Ya son 56 los funcionarios que se fueron del Gobierno por decisión propia o ajena. Milei parece su tocayo.
Los memoriosos lo recordarán como “el Sheriff” por su estricta interpretación de las reglas en el fútbol. Hasta llegó a echar a tres jugadores en una misma jugada y al DT de ese equipo. Polémico por donde se lo mire, ahora es crítico de la “casta futbolera” y le pidió al Presidente que intervenga en el negocio de ese deporte. Se llama Javier igual que el primer mandatario, oh casualidad. Porque al libertario también le gusta echar gente intempestivamente y por las redes. Ya son 56 los funcionarios que se tuvieron que ir por decisión propia o ajena. Eso significa uno cada cuatro días de gestión. El promedio se ha ido acelerando notablemente. Cuando cumplió los primeros cuatro meses, el récord era de uno cada diez días. Acelera a fondo como con la baja de la inflación.
La semana anterior, la víctima había sido el prestigioso experto en bioeconomía Fernando Vilella. En esta le tocó al empresario Karagozian y al subsecretario de Deportes, Julio Garro, en un episodio que se convirtió en una auténtica comedia de enredos por el affaire del cántico desafortunado de la Selección. Hasta apareció la encendida proclama nacionalista de la vicepresidenta, digna de su antecesora en el cargo (¿la presidencia del Senado produce efectos traumáticos? Porque ahora Vicky está armando su propio partido nacional con un sugestivo nombre: Ahora Vos, ¿o sea ella?).
Dejando de lado el fondo de la cuestión –¿las autoridades nacionales debían opinar / intervenir sobre el tema?–, el caso trae mucha luz sobre las consecuencias de que no hubiera un equipo de gobierno preconstituido, sobre el modo de conducción presidencial, y sobre la expectativa que podrían tener figuras destacadas de sumarse a este barco. En todo gobierno hay conflictos personales y de gestión, falta de coordinación, gente que no se adapta a un determinado modelo de liderazgo; por lo tanto, ese no es el punto. Lo que surge en este caso es la dificultad de ordenar políticamente a los distintos cuadros, conteniendo a los valiosos, ya que soldados para la guerra no sobran. Por otra parte, el mensaje hacia los tentados para incorporarse y que tienen un prestigio que arriesgar es muy malo: eso es una picadora de carne, que en cualquier momento salís eyectado.
Todo esto pasa cuando aún no se produjo la primera crisis de gobierno. Hasta acá hubo turbulencias de todo tipo, pero nada grave en función del contexto que debe administrar. Por eso venimos diciendo que al verdadero Milei lo vamos a ver cuando se produzca un movimiento telúrico que lo obligue a cambiar ministros y a barajar y dar de vuelta. Como el hombre resultó ser un gran pragmático en lo político, seguro no le va temblar el pulso. El punto es si acierta con la estrategia correcta. Hasta acá, cuando se cayó la ley ómnibus y tuvo contra las cuerdas al DNU, ascendió a Francos y la política empezó a tener la racionalidad que estaba faltando, y la mesa chica lo aceptó. La ley Bases es la resultante de esa movida.
Como problemas no le van a faltar a “jamoncito” durante estos cuatro años –aunque le fuera fantástico en la elección de medio término, va a ser un gobierno parlamentariamente débil todo el tiempo–, hay algunas cuentas que debería sacar. Por ejemplo, para avanzar con sus propias iniciativas en Diputados, necesita 129 legisladores que levanten la mano para tener quórum y mayoría. Esa es una mesa de cuatro patas: LLA + PRO + UCR + Pichetto y aliados. Donde se manque una –que ya juntaron 142 votos–, la mesa se cae. El desaire al calabrés no va a salir gratis, y ahora se sumará el fastidio del excandidato a vicepresidente porque Monzó no presidirá la Comisión de Inteligencia. No importa quién tiene la razón, si se incumplió un acuerdo o no. Lo relevante es que un enojado puede armar un desastre en esta debilidad congénita del oficialismo. Ojo cuando se juntan los heridos…
Junto a eso, LLA se sigue moviendo en su armado partidario con mucho dinamismo. De todos los que están embarcados en la cuestión, los Menem son los que probablemente tengan el rancho más consolidado por su disciplina con Karina. Es difícil que le birlen la presidencia de la cámara a Martín, más allá de los fastidios que expresan los diversos sectores opositores.
Las propias espadas libertarias están asombradas por el pragmatismo político del León, pero al mismo tiempo están preocupados por el esquema económico. Las últimas medidas que se están aplicando desde el lunes pasado confirman lo que aseveramos hace dos semanas: el Gobierno apuesta a full por bajar la inflación para solidificar su gran logro frente a la opinión pública, a riesgo de matar todo tipo de reactivación. Parte de la base de que, si ordena eso, a los mercados los puede seducir más tarde con un hecho objetivo en la mano. Está claro que Milei funciona como un inversor de riesgo que mira las múltiples pantallas y toma decisiones segundo a segundo.
Si bien la inflación de junio estuvo por debajo de lo imaginado y julio pinta para romper el piso del 4%, hay superávit fiscal seis meses seguidos y ya están los dólares para pagar los bonos de enero, las turbulencias van a seguir siendo serias por el resto del año porque los mercados ven cuánto tenemos en la billetera y la progresión de corto plazo. La idea de achicar la brecha cambiaria para que no se traslade a precios hasta ahora consigue un resultado bastante positivo, con las dudas que persistirán respecto a la necesidad de acumular reservas. ¿Puede haber así dolarización endógena con los “Franklin” que hay en poder de los ahorristas locales? Parece que no alcanza. Por el lado del consumo, las noticias son una de cal –en mayo hubo crecimiento intermensual– y una de arena –caída intermensual en los supermercados (termómetro de la calle) en junio–.
En un debate en la campaña presidencial de 1995, el menemismo resaltaba que Menem era un piloto de tormentas, y alguien del equipo de Bordón respondió que el problema era que ese tipo de pilotos siempre se meten en tormentas. Milei no parece querer evitar ninguna.
Por Carlos Fara