La recuperación de las islas Malvinas el 2 de abril de 1982 tomó de sorpresa a los comandantes de la fuerza de submarinos , que no habían sido informados de la Operación Rosario. No obstante, prepararon como pudieron a un submarino con serias falencias técnicas y navegaron con él dentro de la zona de exclusión. La decisión del Capitán de Fragata Fernando María Azcueta y su tripulación bisoña. Y la orden de destruir al enemigo con la única posibilidad de disparar torpedos en forma manual
Los tambores de guerra del 2 de abril de 1982 sorprendieron al ARA San Luis (S-32) y a toda su tripulación, incluido su comandante, el Capitán de Fragata Fernando María Azcueta, de 40 años e hijo de uno de los primeros submarinistas de la Armada Argentina. Estaba atracado en un muelle de la Base Naval Mar del Plata (BNMP), base de operaciones de la pequeña fuerza de submarinos de la Armada.
La sorpresa se debió a que el alto mando naval, para guardar el secreto de la operación concretada ese día, optó por no informar a los comandantes de las diversas unidades no involucradas directamente sobre la operación Rosario: la toma de Malvinas.
Por tanto, el San Luis no recibió la orden de prepararse para una patrulla de combate hasta 24 horas después del asalto a las islas. En ese momento, la recientemente completada tripulación comenzó a alistar el buque, con el fin de hacerlo apto para la guerra en el menor tiempo posible.
El estado inicial del submarino no era satisfactorio y necesitaba en gran medida entrar en dique seco, algo que tendría que hacerse en la Base Naval de Puerto Belgrano, la base principal de la Armada, ya que Mar de Plata carecía de esas instalaciones.
El casco, la hélice y las tuberías internas de refrigeración del San Luis presentaban acumulaciones de pequeños crustáceos parásitos, que afectaban su rendimiento, aumentaban su nivel de ruido y limitaban su velocidad. Pero, como no había tiempo suficiente para viajar a Puerto Belgrano, la limpieza fue realizada en Mar del Plata por buzos (alumnos de la Escuela de Buceo) que trabajaron las 24 horas del día, munidos de rasquetas manuales, durante casi una semana.
El Capitán de Fragata Fernando María Azcueta le habla a su tripulación durante la patrulla de guerra de 1982. La barba hace notar que ya llevaban bastantes días en el mar
Además de estos problemas, la unidad presentaba otras deficiencias que no se corrigieron del todo a tiempo para la partida, incluso con el intenso trabajo realizado: un motor diésel estaba fuera de servicio (desde 1976) porque el bloque motor estaba roto, y los otros tres tenían problemas por falta de refrigeración que limitaban su potencia de salida; el agua de mar entraba regularmente por el snorkel y también tenía averías en las bombas de achique. Además, el sistema DUUX (un telémetro acústico pasivo) no daba información precisa y fue evaluado como fuera de servicio.
A ello debían agregarse serias limitaciones para la supervivencia de la tripulación, tales como el sistema de eyección de la balsa de salvamento fuera de servicio, quemadores de hidrógeno vencidos, medidor de oxígeno en reparación en tierra y las cápsulas para la medición de gases del interior de buque, también vencidas en 1976. Todo a pesar de que se trataba de una unidad moderna y nueva (incorporada en el año 1974).
En lo que resulta a la tripulación, el nivel de formación de la misma se veía afectado por la política de rotación de personal de la Armada Argentina: muchos de los tripulantes eran nuevos en el buque y varios puestos clave del submarino, como los de los sistemas de control de tiro, estaban ocupados por suboficiales subalternos (los submarinistas más experimentados de la Armada Argentina se encontraban, en ese momento, en Alemania Occidental, supervisando la construcción de los nuevos TR 1700, tales como el San Juan).
El Teniente de Corbeta Luis Seghezzi, era el increíblemente joven Jefe de Navegación del San Luis y se había graduado en la Escuela de Submarinos a fines de 1981: “Mucho se dijo sobre el nivel de recambio que había tenido la tripulación del submarino en su conjunto. Que era una tripulación con poca experiencia. Ciertamente, la gran mayoría apenas tenían tres meses de arribados. Y algunos, entre los cuales me incluyo, tenían en aquel destino, su primera experiencia en el arma. En el fondo eso no era una novedad para las tripulaciones de esa clase de submarinos. Un alto recambio aseguraba mayor cantidad de tripulantes capacitados en nuevas tecnologías, teniendo en cuenta que se estaba en plena etapa de incorporación de unidades aún más modernas, que se construían en esos momentos en Alemania. Pero una mayor experiencia, en esta situación, creo que no garantizaba una mejor respuesta porque nadie antes había vivido una experiencia como la que se presentaba”.
