionales ininterrumpidos.
Sin embargo, los aciertos propios y los errores ajenos construyeron una victoria que, una vez más, obligará a romper los esquemas, los libros, los análisis sesudos de los pensamientos prejuiciosos y faltos de dinámica. La pelea puerta a puerta, voto a voto, típica del peronismo genuino dio resultado y, una vez más, al esfuerzo de la militancia organizada, se sumó el de mujeres y hombres preocupados por “lo que se viene”, con Javier Milei o con Patricia Bullrich. Miles y más miles festejaron como un gol de su equipo en el superclásico al convencer a la amiga frustrada que iba a “regalarle el voto a la (Myriam) Bregman” de que votase a Massa; miles de miles disfrutaron como un gol de Messi el conseguir que un amigo le explique al hijo que “Milei va a dejarlo sin facu”, y a él mismo sin trabajo.
A esa máquina tan organizada como voluntaria, se sumó el empuje imparable de la locomotora bonaerense de Axel Kicillof y, ahora sí, la clausura de todas las filtraciones de votos que permitieron muchos gobernadores e intendentes en las internas del 13 de agosto pasado. La gestión hiperactiva y dirigida a quienes menos tienen del ministro de Economía y su campaña simultánea como candidato, junto al alineamiento de un conglomerado gigantesco de fuerzas sociales, partidarias, sindicales, empresariales lo hicieron posible. El peronismo, una vez más, esquivó todas las adversidades y se puso a tiro de iniciar un nuevo gobierno.
Los poderosos también la pifian…
Hace tiempo se habla de “círculos”, cuando no es amarillo, se mimetiza con el rojo, siempre son los mismos, siempre buscan lo mismo; con ellos, siempre pierden los pueblos. En 2015 lo lograron, uno de los suyos, el gerente general de una de esas corporaciones, el Grupo SOCMA, que no es otra cosa que Sociedad Macri, logró sentarse en el sillón principal del gobierno argentino. Por primera vez en la historia nacional, el “gabinete de la oligarquía” integrado por gerentes de transnacionales y empresas concentradas, logró administrar el Estado sin necesidad de recurrir a un golpe de Estado cívico militar apoyado por Estados Unidos.
Y lo consiguió después de 12 años del gobierno (Néstor y Cristina Kirchner) con mayor redistribución de renta desde la década peronista (1045/1955). Algo había cambiado en la sociedad argentina, en el mundo también.
Chocaron la calesita con sus políticas de ajuste. La movilización permanente de los movimientos populares y las penurias económicas a las que sometieron a todos los sectores, hicieron que Mauricio Macri acompañase a Fernando de la Rúa hasta el panteón de los mandatarios que no lograron su reelección. Sin embargo, se fueron con muchos seguidores y comprometieron el futuro, del gobierno que sería de Alberto Fernández y de generaciones venideras, con una deuda externa tan poco legítima como impagable.
Cuatro años después lograron volver a amenazar a un país, que ya está mal, con estar peor. Promesas, pelucas, amenazas, críticas, descalificaciones, cortes supremas, informalidad laboral, los posicionaron, pero con un doble mascarón de proa: Macri y Milei.
El ex mandatario equivocó sus cálculos y, antes de tiempo, se bajó del ring. El tamaño excesivamente grande de su ombligo, le impidió aceptar que el alcalde capitalino, Horacio Rodríguez Larreta, fuese su sucesor electoral, lo sometió a una interna en la que decidió estar representado por la multipartidaria multitemática Patricia Bullrich. Ganó la batalla y perdió la guerra (electoral), su polla, más que mojada, se quedó sin vida política, apenas reducida a una oferta de trabajo de quien la acusó de “poner bombas en jardines de infantes” y condenada a anunciar en el velorio de una conferencia de prensa de minoría de las minorías que, junto a su jefe “apoyará a Javier Milei en el balotaje contra Sergio Massa”.
El amigo de Trump es el gran responsable de la debacle del Juntos por el Cambio ya inexistente, gracias a que su fracaso permitió que la dirigencia de la Unión Cívica Radical trate de despegarse de tantos años de genuflexión ante quienes le hicieron pisotear las banderas de sus grandes patriotas, desde Irigoyen hasta Alfonsín, a partir de la convención de Gualeguaychú en abril de 2015, en un renunciamiento digno del “síndrome de Estocolmo”.
