Hace una década tuve el honor de representar a la Argentina en la presidencia del Grupo de los 77 (G77) + China. En aquel momento ya era evidente que la arquitectura de instituciones multilaterales forjada en la posguerra estaba siendo aceleradamente sobrepasada por los desafíos de un mundo del nuevo siglo muchísimo más complejo.
A modo de ejemplo, en ese 2012, nos planteábamos desde los países en desarrollo la necesidad de abordar a fondo temas como la migración, la desertificación, la inseguridad alimentaria o la erradicación de la pobreza en todas las instancias multilaterales aptas para encontrar consensos y proveer soluciones.
Desde entonces, el planeta ha visto agudizarse aquellos problemas globales que sólo admiten respuestas también globales y coordinadas, en especial después de una pandemia que tuvo en vilo al planeta y dejó impactos duraderos y estructurales en términos sanitarios, pero también económicos y sociales.
La pandemia evidenció la necesidad de una cooperación que exceda las instituciones multilaterales tradicionales, necesarias pero burocráticas y lentas. Su gran impacto económico y social -sumado al de la guerra en Ucrania- reavivó, entonces, tensiones geopolíticas que nos retrotraen a la Guerra Fría.
La fragmentación económica y la reestructuración de las cadenas de suministro que habíamos conocido desde los años 90 permiten especular, incluso, con un proceso de des-globalización, que se recorta además sobre un mundo multipolar en el que las principales potencias -desarrolladas o emergentes- disputan hegemonía política, militar, tecnológica, comercial y monetaria sin lograr imponerse unas sobre otras.
La dificultad para avanzar en el Grupo de los 20 (G20), un foro multilateral alternativo a las instituciones nacidas en Bretton Woods (1944) que se destacó por su capacidad de respuesta global coordinada frente a la crisis de 2008, es una evidencia más de la crisis que atravesamos.
En ese escenario, el G77 + China, surgido de la necesidad de expresar la voz y los intereses de lo que hoy conocemos como el Sur Global, se reúne estos días en Cuba para canalizar ante la comunidad internacional las preocupaciones de la mayoría de la población mundial que representan estos 132 países que conforman al grupo hoy.
La presencia del secretario general de la ONU, Antonio Guterres, en la cumbre de La Habana confirma la relevancia multilateral que adquiere este grupo de países cuando las disputas geopolíticas se intensifican y bloquean las respuestas globales necesarias a aquellos problemas que planteábamos ya hace una década, más otros nuevos como el avance de la Inteligencia Artificial (IA).
En Cuba, el grupo abordará los “Retos actuales del desarrollo: Papel de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación”, un aspecto de la realidad global en el que la desigualdad creciente entre desarrollados y no desarrollados amenaza con dificultar todavía más el cierre de las brechas que inspiraron la creación del G77 + China, en 1964.
En esta época, signada por la falta de acuerdos que activen soluciones globales, el G77+China puede erigirse como una posibilidad renovada de devolver al primer plano la necesidad de soluciones prácticas y justas que los juegos geopolíticos de los actores principales no terminan de alcanzar y postergan.
Por Jorge Argüello, Embajador de la Argentina, Sherpa argentino en el G20