El intelectual franco-italiano analiza, a la luz del debate global, el sentido de las propuestas del candidato Javier Milei. Su principal hallazgo: lejos de privatizar o liberalizar el control de la moneda, la dolarización centraliza aun más su comando al poner en manos de la Reserva Federal norteamericana la soberanía económica. ¿Se puede evitar la guerra civil o hay que asumir que ya la tenemos adentro?
¿Qué está pasando en Argentina? El neoliberalismo ha fracasado allí, como en el resto del mundo. Entró en crisis con el desastre financiero de 2008, que tuvo el mérito de mostrar que capitalismo y neoliberalismo no son la misma cosa. El primero se está deshaciendo del segundo del mismo modo que el capitalismo de principios del siglo XX se deshizo del liberalismo clásico y fomentó el ascenso del fascismo y el nazismo. Ahora nos encontramos en una situación similar.
El fin del neoliberalismo ha abierto una fase de gran inestabilidad y las alternativas que tenemos ante nosotros son una peor que la otra. El ultraliberalismo de Javier Milei es de las más peligrosas. Su principal objetivo consiste en operar una hipercentralización de la economía y del poder a través de una moneda que ya no tenga como sujeto al Estado argentino, sino a la oligarquía local y a la Reserva Federal norteamericana. Las innovaciones del capitalismo cognitivo, el capitalismo biopolítico, el capitalismo de plataformas, las fantasmagóricas creaciones de la Inteligencia Artificial, parecen estar recreando a un viejo poder oligárquico que (junto con la guerra) habían decretado muerto y enterrado.
El programa de Milei conduce exactamente a lo contrario de lo que propone, a saber: privatizar la creación monetaria eliminando el control del Estado sobre sus flujos, lo cual liberaría finalmente el desarrollo de las fuerzas productivas. En una entrevista dice: “la gente elegirá voluntariamente entre las monedas disponibles” y gracias a la “libre competencia entre ellas” escogerá la “mejor moneda”, que sin duda no será el peso (“nadie quiere pesos en Argentina”) sino el dólar, porque de hecho es lo único “estable” en la economía local. Se trataría de llevar la dolarización al máximo, haciendo que los bancos sean libres de crear moneda a su antojo sin rendir cuentas a nadie más que al impersonal funcionamiento del mercado. En suma, la solución a los problemas económicos de Argentina sería el free banking: la liberalización de la creación de moneda habilitaría, a través de la libre competencia, la moneda más eficiente, más estable, más segura.
El origen de todos los males, sostiene Milei, está en la centralización de la creación monetaria. De ahí el odio hacia los bancos centrales, que encuentra un consenso seguro entre la población que ve evaporarse a gran velocidad sus ahorros y el poder adquisitivo: “Hay diferentes tipos de bancos centrales, los malos como la FED, y los pésimos como los de América Latina”. El candidato afirma que el Banco Central de la República Argentina (“la peor mierda que ha existido en la tierra”) será clausurado si es elegido. También promete reducir el gasto del Estado en un 13%. “Lo que exige el FMI es minúsculo comparado con el plan de austeridad que propongo”, le dijo en una entrevista al Financial Times.
Su principal objetivo es operar una hipercentralización de la economía y del poder a través de una moneda que ya no tenga como sujeto al estado argentino, sino a la oligarquía local y a la reserva federal norteamericana.
La mosca y la rosca
Tal y como sucedía en la teoría económica ortodoxa, para este ultraliberalismo las relaciones económicas existen independientemente de la moneda, que solo interviene al final del ciclo productivo como mera herramienta contable. “Es un velo que cubre la realidad económica”, dicen los propagandistas de la Escuela de Chicago, con el propósito preciso de despolitizar la función de la moneda. Pero antes de ser económica, la moneda tiene una naturaleza política porque depende siempre de un centro de poder. De hecho, ella es una de las expresiones más importantes del poder soberano. Acuñarla ha sido históricamente el privilegio de los reyes, que el Estado moderno delega en los bancos privados bajo ciertas condiciones.
