Eliana Ianni quedó sola junto a sus hijos chiquitos y pagó un precio alto: tenían libertad aunque apenas tenían para comer. Hoy tienen juntos una empresa exitosa con oficinas propias en el Dowtown de Miami y millones de seguidores en las redes sociales. Sin embargo, ella eligió quedarse en su pequeña ciudad para vivir, ahora que no tiene que sobrevivir, el sueño de su vida
Eliana era una adolescente con una vida llena. Iba al secundario de mañana y de ahí directo al conservatorio a estudiar danzas: pasaba cuatro horas por día bailando, tenía amigas, una familia que la cuidaba. Pero a los 18 años se puso de novia y se sumergió en lo que ahora llama “un gran paréntesis en mi vida”: un período oscuro y asfixiante en el que terminó durmiendo en el piso de una casilla de madera, sola y a cargo de dos hijos muy chiquitos.
Esta es la historia de cómo Eliana Ianni, que está a poco de cumplir 50 años, logró despegarse de esa brea hasta convertirse en lo que (también) es hoy: una empresaria exitosa en Estados Unidos que, cada vez que viaja, se instala en su piso 50 en el Downtown de Miami.
También es la historia de por qué ella, que podría haberse radicado allá, eligió quedarse en Pontevedra, una pequeñísima ciudad de la provincia de Buenos Aires, desde donde ahora conversa con Infobae.
El fondo de la olla
Ella junto a su hijo
“Digo ‘un paréntesis’ porque creo que ese período de tiempo es lo que me marcó en la vida. Lo que viví fue una especie de encierro”, arranca ella y toma un sorbo de té para protegerse del frío matinal en el descampado.
“Yo no trabajaba, no tenía permitido trabajar. Tenía que estar adentro de mi casa, y mi casa era una casilla precaria de madera en una zona semi rural donde no había nada. No tenía amigas, nada, y a eso se sumó la escasez económica”.
Eliana se había puesto de novia a los 18 y se había casado a los 22 y lo único que había logrado mantener, aunque a duras penas, eran los estudios. Se soñaba maestra, por eso cursó y terminó el Magisterio, aunque el hambre terminó empujándola para otros lados.
“Sufría mucha violencia psicológica, emocional, pero yo al principio no me daba cuenta de nada, debo ser sincera”, reconoce.
“Económicamente estábamos cada vez peor. Yo tenía un sólo par de zapatillas, no sabía lo que era cambiarme de ropa, y cuando quedé embarazada de mi primer hijo las necesidades económicas empezaron a notarse todavía más”.
Pasaron juntos muchas necesidades económicas
Era el año 2000, su entonces marido le dejaba 5 pesos por día y Eliana compraba con eso lo que podía: pan, fideos, leche. A Kevin, su hijo, le daba la teta infinitamente con la idea de que al menos él estuviera bien alimentado.
Cuando el nene empezó el jardín la red de madres -muchas veces estereotipada en el horror del “chat de mamis”- apareció en escena.
“Empecé a hablar con una mamá, con otra, hasta que una me abrió los ojos, quizás vio esa necesidad en mí, en mi familia, las carencias que estábamos pasando”. La mujer le propuso animar juntas fiestas infantiles así que Eliana empezó a disfrazarse y a hacer morisquetas en peloteros.
Cuando trabajaba como animadora de fiestas infantiles
“Para trabajar la condición en mi casa era que me tenía que llevar el nene, o sea ‘tomá, llevate el paquete’. Y yo me lo llevaba porque quería trabajar, si vivíamos al día”.
La cuestión es que con esas charlas en la puerta del jardín Eliana había roto el aislamiento, había empezado a conocer gente y fue así que le propusieron trabajar en una radio local. Fue el salvavidas que necesitaba para tener cierta independencia económica, aunque su sueño de ser maestra iba quedando cada vez más lejos.
“Así que iba a ver a los comerciantes de la zona para venderles publicidad pero en vez de pedirles plata se la cambiaba por pañales”, cuenta.