… como el padre de Conan
La mercadotecnia, la construcción falaz de sentido, la presión de los medios adictos, a veces logran que determinadas candidaturas se perciban con características diferentes a las que realmente definen a quien las encarnan. Una realidad como la actual, con deterioro económico, desánimo, imposibilidad de ver luces en el horizonte vital, de acceder ya no a la compra de una casa sino hasta de alquilarla, también genera opiniones y sentimientos. A veces, ambos procesos coinciden, el “muñequito” que se ofrece y la real realidad de la figura que lo soporta, se ensamblan como en una sala cinematográfica en la que una parte del electorado proyecta sus expectativas sobre el playmobil que le ofrecen.
El psicoanálisis diría, más o menos, que ese mecanismo, la “proyección” que defiende a las personas de cuestiones que lo acucian, facilita la atribución impulsos, sentimientos, deseos propios, a otro sujeto que, en realidad, no los tiene.
Cuando Milei logró superar sus presencias ridículas en televisión disfrazado de dudoso superhéroe, logró aparecer como un desmelenado, gritón, guarango, “rebelde”, hasta “víctima” del acoso de los memes y atajo a una franja importante del electorado, mucho más transversal de lo que creen quienes erróneamente lo identifican como “joven y masculino”. Subió, en imagen y encuestas, tanto que la dirigencia oficialista no captó el fenómeno, hizo todo lo posible para ayudarlo a llegar al 15% de los votos en la primera vuelta, para dividir el sufragio liberal. Ese Milei “de 15 puntos”, trepó hasta ese casi 30% que lo transformó en el más votado en las internas. Una excelente “victoria” del “muñequito”
En sentido inverso, cuando se convirtió en “realidad electoral”, muchos corrieron la vista de la figurita y buscaron al candidato. Y el candidato ya había dicho todo y seguía hablando y hablaba y hablaba, y cada palabra era un voto más para Massa que, “con lo que hay”, le daba pelea a quienes remontaban dólares y precios por igual.
El “padre” de los perros clonados ya había expuesto las políticas que aplicaría, desnudaba los concretos que están detrás de la entusiasmante crítica a “la casta”:
políticas concretas de empobrecimiento mayúsculo, con privatización de la Salud y la Educación, dolarización de la economía que deje al país al desamparo de los buitres, obra pública transferida a los grandes grupos económicos y destrucción del proceso de desarrollo tecnológico argentino; libre portación de armas y negación de las consecuencias ya irreversibles de la tragedia climática en curso; venta libre de órganos, derogación de la Ley de interrupción legal segura y gratuita del embarazo y la educación sexual integral (ESI); un hipermercadismo que justifica hasta la venta de niños; desprecio por la reivindicación nacional de la soberanía sobre las Malvinas y las islas del Atlántico Sur usurpadas por Inglaterra.
Por el mismo precio, incluye a una candidata a vicepresidenta (Victoria Villarruel) negacionista del terrorismo de Estado de la última dictadura cívico militar, a cuyos protagonistas reivindica, y de la existencia de 30 mil detenidos desaparecidos en la Argentina.
En general, un candidato que encabeza la carrera, hace la menor cantidad de olas hasta llegar a la meta. Sin embargo, al “anarcolibertario”, lo traiciona su esencia, aquella que lo construyó como una persona con poco equilibrio. En un país donde el 76,5% de la población se declara católica, después de que él acusara brutalmente, a un papa ¡argentino! de “zurdo cultor del modelo basado en el odio”, “laKra empobrecedora”, “representante del maligno en la casa de DIOS” o ”sorete mal cagado”, sus equipos ocuparon el tiempo posterior a las internas en plantear la ruptura de relaciones con el Vaticano.