Veamos muy rápidamente cómo funciona hoy la moneda en el capitalismo:
– La free banking existe desde hace cincuenta años. La liberalización de la creación monetaria se puso en marcha tras la declaración de inconvertibilidad del dólar en oro, que mostró su naturaleza política: “un dólar es un dólar”, dijeron los estadounidenses. Y añadieron, dirigiéndose al mundo entero: “el dólar es nuestra moneda y es vuestro problema”.
– El «free banking» creó la mayor crisis sistémica de la historia del capitalismo: la debacle de las subprimes, en 2008. En ese momento el capitalismo sólo se salvó gracias a la intervención de los bancos centrales. Anteriormente, si no hubiera sido por el involucramiento estatal el sistema habría colapsado unas 30 veces (entre 1971 y 2008). Para colmo, esta intervención del Estado opera trasladando los costos de los rescates de la deuda privada a los sectores más débiles de la población.
– El dólar, que supuestamente se convertirá en la moneda de Argentina, no funciona en absoluto según la lógica de mercado que propone Milei, sino exactamente al revés. Está férreamente controlado por el gobierno estadounidense, que con la FED (Reserva Federal) ha producido la mayor centralización del poder sobre la moneda jamás registrada en la historia de la humanidad. Es decir, se pasaría de una centralización nacional a otra imperial, favorable sólo a la oligarquía argentina.
El proyecto de los ultraliberales es quitarle al Estado toda posibilidad de acuñar moneda, privatizando al máximo la creación monetaria. Hoy, a nivel global, el 90% de la creación monetaria es obra de los bancos privados. Los créditos que conceden los bancos no se basan en los depósitos que tienen, es decir en el ahorro, sino todo lo contrario: son los créditos los que crean los depósitos. Si usted solicita un crédito para comprar una casa, el dinero que se abonará en su cuenta no existía antes de la firma del contrato. El banco crea dinero de la nada (ex-nihilo). Este extraordinario poder económico y político ya ha sido transferido del estado a los particulares y es la madre de todas las privatizaciones.
Siguiendo esta lógica de privatización, el neoliberalismo impuso la separación del Tesoro y el estado. Este último ya no puede imprimir moneda para garantizar sus gastos militares, sociales, educativos, sanitarios, de infraestructuras, y debe financiarse en los mercados privados. Mientras que antes obtenía su capital en el Tesoro a un interés prácticamente nulo, ahora tiene que pagar tasas de interés a los financistas privados, lo que provoca que la deuda pública se dispare y se convierta en la gallina de los huevos de oro para la especulación. Francia, por ejemplo, tiene hoy una deuda pública correspondiente al 112% de su Producto Bruto Interno (PBI). Si no hubiera existido esta separación entre el estado y el Tesoro, la deuda pública no superaría el 40%. Toda esa diferencia ha sido engullida por la “eficacia” de los mercados, que ponen en juego un mecanismo de extracción, como si tuvieran el derecho a apropiarse de una parte de la riqueza de la sociedad, exactamente igual que la aristocracia en el “ancien régime”.
La privatización de la moneda se basa en otro principio: la independencia del Banco Central del poder estatal. El fundamentalismo del ordo-liberalismo alemán ha llegado a imponer otras reglas para quitar poder discrecional al Estado, las famosas “tres reglas de oro”: estabilidad monetaria, presupuesto equilibrado, competencia libre.
