La violencia étnica o interestatal y las tensiones fronterizas parecían propias de África, de Asia y Europa. Ahora se encendió la alarma en América Latina.
La reactivación del litigio entre Venezuela y la excolonia británica de Guyana por el territorio del Esequibo, confirmado como una gran fuente de riqueza petrolera, agitó el fantasma de un nuevo conflicto fronterizo en América Latina, una de las pocas regiones del planeta sin conflictos violentos –étnicos o interestatales– desde hace tres décadas: ¿es una luz de alarma o solo una excepción en la geopolítica de la región?
Finalmente, las dos partes acordaron rebajar tensiones y seguir dialogando sobre una resolución definitiva del litigio, pero en el mundo quedó la sensación de que la región corre el riesgo de perder el privilegio de vivir sin guerras en sus fronteras.
La última vez que dos países latinoamericanos se trenzaron bélicamente fue entre Perú y Ecuador, en 1995, durante cinco semanas en la frontera del Río Cenepa. Una intervención regional resolvió definitivamente el litigio en 1998, en Brasilia. La breve guerra causó al menos un centenar de muertos.
La región tiene varios conflictos limítrofes, algunos muy antiguos, todavía por resolver pero están judicializados y sin riesgo de choques armados. Casi todo el resto del mundo, no.
Dramático 2023. El pasado 2023 fue el tercer año de mayor violencia desde el final de la II Guerra Mundial, en 1945, según el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS), con 137.800 muertos, sin contar los 30 mil estimados en la Franja de Gaza.
Las muertes están en su punto más alto con excepción de 1950, cuando estalló la Guerra de Corea y murieron 550 mil personas, y 1994, cuando el genocidio de los tutsis en Ruanda creó una desviación sangrienta en la curva, con 800 mil muertos, según el organismo con sede en el Reino Unido .
El IISS observa “un mundo dominado por conflictos cada vez más intratables y violencia armada en medio de una proliferación de actores, motivos complejos y superpuestos, influencias globales y un cambio climático acelerado”.
En ese contexto, los conflictos violentos –étnicos o interestatales– y las tensiones fronterizas parecían propias de África, de Asia, la vieja Europa (Ucrania-Rusia) o más recientemente Medio Oriente, hasta que la alarma se encendió en la región del Esequibo, cuya soberanía se disputan Venezuela y Guyana.
¿Es una excepción o la región se contagiará del resto del planeta? Una pista: el Tratado de Tlatelolco (1967) de No Proliferación Nuclear (NPN) mantiene a nuestra región libre del desarrollo, la compra, los ensayos y el despliegue de armas nucleares. América Latina es un ejemplo de la posibilidad de desarrollo pacífico de la energía atómica.
El péndulo del Esequibo. Sin el pasado colonial y la puja por riquezas naturales –en este caso, el petróleo– no podría comprenderse cabalmente el conflicto por el Esequibo, un territorio de 160 mil km2 equivalente a una vez y media la isla de Cuba, bajo administración de Guyana.
El litigio se recalentó a finales de 2023, cuando Venezuela movilizó tropas, Estados Unidos irrumpió con despliegue militar en resguardo de Guyana y la respiración se cortó en la región durante algunos días de diciembre, hasta que los presidentes Nicolás Maduro e Irfaan Ali se reunieron en San Vicente y las Granadinas.
El Esequibo, en el noreste de América del Sur, con costa al Atlántico, reúne al 15% de los 800 mil habitantes de Guyana. Bajo dominio colonial de España, la región era parte de la Capitanía General de Venezuela, que la heredó en su independencia de 1811.
Pero Londres, como en Malvinas, metió la cola. Reino Unido firmó un pacto con Países Bajos para adquirir alrededor de 51.700 km2 al oriente de Venezuela, sin definir la frontera occidental de la futura Guyana Británica: en 1840, el explorador y naturalista prusiano Robert Schomburgk trazó una línea homónima que abarcó 80 mil km2 más.
En 1895, con la Doctrina Monroe en mano, Estados Unidos impulsó un arbitraje internacional que dictó el Laudo Arbitral de París de 1899: el territorio sería británico. Pero en 1949 se conocieron irregularidades de los jueces en favor de Londres: entonces, Venezuela consideró nulo el fallo y reactivó su reclamo. En 1966 Reino Unido otorgó la independencia a Guyana, con todo el Esequibo.
Llamativamente, o no tanto, durante la Guerra Fría, el presidente venezolano Rómulo Betancourt reanimó la disputa de soberanía desde Caracas porque veía en las autoridades izquierdistas de Guyana un amenazante juego de pinzas con la Cuba castrista: tuvo entonces el apoyo de Washington. Seis décadas después, el eje Venezuela-Cuba mueve el péndulo y pone a Estados Unidos en el lugar contrario.
Hoy, el “driver” es otro: tras los descubrimientos de petroleras estadounidenses en aguas costeras, Guyana quedó con reservas estimadas de 11 mil millones de barriles de crudo, las más altas per cápita (0,6% del total mundial). La producción es de 600 mil barriles diarios, que para finales de 2027 puede llegar a los 1,2 millones. El pequeño país aumentó su PIB un 57,8% en 2022 y 25% estimado en 2023.
Un referendo en Venezuela arrojó 95% de apoyo a la recuperación del Esequibo. El país tiene las mayores reservas probadas de crudo, 300 mil millones de barriles pero, en una década, su producción diaria cayó de más de 3 millones de barriles a 750 mil barriles.
“Pensemos en el impacto que tendrá en la geopolítica de Sudamérica cuando Guyana sea como otro Qatar”, dijo el analista Phil Gunson, al New York Times. Washington dio una señal: el acuerdo de límites de 1899 “debe ser respetado”, dijo.
Inquietante como es, esta lectura económica permite ajustar la evaluación del litigio Venezuela-Guyana y, apoyándonos en los antecedentes de intervención regional –desde la aplicación del Protocolo de Río hasta las gestiones de la Unasur–, diferenciar la situación puntual del Esequibo de las de otras zonas calientes del planeta.
Entre tanto por reparar y hacer en nuestra región, la ausencia casi total de conflictos armados internos e interestatales sigue siendo un envidiable punto de partida para un proyecto de desarrollo regional, democrático e inclusivo que, a su vez, evite quedar presa de las rivalidades militares y económicas que presenta el actual escenario multipolar.
Esequibo no debe ser una excepción a la ausencia de conflictos armados en América Latina.
Por Jorge Argüello-Embajador de la Argentina ante los Estado Unidos. Sherpa argentino del G20.