La leyenda cuenta que en la visita de Cristina Kirchner a Francisco antes de las elecciones de 2015, palabras más palabras menos, el pontífice sanlorencista le dijo que “los curitas dicen que hay un muchacho que tiene que ver con el narcotráfico y quiere ser gobernador”. Evidentemente la “operación morsa” de Elisa Carrió, Magnetto y Jorge Lanata, había llegado hasta Roma. La visitante hizo mutis allá y acá, desaprovechó lo que podría haber sido un consejo sabio, y Aníbal Fernández perdió en la provincia de Buenos Aires. Se sabe, la iglesia de las capillas barriales cuenta con una capilaridad sin igual. Las velas siguieron ardiendo y Milei no aprovechó la experiencia ajena.
El licenciado en Economía, de inminentes 53 años, tampoco se privó de afirmar que cuánto más caro esté el dólar, mejor para sus intenciones, en un país con un terrible porcentaje de la población con problemas económicos, y en el que, desde siempre, mujeres y hombres, saben que si hoy sube el billete verde, mañana remarcan más todavía en el mercado, el mercadito y el mercadote…
La verborrea del adicto al plagio de “copiar y pegar” textos de distintos autores, también lo condujo a afirmar que el peso argentino “no puede valer ni excremento, porque esas basuras no sirven ni para abono”. En ningún caso, a las personas que trabajan y reciben pesos, no importa lo que piensen del gobierno, les gusta escuchar que esos billetes, por pocos que sean, son producto del descarte intestinal.
Adicto a lo escatólogico, también trató de “excremento” a la dirigencia de izquierda. Sin embargo, un día después de perder con el peronismo, ofreció desde el ágora que le ofrece el canal La Nación Macri, un ministerio a Miryam Bregman y, ya que estaba, la cartera de Seguridad a la “terrorista” que debía rendir cuentas ante la Justicia por sus actos de los ´70, en una escena que pareciera mostrarlo como alguien muy poco convencido de sus propuestas, poco estable y desesperado tras el golpe del domingo 22.
Igual que hizo Bullrich antes de desaparecer de la escena política argentina, desde el momento mismo de la confirmación de que no había logrado sumar un solo voto a los que obtuvo en las primarias, seguramente guionado por Macri, Milei eligió al “kirchnerismo” como el enemigo a atacar. Tal vez ha sido la necesidad que, se sabe, tiene cara de perdedor, lo que le impidió ver que los apellidos que empiezan con K no son tema de agenda en esta contienda.
La locomotora del triunfo
Para esta columna el gobernador reelecto de la Provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, fue el motor de la victoria peronista; obtuvo el 44,9% de los votos, casi 20 puntos por encima del 26,6% macrista de Néstor Grindetti o el 24,6 de la mileísta Carolina Píparo. Un dato más ilustrativo aún de la importancia de ese desempeño es que, en todo el país, Massa se impuso sobre Milei por 1.761.647 sufragios y que, solo en el distrito bonaerense, le sacó 1.691.055, es decir más del 96% de aquel número. Locomotora del triunfo.
Durante casi 4 años el gobernador se dedicó a gestionar un espacio tan complejo como un país, con 13.110.768 de electores habilitados, 37,04% del total de los votos nacionales, y una pésima realidad social, económica e institucional heredada del “no gobierno” de la macrista de María Eugenia Vidal.
Lo hizo a partir de la campaña misma en 2015 hasta la mañana de su reelección. Su figura, de manera inevitable, queda instalada en el espacio futuro de cualquier instancia institucional o electoral del espacio nacional y popular. Demostró ser un buen gestor nacional, un excelente administrador provincial y, a lo largo del presente año, se sumó a la construcción política, más desde la práctica que desde las estructuras partidarias. No “despegó” los comicios de su distrito de los nacionales, exitoso, al decir que “la provincia no se salva sola” señala a sus pares, algunos de los cuales hasta perdieron sus territorios.
Fue quien, además de mencionar siempre, le moleste a quien le moleste, a Cristina Kirchner, se animó a señalar que “Perón, Evita, Néstor y Cristina son los momentos más gloriosos de nuestro país» y rechazó la tendencia de «las bandas de rock que tocan grandes viejos éxitos» para llamar a «componer una nueva, no una que sepamos todos». Después, arrasó en la provincia y recuperó para el peronismo 13 intendencias, entre ellas Bahía Blanca y Lanús, y hay posibilidades de que La Plata también abandone al macrismo y pase a ser conducida por Julio Alak, apuesta fuerte del mandatario provincial.
