El ex embajador argentino en Washington y en Lisboa habla de la relación del Presidente con otros mandatarios y de la crisis en Estados Unidos por el mal papel de Joe Biden en el debate con Donald Trump.
-¿Lo sorprendió la crisis demócrata en Estados Unidos por la salud mental y física de Joe Biden y sus dificultades como candidato presidencial?
-Sí, me sorprendió. Yo estaba en Estados Unidos la noche del debate y tenía una cena, pero opté por no concurrir a la cena para irme al hotel a ver tranquilamente, como hace un hincha con su equipo de fútbol. Yo tenía, como tanta gente en Estados Unidos, la expectativa de ver que el gran tema del debate era ver la performance de Joe Biden, más que el debate entre los dos candidatos, porque la verdad es que nadie espera mucho de este tipo de debates, pero hay algo que puede pasar y es que alguno de los dos contendientes pueda cometer errores o pueda desmoronarse. Fue duro el debate porque vimos un hombre frágil, vimos una imagen muy lejana de la imagen que debiera proyectar quién se propone ser el presidente de los Estados Unidos en los próximos cuatro años.
-Frágil y perdido…
-Yo creo que vimos, sobre todo en los primeros 15 minutos del debate, un presidente vacilante. Esto preocupa, en primer lugar, porque pone en duda su capacidad de ganar la elección, pero también preocupa porque claramente desnuda la incertidumbre sobre la capacidad de administrar los Estados Unidos durante cuatro años. Es verdad que Estados Unidos tiene un problema con sus liderazgos. Hay dos candidatos a presidente, uno tiene 78 años y el otro tiene 81 años. Esto claramente expresa esta dificultad que están teniendo los partidos políticos para renovar sus liderazgos. Pero bueno, la definición de estos candidatos no puede disociarse de este proceso de polarización de la sociedad de los Estados Unidos.
-¿Y no le sorprende que Biden haya podido gobernar estos cuatro años? Porque se lo vio muchas veces mal.
-Yo estuve el año pasado por espacio de más de una hora en el Salón Oval de la Casa Blanca, en la reunión que mantuvo con el expresidente Fernández. Y la verdad es que yo vi un presidente Biden absolutamente lúcido, que condujo toda la reunión. Sabía y conocía todos los temas. Vos me podrás decir, bueno, pero todos tienen unos papers previos. Sí, está bien, pero tenía perfectamente claro cuál era la situación de la Argentina, de la Argentina en la región, de la relación bilateral entre Estados Unidos y la Argentina. Yo vi un presidente muy presente todo el tiempo.
-¿Ve un liderazgo nuevo en el partido demócrata?
-No, yo no lo avisoro. Hoy yo calculo que si el presidente Biden no fuera por la reelección, la candidatura más natural es la de Kamala Harris, es decir, la vicepresidenta. Pero hay otros candidatos.
-¿Gana Trump?
-Yo creo que Trump tiene un electorado muy firme, muy consolidado. Es difícil predecir si va a ganar o no las elecciones. Uno podría pensar que tiene alrededor del 40% del electorado. ¿Alcanza para ganar la presidencia? Depende de distintos factores. Según yo entiendo, y conforme fue en la última elección, a mayor concurrencia, menos posibilidades para Trump. Biden tuvo un problema que se le presentó a partir de la situación en Medio Oriente, es que las franjas juveniles más dinámicas, potencialmente votantes del Partido Demócrata, estaban manifestando en las calles y en las universidades su desacuerdo con la política que estaba llevando adelante la Casa Blanca en Medio Oriente. Yo no me animo a anticipar que Donald Trump va a ganar la elección, pero sí estoy seguro que va a ser una elección absolutamente reñida.
-¿Biden le da a Milei más o menos apoyo que el que le dio a Alberto Fernández?
-La relación bilateral entre Argentina y los Estados Unidos es buena, es dinámica. Basta con repasar en los últimos años el proceso de visitas recíprocas que importantes funcionarios de los dos países han realizado en el otro país.
-¿Cuál es su diagnóstico de la política exterior de Javier Milei?
-Yo creo que la Argentina necesita multiplicar vínculos, no reducirlos. Y eso me preocupa de la política exterior que sigue el presidente Milei. Nosotros somos un país importante, pero que forma parte de la periferia. Nosotros somos un país que necesita mayor intensidad en todos sus vínculos. Por ejemplo, el primer socio comercial de la Argentina es Brasil. Esto necesariamente a mí me lleva a decir que tenemos que mejorar la intensidad de la relación con Brasil. El segundo socio comercial de la Argentina es China. Esto a mí me lleva a decir que tenemos que potenciar los vínculos bilaterales con China. El tercer socio comercial es Estados Unidos o la Unión Europea si la consideramos en su conjunto, depende del momento. Bueno, me lleva a decir lo mismo, tenemos que intensificar los vínculos.