Eso sí, estos principios se aplican a todo el mundo, pero no a Estados Unidos, que ha construido una nueva forma de imperialismo a partir del dólar. La Casa Blanca mantiene un control centralizado y absoluto sobre el dólar y nunca ha soñado con hacer de la FED un órgano independiente de toma de decisiones. Aplicadas a Estados Unidos las tres reglas de oro, que también están inscritas en la Constitución de la Unión Europea, conducirían a su colapso económico y político inmediato porque la dominación del dólar se construye sobre un déficit comercial que debe ser permanente, y no se puede aceptar ninguna competencia “libre y sin distorsiones” al sistema monetario estadounidense. Lograr la estabilidad monetaria o consagrar en la Constitución la obligación de un presupuesto equilibrado son reglas para vasallos. El poder estadounidense se basa en el desequilibrio. Y mantiene fuertemente en sus manos las palancas monetarias. Si el país hegemónico occidental adoptara el proyecto de Milei, el capitalismo se derrumbaría en muy poco tiempo.
Lograr la estabilidad monetaria o consagrar en la constitución la obligación de un presupuesto equilibrado son reglas para vasallos. el poder estadounidense se basa en el desequilibrio.
Las fallas del mercado no existen
Los fracasos han sido tan frecuentes desde que se impuso la contrarrevolución financiera que el capitalismo está continuamente al borde del colapso. Y si alguien lo mantiene a salvo no es el mercado, tampoco los bancos que producen el 90% de la masa monetaria, sino precisamente lo que Milei quiere eliminar: el estado.
La privatización de la creación de la moneda se justificó con el argumento de que la racionalidad económica de los bancos privados era superior a la del estado, cuyas acciones estarían dictadas por intereses partidarios. Sin embargo, la historia del capitalismo demuestra que sus crisis siempre se han originado en la irracionalidad sin límites de los bancos privados, impulsados por una sed de ganancia que los lleva sistemáticamente a la autodestrucción.
La mayor crisis financiera de la historia (2008) fue obra de los bancos privados, de sus operaciones sin escrúpulos que no respetan ningún principio económico salvo el de la acumulación a cualquier precio. Prestaron dinero para comprar casas a familias estadounidenses que no podían pagar sus deudas, inmediatamente se deshicieron de estas deudas que sabían que eran muy arriesgadas, y las convirtieron en valores negociables. Los bancos de todo el mundo, especialmente en Europa, se llenaron de valores que garantizaban altos rendimientos porque eran arriesgados.
La genial idea de los bancos privados era que, al repartir el riesgo entre una multiplicidad de actores económicos, ese riesgo se reduciría a algo insignificante. Cuando el ciclo inmobiliario se invirtió y el valor de las casas empezó a caer, la crisis se extendió a la velocidad del rayo precisamente por la multiplicidad de tenedores de títulos/deudas que ahora no valían nada. El capitalismo estadounidense, origen del credo “neoliberal” de mercado, la privatización de la moneda, la eficacia económica y la estabilidad, produjo después de 2008 las condiciones que abrieron la puerta a la guerra.
El capitalismo se ha salvado gracias a la intervención de los bancos centrales, quienes disponen de una moneda soberana que cuando la moneda “privada” se hunde puede evitar las quiebras en cadena. Los bancos privados crean moneda, pero no pueden recapitalizarse ni acuñar moneda para evitar los desastres que provocan. Miles y miles de millones de dólares han sido puestos en el mercado por los estados, de modo que las deudas privadas se han transformado en deudas públicas pagadas por el “contribuyente”. La crisis de las subprime, para colmo, fue la ocasión de una enorme transferencia de riqueza (expropiación) de la sociedad y de sus componentes más débiles a los privados, por medio de la acción del estado.
Los flujos monetarios y financieros superan con mucho los que el estado puede controlar, pero sólo este último tiene la capacidad de funcionar como acreedor de última instancia, capaz de contrarrestar el pánico que asalta a los privados en tiempos de crisis. La creación monetaria privada no puede hacer nada contra una crisis desencadenada por ella misma. El capitalismo no puede existir sin la soberanía (monetaria, política, militar) del estado.