“Ahí empecé a ver que yo podía más, que podía tener una vida mejor. Eso despertaba en mi marido cada vez más furia, entonces ya no dejaba plata para comprar comida. A eso se sumaron los insultos, ‘gorda’, ‘fea’, ‘horrible’, el ninguneo. Ahora comprendo que eran todos intentos para quebrar mi autoestima”.
En un acto escolar con Kevin, cuando ya estaba embarazada de Paloma
Eliana se sentía “disociada”: por un lado sospechaba que podía tener independencia económica y crecer; por otro “me creía todo eso que me decía. Hubo una gran pérdida de mi imagen en esa época. En medio de ese desastre me enteré de que estaba embarazada otra vez”.
La noticia la acercó al límite. “Pensé ‘esto es una señal, no puedo seguir así, no podemos, me tengo que separar’. Y fue ahí que comenzó otro tipo de violencia: los empujones, las amenazas de muerte. No me hizo falta más, ¿viste cuando ya con el empujón vos decís ‘ya sé lo que viene después’?”.
Eliana hizo varias denuncias policiales y se separó cuando su hija era una recién nacida. “Contra el mundo, porque nadie quería que me separe. El argumento era ‘¿pero cómo te vas a quedar sola con dos criaturas y sin un trabajo en serio?’. Fue una separación muy traumática porque él no quería irse. Al final aceptó, pero llevándose de la casilla todo lo que te puedas imaginar”.
A su hija la llamó Paloma, lo que hoy ve como un símbolo de libertad
Dice Eliana que negoció. Y se refiere a que prefirió entregar todos esos muebles y electrodomésticos antes que seguir entregando su vida y las de sus hijos. A su hija la llamó Paloma, lo que ahora identifica como un símbolo de libertad.
En la pieza de la casilla quedaron la cuna y la camita de Kevin; parado sobre una pared un colchón flaco que todas las noches Eliana acomodaba para ella en el piso de la cocina. No había mesa ni sillas, “también se llevó todos los documentos”.
Eliana siguió trabajando en la radio: salía al aire con su hija a upa rogando que no llorara. “Siempre digo en broma que todo el pueblo me conoció las tetas, porque le di el pecho hasta los cuatro años. Un poco porque le hacía bien pero también porque yo necesitaba que estuviera tranquila para salir al aire, así que entrevistaba a la gente con el pecho afuera”.
En la radio
Suena heroico pero el precio fue alto porque Eliana bajó 10 kilos en esa época y la descalcificación que sufrió fue tan grande que perdió casi todos los dientes. Le dejó, además, una insuficiencia renal crónica.
“Fue el peor periodo de mi vida, durmiendo así en el piso estuve como seis años, comprando de a poquito una cosa, de a poquito otra, porque acá nunca hubo una cuota alimentaria. Pero digamos que de ahí saqué todas las enseñanzas”, dice ahora.
Salir
Eliana seguía trabajando como podía en la radio local cuando la convocaron para trabajar en la Secretaría de Prensa y Comunicación del municipio de Merlo. Por primera vez tenía un trabajo estable, registrado.
Con ese dinero empezó a construir su casa de ladrillos en el mismo lote en el que estaba la casilla.
Donde estaba la casilla, construyó la casa para los tres
Sus hijos crecieron sin limitaciones, al menos de las mentales. A los 16 años, su hijo Kevin ganó una beca entregada por la Embajada de los Estados Unidos, y viajó a Silicon Valley y a Washington DC por medio de un programa llamado “Jóvenes Embajadores”. Siguió viajando cada año, aprendió sobre e-commerce, y a los 17 fundó una joyería online con la que descubrió su vocación de emprendedor.
Imitando los pasos de su mamá -que había estudiado danzas en el conservatorio cuando era chica-, Paloma se formó como bailarina.
“¿Y vos?”, es la pregunta de Infobae. Eliana tenía casi 40 años cuando se acercó a la escuelita número 4 de Pontevedra para ofrecerse como docente de tercer grado y cumplir su sueño pendiente.