Lo que viene lo que viene…
La lluvia de votos amainó el incendio, cuando había olor a casi todo perdido, con un gobierno que no supo gestionar la pésima herencia recibida, ni poner los puntos en el escenario punitivo internacional por el regalo irregular de 45.000 millones de dólares
a Macri por parte del FMI de Donald Trump, convertidos en una deuda externa impagable y destructiva de cualquier posibilidad nacional, además de generadora de una inflación de terror, alentada por desestabilizadores financieros (amigos de Macri y de Milei) y de las grandes corporaciones y formadores de precios. Un escándalo que transformó al país en el Titanic financiero que es hoy.
Cuando se abrieron las urnas millones de personas sintieron que el estómago volvía a su lugar y que el oxígeno empezaba a llenar los pulmones de su angustia. El peronismo volvió a ganar una batalla que tenía perdida, la primera de una guerra, ya instalada en el país, entre el liberalismo antiestatista y las banderas nacionales y populares de la producción con inclusión social, participación activa del Estado, respeto por el pacto democrático, como querrían los 30.000 detenidos desaparecidos.
Sergio Massa tendrá que imponerse en la segunda vuelta: posibilidades no le faltan, además de la importancia de los números positivos, confluyen muchos factores favorables: a la ciudadanía argentina le gusta “votar a ganador”; no genera el rechazo que acompaña a otras figuras de su espacio o de la oposición; Javier Milei “asustó” a muchos de sus simpatizantes y, sobre todo, a sus madres o padres; Macri se metió en el centro del dispositivo “balotaje antikirchnerista”, sin aceptar que su propia persona es la que más votos repele, los gobernadores radicales no quieren apoyar al perdedor de la primera vuelta y, con la careta de Patricia Bullrich, dio el paso final hacia la fractura de su “Cambiemos” y sinceró su verdadera estrategia, que va más allá del juego electoral.
Por si faltara más viento para acercar la nave oficialista a buen puerto, los intendentes cordobecistas también rechazan la opción “libertaria” y los grandes empresarios y hasta los especuladores financieros hicieron notar la “comodidad” que tendrían ante una administración del candidato de Unión por la Patria… Varios centenares de miles de “razones”, para el optimismo peronista.
Después será, una vez más, la hora de la verdad, de construcción de un proceso real, multisectorial, multipartidario, amplio, de unidad nacional en base a acuerdos en políticas de Estado, con un plan estratégico para la construcción de ese modelo. Solo así se podrá generar el espacio para dar las nuevas y, seguramente feroces, peleas, tras este fin de ciclo de la política argentina y el inicio de un tiempo en el que todo cambiará, incluso las grandes coaliciones de los últimos 20 años.
Por lo pronto, con el traje de ministro, Massa instruyó al titular de la Comisión de Presupuesto y Hacienda de la Cámara de Diputados, Carlos Heller, a convocar de manera inmediata a los legisladores para iniciar el debate de un Presupuesto 2024 con un superávit fiscal del 1%, logrado a partir del recorte de beneficios presupuestarios y tributarios que disfrutan “sectores económicamente muy concentrados”, que representa 4,8 del PBI y el Congreso sanciona de manera automática año tras año.
La iniciativa busca que el ordenamiento de las finanzas se apoye, como siempre, en un ajuste que recae sobre los sectores de menores recursos, la franja media, las pequeñas y medianas empresas y las economías regionales, y se desplace hacia los más poderosos que, en términos relativos, tributan menos que ellos, cuando tributan. Además, y sobre todo, es el primer indicador de lo que haría un Massa ya con traje de Presidente, si se impone el 19 de noviembre.
De cumplirse, además de la explosión alegre del momento, la Argentina empezaría a festejar el inicio de un tiempo de mayor justicia social, menor desigualdad y más sonrisas. El pueblo decide, su movilización serviría de apoyo al nuevo gobierno y, también, le marcaría el rumbo hacia un país con, por lo menos, más igualdad y menos pobreza.
Por Carlos A Villalba- Periodista argentino. Investigador asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (https://estrategia.la/). Miembro de la Usina del Pensamiento Nacional y Popular.