El dólar es un buen ejemplo de cómo el mercado poco tiene que ver con su funcionamiento. Las 800 bases militares estadounidenses diseminadas por todo el planeta son decisivas para fijar la eficacia y la estabilidad del dólar y, desde luego, no se rigen por la lógica del mercado y la libre competencia. Las decisiones sobre el dólar se toman ciertamente en colaboración con Wall Street y los oligopolios capitalistas, pero la dupla estado/Pentágono tiene la última palabra.
La privatización de la creación de la moneda se justificó con el argumento de que la racionalidad económica de los bancos privados era superior a la del estado. sin embargo, las crisis siempre se han originado en la irracionalidad sin límites de los bancos privados, impulsados por una sed de ganancia que los lleva sistemáticamente a la autodestrucción.
Qué hacer con el enfrentamiento que viene
No se sabe si este programa ultraliberal llevará a Milei a la presidencia de la República Argentina. Lo que sí se puede afirmar con certeza es que, de aplicarlo, llevará al país a perder su soberanía porque pasará a depender de las opciones y decisiones de otro estado. Argentina se convertiría en una colonia de hecho de los Estados Unidos cuando su mayor socio comercial es China (¡sic!). No estoy en condiciones de saber si este proyecto atrae a las oligarquías del país sudamericano.
Desde el punto de vista político hay dos enseñanzas: el fin del neoliberalismo empuja hacia centralizaciones (económicas, políticas, militares) que pueden adoptar diferentes formas (neofascistas, reaccionarias, populistas u oligárquicas), pero todas ellas parecen conducirnos hacia la guerra. Estas concentraciones de poder no pueden funcionar sin los dispositivos reaccionarios propuestos por Milei. Cada vez más “arcaísmos” coexisten con la innovación más desenfrenada.
Pero la aparición de este “libertario” que niega la libertad de todos los no-propietarios augura una segunda opción estratégica: la guerra civil. Su programa sólo puede conducir a un enfrentamiento más radical porque va a acelerar el empobrecimiento de los pobres y reducirá a la miseria incluso a la clase media. La tendencia hacia la guerra civil es mundial porque la crisis que comenzó en 2008 nunca ha terminado y, después de todo, la guerra entre imperialismos que se desarrolla en el planeta es por definición una guerra civil.
No creo que se pueda oponer un discurso racional al programa “irracional” de Milei. Lo único que se le puede oponer es una propuesta de ruptura revolucionaria. Y ahí está el problema: las fuerzas políticas que se oponen a Milei no parecen compartir este diagnóstico. El pensamiento crítico no vio venir la guerra porque eliminó el concepto mismo de lo bélico, y tampoco percibe el continuo despliegue de los procesos que conducen a una cada vez más probable guerra civil mundial porque ni siquiera consideran su posibilidad.
Lo que queda de los movimientos sociales leen la realidad a partir de las especificidades de las relaciones de dominación y de explotación en las que están atrapados, lo que sin duda es un punto de partida necesario y eficaz. Pero deteniéndonos en este nivel no estaremos en condiciones de resistir el nivel de confrontación que imponen la guerra y la guerra civil: no se trata sólo de enfrentar los dispositivos económicos, racistas, sexistas de dominación y explotación, sino de combatir al poder que los engloba en una gestión más general que se desarrolla a nivel planetario. La crisis del marxismo nos ha hecho perder la capacidad de leer la coyuntura (las relaciones entre fuerzas y la intensidad de sus choques). Las teorías críticas consideran estos análisis como “abstractos” y no “situados”, una perspectiva “macro” que no implica a los sujetos sociales. Frente a la vieja estrategia de las “relaciones de fuerzas” que surgen en el mercado mundial, proponen una práctica de resistencia que parte de la “relación consigo mismo”, oponiendo esta a aquellas cuando deberían mantenerse estratégicamente unidas.
Sin embargo, como dijo el filósofo, la transformación se hace real cuando “la imposibilidad de cambiar se convierte en imposibilidad de vivir”. Ya estamos inmersos en esa situación. Transformarla en acción política parece la imposible pero necesaria tarea actual.
Por Maurizio Lazzarato-Revista Crisis