Trayectoria del ARA San Luis desde el área “Enriqueta” hasta la zona de exclusión, ingresando finalmente al área de patrulla “María”, dentro de la Zona de Exclusión
Además, mientras la plana mayor del San Luis tenía vasta experiencia en submarinos, ni Azcueta ni el segundo al mando tenían experiencia con los submarinos Tipo 209 como el San Luis). De hecho, el Capitán Azcueta solo había navegado 16 días como comandante —había asumido el comando el 19 de diciembre de 1981— antes de partir para la guerra.
El 11 de abril, a última hora de la tarde, cargado hasta arriba de agua y víveres, y armado con 10 torpedos filoguiados SST-4 (serie 260) y 14 torpedos Mk 37 Mod 3, el submarino y sus 35 tripulantes partieron desde Mar del Plata.
El Cabo Segundo Eduardo Lavarello recuerda: “Zarpamos el 11 de abril. Era Domingo de Pascua. Salimos al atardecer, el tiempo no era el ideal, había un poco de niebla, muy feo y fresco pero, para pasar desapercibidos era lo correcto, recuerdo estos detalles ya que tuve que hacer maniobras en cubierta con las amarras. Rápidamente nos perdimos en la noche buscando el punto de inmersión. Tuvimos que comprobar el desplazamiento, nuestro propio nivel de ruido y la refrigeración de los motores diésel. Los dos primeros estaban bien, pero el sistema de refrigeración de los motores no estaba en su mejor momento. Sin embargo, el comandante y el jefe de máquinas acordaron continuar, ya que la zona en la que teníamos que operar era muy fría”.
El día 13, o sea dos días después de zarpar, el Capitán Azcueta, envió un mensaje a sus superiores, informando el resultado de las pruebas de motores arriba señaladas: “Resultado pruebas motores dos, tres, cuatro, funcionamiento aceptable hasta 1200 amperes de carga por motor. Máxima velocidad alcanzada en inmersión 20 nudos. Estoy listo”. Esas dos palabras finales pintan de cuerpo entero a un valiente. Sin experiencia real en un submarino Tipo 209, con una tripulación bisoña, con un motor de menos, con un submarino con varios problemas y defectos, con armas que conocía habían fallado estrepitosamente los años anteriores, sabiendo que tenía que enfrentar a la marina de guerra líder en guerra antisubmarina.
Sin embargo, Fernando Azcueta informó a sus superiores “estoy listo”. Listo para la guerra. Sin condicionamientos.
El 17 de abril de 1982, tras un tránsito sin muchos problemas durante el cual el comandante había aprovechado el tiempo para seguir entrenando a la tripulación y solucionar algunos de los problemas mecánicos pendientes, el operador de radio recibió un mensaje cifrado que ordenaba al submarino dirigirse a una zona de espera designada como “Enriqueta”, situada al sudeste del Golfo Nuevo, cerca de la Argentina continental y al norte del límite de la llamada Zona de Exclusión fijada por los británicos.
La computadora VM-8/24 queda fuera de servicio
En un principio, y dado que había conversaciones diplomáticas en curso, al igual que ocurría con las fuerzas británicas, existía una limitación en el uso de armas debido a las Reglas de Empeñamiento vigentes.
En aquel momento, éstas sólo podían utilizarse dentro de la Zona de Exclusión Marítima y únicamente tras una identificación positiva del blanco. La excepción sería si el objetivo fuera un contacto sumergido, que se presumiría enemigo. Estas órdenes eran casi idénticas, inicialmente, a las vigentes para los submarinos británicos.
Dos días más tarde, la computadora de control de tiro VM-8/24 quedó absolutamente ciega y no pudo ser reparada, por más que la tripulación hizo todo lo que tenía a su alcance.
El Capitán Azcueta explicaba a sus superiores luego de la guerra: “La computadora queda sin representación en su pantalla. Los tres paneles de blanco no responden a las órdenes de los comandos de sensores activos y pasivos. Mantiene la capacidad de trabajo en emergencia…(la) falla se producía en la unidad control de programa de memoria, cuyo origen no podíamos detectar. Se procedió a verificar las tablas de fallas detalladas en el Manual de la Computadora VM-8/24 libro IV, se conectó el panel de prueba y se comprobó que al estar la computadora parada en una dirección determinada ella no respondía a los test de verificación. Se comprueban todas las alimentaciones y se intenta los ajustes de los valores de tensión que establece el manual de la computadora, libro VI. Se encuentran algunas novedades y se logra destrabar la computadora, aunque ella sigue sin cumplir correctamente los lazos de sus programas”.
La computadora de tiro es el cerebro de un submarino de ataque moderno y, alimentada por los diversos sensores que rastrean el océano exterior, permite al submarino resolver una solución de tiro y el disparo y guiado de torpedos.