Eliana en la escuela en la que debutó como docente a los 40 años
Los tres, a la vez, seguían juntos con la venta online de joyas. Les iba bien pero la pandemia tiró todo abajo en pocos días, “y prácticamente nos fundimos”, cuenta.
Fue en esa desesperación de ver otra vez cómo volver a empezar que la madre y los dos hijos decidieron cambiar de rubro. Esto es: aprovechar la experiencia de Kevin en Estados Unidos, la de Eliana en los medios y la de Paloma en el mundo del baile para montar una agencia de comunicación para artistas emergentes.
Fundaron en Estados Unidos “Leyes Media” -Kevin es el CEO y Eliana, que tuvo que aprender a hablar inglés de cero, es la cofundadora- y empezaron a ofrecer servicios de asesoramiento artístico, crecimiento orgánico en las redes sociales, mantenimiento de páginas webs, servicio de Community Manager. Y fueron sumando clientes, uno tras otro. Artistas, jugadores de fútbol europeos, así.
La revista Forbes publicó el año pasado una nota sobre el hijo de Eliana y la empresa que entre todos crearon, y el título lo dice todo: “Cómo el CEO de Leyes Media, Kevin Leyes, construyó un negocio online de un millón de dólares a los 20 años”.
En sus oficinas de Miami, junto a Kevin, su hijo
Adentro dice: “En su papel como director ejecutivo de Leyes Media, una de las principales empresas de relaciones públicas y marketing de Estados Unidos, ha ayudado a innumerables empresas nuevas a encontrar su lugar rápidamente y acelerar su desarrollo”.
Kevin tiene 23 años y casi 10 millones de seguidores en Instagram. La empresa que fundaron entre los tres ya tiene 2 millones. En poco tiempo compraron un departamento en el piso 50 en el Downtown de Miami para vivir, otro en el piso 15 en el que montaron las oficinas.
Desde el balcón del departamento de Miami
Sus hijos se radicaron allá, Kevin tuvo su Mercedes Benz, ahora maneja un Corvette.
Podría parecer que “se la creyó” pero en la nota de Forbesel joven mostró que conoce bien el lado B: “Muchas personas ven el éxito como fácil y rápido por lo que ven en las redes sociales, pero ese nunca es el caso. Las noches de insomnio, la ansiedad y el estrés, el agotamiento, las inseguridades, las dudas sobre el futuro y el exceso de trabajo son solo algunas de las cosas de las que nadie habla cuando escala y sube de nivel”.
Eliana en Sunset Island
Eliana, sin embargo, decidió quedarse en Pontevedra, en su casa de siempre, y sólo viaja a Estados Unidos una vez al año. Lo único que la retuvo es su viejo amor, la escuelita, a la que va todos los días a dar clases a chicos de cuarto grado.
“El mundo que vivo cuando viajo es una burbuja, una irrealidad, porque es una vida en la que te podés comprar una cartera de 3.000 dólares”, explica ella. “La escuela, en cambio, es la vida misma. Vos ves las necesidades reales, porque los chicos vienen con hambre, así que el desafío es cubrir esas necesidades primero y después ver cómo enseñarles”.
Eliana va todos los mediodías caminando. Es una escuela integrada por lo que tiene también alumnos con autismo.
“Yo sé que está todo para atrás, que el sistema educativo falla, que los chicos están desprotegidos, que no tienen la misma capacidad que antes, pero en el aula trato de hacer lo mejor que puedo para cubrir esas necesidades”, se despide.
“No es sólo necesidad de comer, también es necesidad de alegría. Por eso yo trato incluso que los actos sean divertidos, al menos para que estén felices el rato que están ahí. Esto no te lo da ni el piso 50 en Miami ni la cartera más cara del mundo: no hay otro lugar en el que yo pueda vivir lo que la escuelita me da”.
Por Gisele Sousa Dias-Infobae