-¿Milei está muy peleado con Lula, con Luis Arce, con Gustavo Petro, con Pedro Sánchez. No se lleva con Gabriel Boric, ni siquiera con Luis Lacalle Pou, y apenas se trata con Santiago Peña. ¿Eso es peligroso?
-La Argentina necesita multiplicar vínculos, no reducirlos, reitero. El interés nacional requiere de ampliar la calidad y el número de relaciones que la Argentina tiene por delante.
-¿Esto es la antidiplomacia?
-Usando los términos de la ciencia política, sí se la podría llamar la antidiplomacia. Es una modalidad de relacionamiento que supone conflictos, intensas afinidades e intensos desacuerdos. Yo creo que esa óptica de trabajo no atiende al interés nacional. Las simpatías o antipatías personales o las identificaciones personales que los líderes tengan con otros líderes no deben repercutir en la agenda exterior de la República. ¿Por qué? Porque la agenda exterior de la República debe basarse exclusivamente sobre intereses. El interés nacional es lo que debe primar. Y aquí es donde yo veo alguna dificultad en la actual gestión.
-¿Qué le parece que Milei no viaje a la cumbre de Mercosur? Al mismo tiempo ¿qué le ofrece de bueno el Mercosur a la Argentina hoy?
-El Mercosur ha sido siempre ha sido una posibilidad, mejorable y perfectible, pero sin lugar a dudas una posibilidad para la Argentina. Argentina no tiene un destino singular. Argentina puede desarrollarse, crecer en tanto sea capaz de mancomunar esfuerzos e intereses con otras realidades nacionales similares. Lo que puede producir la ausencia de uno de los presidentes en la cumbre del Mercosur es generar incertidumbre respecto de la agenda exterior del país, imprevisibilidad. Que el gobierno argentino, no el gobierno de Fernández, haya generado las condiciones políticas propicias para ser invitado a formar parte de los BRICS no puede ser borrado de la noche a la mañana sin la gestación de un consenso interno respecto de si el interés nacional se ve beneficiado con la renuncia a la invitación para incorporarse a los BRICS. La política del portazo no es lo que necesita el interés nacional. Nosotros necesitamos generar una sensación de previsibilidad, porque eso tiene que ver con la fortaleza del país a la hora de ir al encuentro con otros.
-Lo mismo se podría decir de Alberto Fernández cuando se metió en los BRICS y enfrió el camino de Argentina a la OCDE que empezó Mauricio Macri…
-No es lo mismo, decía, con relación a esto y considerando esto, manejar los tiempos de una negociación que decidir abortar la negociación. En el caso de la OCDE no casualmente vos usaste la palabra enfriar, pero de ninguna manera eso significó renunciar a un objetivo. Eso contrasta muy fuertemente con el ingreso de Argentina a los BRICS. Muy fuertemente.
-¿Con qué líder internacional compara a Milei?
-Yo creo que las sociedades democráticas occidentales están todas atravesando por un proceso particular. De alguna manera, uno podría trazar similitudes, solo similitudes. Milei no es igual a Trump, Trump no es igual a Orban, Orban no es igual a Meloni. Sin embargo, todos estos nombres, de alguna manera, son los nombres de este proceso inédito que están viviendo las democracias occidentales, que son de intensos cuestionamientos y de búsqueda de nuevas respuestas, a veces de respuestas insólitas. Donald Trump es un nativista, Milei no es nativista. Entonces son procesos distintos.
-El Gobierno igual tiene un discurso nítido que le gusta a sus votantes porque por ejemplo condena a las dictaduras de la región, cuando el kirchnerismo las aupaba.
-La realidad de toda la región ha cambiado dramáticamente el signo que identificaba y unía a los gobernantes de los distintos países de América Latina. Hace 10 años uno veía a presidentes de muy distintos signos políticos trabajando en el proyecto de Unasur. Hoy ese escenario es impensable, hoy eso no se verifica. Yo creo que cada país está atravesando su propio proceso y tiene sus propios desafíos, y cada presidente es una respuesta nacional a la problemática que tiene cada país.
-¿Ve una región más desintegrada?
-Sí, veo una región más desintegrada. Y un mundo más desintegrado. Y evidentemente, yo creo que la noción de precariedad, de imprevisibilidad, se está imponiendo. El mundo se ha ido complejizando, mientras las instancias que tenía para resolver los problemas, básicamente las estructuras del multilateralismo que son gestadas después de la Segunda Guerra Mundial, después de los acuerdos de Bretton Woods, han ido perdiendo relevancia e importancia. Hoy nadie espera soluciones concretas a los distintos problemas o amenazas que hay a la paz y seguridad internacionales de la Asamblea General de Naciones Unidas o del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. En ese sentido, el mundo está más librado a su cuenta y estamos viviendo algunos episodios bélicos como los que estamos viendo como consecuencia de la invasión rusa a Ucrania o lo que estamos viendo en Medio Oriente que eran difíciles de imaginar hace no muchos años.