El sistema de control de tiro submarino VM-8/24 podía rastrear y preparar simultáneamente soluciones de control de tiro para hasta tres objetivos, y controlar tres torpedos dirigidos contra ellos. El sistema podía utilizarse no sólo para calcular los ángulos de avance de los torpedos, sino también para procesar todos los datos de los sensores y obtener las posiciones y vectores de los objetivos. Podía mostrar simultáneamente el alcance del sonar, el radar y el periscopio, así como los datos de rumbo.
Su inoperatividad fue un golpe devastador.
Dejaba al submarino sin su capacidad de fuego automático y lo limitaba a disparar un solo torpedo a la vez, que podía ser guiado por la tripulación en modo manual (de emergencia).
“Todo contacto es enemigo” el libro escrito por Mariano Sciaroni junto a Andy Smith
Con la rotura de la computadora existía, según el informe de post-guerra:
- Pérdida de la capacidad de mantener actualizadas en forma automática e instantánea las posiciones del submarino, blanco y torpedo.
- Pérdida de la capacidad de cálculo preciso del Angulo de Puntería (Rumbo del Torpedo) y su actualización instantánea.
- Escasa precisión del dial del sistema de guiado manual (graduaciones cada 5° por diseño)
- Imposibilidad práctica de estimar la posición del torpedo y como consecuencia, seria dificultad para introducirle correcciones eficaces.
La gravedad de la avería llevó a Azcueta a romper el tradicional silencio de radio con el que se mueven los submarinos e informar a sus superiores. El Comandante de la Fuerza de Submarinos (COFUERSUB) reconoció el problema, pero decidió no retirar al ARA San Luis de la zona de espera, tras valorar la conveniencia de tener al menos un submarino patrullando a pesar de las limitaciones que arrastraba.
Según la doctrina, la rotura de la computadora implica una “baja probabilidad de impacto” y, por tanto, el uso de torpedos es “en caso de lanzamientos defensivos y si no se dispone de otra arma”. Por tanto, se consideró que, la rotura de la computadora implicaba “que sería prácticamente no factible el cumplimiento de la misión de la unidad”.
El submarino San Luis en Puerto Belgrano, a la mañana siguiente de la llegada de su patrulla de guerra. Atrás, se advierte al enorme portaaviones ARA 25 de Mayo
Dentro del San Luis, sin embargo y a pesar de conocer las nuevas limitaciones con las que irían a la guerra, tenían cierto optimismo. Según recuerda el Teniente de Navío Ricardo Alessandrini, Jefe de Armamento del submarino: “La computadora de control tiro no estaba operativa y nos dejaba cortos de capacidad en la zona de espera. Esto limitaba el número de disparos de torpedos que se podían controlar desde el submarino. Sin embargo, en la fuerza de submarinos practicábamos a menudo el método anticuado de disparar torpedos utilizando cálculos manuales y era totalmente posible llevar a cabo un ataque con éxito con buena información sobre nuestro objetivo”.
Esto es, la tripulación del S-32 debería lanzar torpedos mediante plottings y ábacos, de la misma forma que se lanzaban torpedos de corrida recta y a corta distancia hasta principios de la Segunda Guerra Mundial.
También narra el Capitán Azcueta: “Como se ha dicho, durante la permanencia en el área Enriqueta, aprovechamos la detención para intensificar el adiestramiento en los distintos roles y para ajustar valores del buque que no teníamos actualizados. Entre ellos el llamado “umbral de cavitación”. En un submarino, la velocidad a partir de la cual sus hélices cavitan (fenómeno del fluido que produce un indeseable e importante ruido propio), depende de la profundidad y aumenta con ella. Es decir, que si aumento el plano de inmersión, puedo aplicar más velocidad sin cavitar. Con resignación comprobamos que, cualquiera fuera la profundidad, hasta 150 metros, cavitábamos a los 6 nudos. Esta circunstancia, me llevó a ser muy prudente con la velocidad en el área de patrulla. Se hizo evidente que, a pesar del gran empeño de los buzos alumnos de la Escuela de Buceo, la hélice no había quedado lo suficientemente limpia. No había nada que hacer.
Llegado el 26 de abril, las negociaciones sobre el destino de las islas estaban prácticamente cerradas. COFUERSUB (Comando de la Fuerza de Submarinos) decidió enviar al San Luis a la zona de patrulla “María”, situada al norte de las islas. Llegó allí el 28, no sin peligros.
En la tarde del mismo día, con el deterioro de la situación militar y política, el S-32 recibió la orden de destruir cualquier objetivo enemigo si lo encontraba dentro de la Zona de Exclusión alrededor de las islas: “De COFUERSUB a San Luis. Anulo restricciones empleo armas. Todo contacto es enemigo”.
Aun con todos los problemas citados y una computadora de tiro (el cerebro del submarino) rota, el San Luis se cubriría de gloria en los días venideros. El Almirante Brown hubiera estado orgulloso de esta valiente muchachada de la Armada.
Por Mariano Sciaroni-Infobae