A pesar del crecimiento de la economía norteamericana, el descontento asociado a la inflación en productos básicos es un desafío para Biden.
Los estadounidenses observan el final de la curva de una campaña presidencial que, salvo sorpresas, culminará en noviembre con las elecciones más reñidas en mucho tiempo, en un clima de polarización extremo en el que los encuestadores se devanan los sesos por encontrar detalles que inclinen la balanza.
La agenda pública está dominada por asuntos centrales que expresan las “dos almas” en que se ha dividido la sociedad norteamericana: el derecho al aborto, el papel de la religión, el valor de la inmigración, el rol de las minorías y hasta el derecho al voto. Aún así, la economía sigue siendo muy determinante, para votantes demócratas y republicanos por igual, y los acerca más allá de esa amarga grieta.
Después de la pandemia de la Covid-19, la primera potencia económica mundial (un PIB de 30 billones de dólares) experimentó un fuerte repunte bajo la presidencia del demócrata Joe Biden y volvió a crecer, con récords en materia de creación de empleo y el despliegue de políticas públicas que apostaron a un cambio de su matriz productiva. El objetivo era asegurarse un doble liderazgo, tecnológico y ambiental. A esa estrategia se la denominó los “Bidenomics”.
A pesar de un escenario en donde las condiciones de vida experimentaron una mejora sostenida, hay un segmento relevante de los votantes que está disconforme con la situación económica. Esa percepción plantea un gran desafío a los encuestadores, y sobre todo a los asesores de Biden.
En los últimos dos años, la economía creció a un ritmo promedio del 2 por ciento y ahora lo hace a una marcha del 3,4 por ciento (aunque en el último trimestre retrocedió hasta el 1,6 por ciento). Por su parte, el nivel de desempleo se ubica en el 3,8 por ciento; una marca que está debajo de la media histórica. Y, en materia financiera, un indicador relevante como es el índice S&P 500 acumuló una ganancia del 10 por ciento en el primer trimestre, el máximo en dos años.
Inflación
A pesar de los buenos resultados macroeconómicos, el humor de los consumidores estadounidenses empeoró en los últimos dos años. Cuando se observa la evolución del indicador desde 1980, se registra una caída incluso a niveles por debajo de los registrados durante la Gran Recesión de 2008-1010.
El dato es relevante porque anteriores presidentes norteamericanos fueron reelegidos cuando el humor de los consumidores era positivo (Ronald Reagan, Bill Clinton y George W. Bush). Y perdieron cuando era negativo o en caída (George Bush -padre- y Donald J. Trump).
La gente no come índices, sino lo que consigue en el almacén, responden los encuestadores. Y hoy, lo que más altera su humor es la INFLACIÓN, así, con mayúsculas. Por cierto, el costo de vida se mantiene en un 3,5 por ciento anual, relativamente bajo desde los picos de la pandemia.
Pero la media de precios se mantiene en un brutal 18 por ciento –brutal para los estándares estadounidenses–. Es un nivel que supera los registros del momento en el que Biden llegó a la Casa Blanca, y los aumentos de salarios no logran compensar esa pérdida.
Los estadounidenses gastan el 11 por ciento de sus ingresos en alimentos, el nivel más alto en tres décadas, y su memoria histórica de consumidores se ha dañado: les cuesta por qué pasaron 30 años pagando un mismo desodorante 4 dólares y ahora les cuesta 8 dólares. Y así con muchos productos básicos y cotidianos.
El presidente Biden confía en que ese humor de los consumidores experimenta una leve alza desde el comienzo de la campaña, al nivel más alto en tres años. Le pasó lo mismo a Obama en 2012 (era bajo, pero en subida).
Probablemente, por ello Biden puso a la economía en el corazón de su último “Discurso sobre el Estado de la Unión” ante el Congreso, para defender un modelo de generación de la riqueza “del centro social hacia afuera” y “de abajo hacia arriba”, en contraste con otro de reducción de impuestos a los ricos para que la “derramen”.
Acaso si la economía deja de preocupar tanto a los votantes, en particular a los suyos, Biden podrá llevar a Trump a dirimir la elección en otros campos de debate, donde logre sacar una mínima ventaja en la competencia, aún al costo de volver a recorrer la grieta que divide hoy las “dos almas” de Estados Unidos.
Por Jorge Argüello – ex Embajador argentino en Estados Unidos