-¿Le cree a Trump cuando dice que va a terminar con las dos guerras?
-Sí, sí, yo creo que él está decidido en ese sentido. Trump no es un presidente belicista. Trump, al contrario, yo diría que es un presidente que tiende a cerrarse sobre sí mismo, o tiende a que los Estados Unidos se cierre sobre sí mismo y va a trabajar en ese sentido.
-Lula da Silva no es el líder que fue. ¿En qué momento ve a Brasil?
-En uno de sus momentos, claramente es la principal potencia económica de Sudamérica, Lula tiene un rol para jugar en la comunidad internacional, es reconocido en ese sentido. El resto habrá que verlo porque, insisto, el mundo está en un estado de precariedad tal que se hace muy difícil predecir lo que va a pasar en el plazo. Lula salió a convocar a la región y no lo logró. Sí, pero de todas maneras yo creo que hay un reconocimiento general del rol que estaría llamado a jugar Brasil. Falta ver si es capaz de cumplir ese rol, pero Brasil está en un buen momento para ejercer el liderazgo.
Político y diplomático componedor, sin expresiones extremas
Jorge Martín Arturo Arguello es lo que se dice un hombre hecho así mismo, definición que en inglés le sienta mejor con lo de self made man.
Porque si hoy se lo asocia al mundo diplomático y a la política internacional de los últimos peronismos, tiene una carrera bastante vivida en la política para las generaciones que lo vieron en otro escenario en esta década y media: dos veces al frente de la Embajada argentina ante los Estados Unidos, con Alberto Fernández y con Cristina Kirchner, con quien también estuvo a cargo de la sede en Portugal y, anteriormente, fue embajador de ante las Naciones Unidas.
Nacido en Córdoba, empezó su carrera pública a fines de los ochenta en el Concejo Delliberante de la Ciudad de Buenos Aires, que llegó a presidir. Fue parte de la ola del peronismo porteño, en tiempos de Carlos Menem, diputado, estatuyente de la nueva Constitución de la Ciudad de Buenos Aires, presidente del bloque del partido Nueva Dirigencia, otra vez legislador, y otra vez diputado. A fines de los noventa encabezó una alianza Unión por Todos, de la hoy ministra de Seguridad Patricia Bullrich y el Movimiento de Integración y Desarrollo.
Cuando estuvo en la Cámara de Diputados se abocó a los temas de Malvinas, siendo de hecho, impulsor del observatorio parlamentario sobre la cuestión de las islas.
Argüello tiene varias características. Una de ella es que evita declaraciones que le generen conflictos. Otras es que busca poner paños fríos a los conflictos con posiciones más de centro. De ahí que Cristina Kirchner lo desplazara de la embajada de Estados Unidos hacia la de Portugal, cuando tomó ella una posición más radicalizada.
En cambio, con Alberto Fernandez tuvo más juego y más poder. Son amigos, pero Cristina evitó que fuera Canciller. Cuando estando en Moscú, dias antes de la invasión de Vladimir Putin a Ucrania, Alberto Fernández ofreció a la Argentina como puerta de entrada de Rusia a América Latina, Argüello fue convocado a la Casa Blanca por Jake Sullivan, a cargo del Consejo de Seguridad Nacional de EE.UU. En la reunión hubo palabras fuertes. Y nadie las hizo trascender. Pero a partir de ese encuentro, Fernández tomó una más clara posición definida sobre Washington, criticó la invasión y terminaría sentado en su último año de gobierno con Biden en el Salón Oval de la Casa Blanca.
Otra característica que lo describe a Argüello por su tipo es que podría trabajar al servicio público de cualquier gobierno sin extremos. Y además, en cada lugar que pasa, siempre termina o con un libro o con una acción política. Fue uno de los pocos embajadores de la gestión anterior que hizo una transición ordenada de la misión con su sucesor, Gerardo Werthein.
Hoy, tras volver de Washington su actividad principal pasa por la fundación Embajada Abierta, creada hace 10 años. Es non Resident Fellow de la Georgetown University, Buenos Aires no para con lo que es su último hijo editorial: un libro reciente cuya segunda edición ya está en proceso y que se llama Las Dos Almas de los Estados Unidos. Este es abordaje, con tono personal y político a la grieta y al proceso de fragmentación y de polarización de la sociedad estadounidense, que termina expresándose en dos nombres propios, y que son los de Joe Biden y los de Donald Trump.
Publicado el 07/07/2024 por Natasha Niebieskikwiat en Clarín