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Jorge Argüello: “Nunca antes la expresión ‘guerra civil’ estuvo tan en boca de la ciudadanía estadounidense”

¿Qué margen tiene nuestro país para beneficiarse de un alineamiento con Washington? ¿Cuáles son las tensiones económicas que podrían definir el futuro del dólar? ¿Es real la amenaza de una nueva guerra civil en Estados Unidos?

“La primera semana de la administración de Trump parece la de una parte del país gobernando ruidosamente contra otra”, dice Jorge Argüello en este mano a mano con El Economista.

Diplomático de carrera, abogado por la UBA y con un máster en Administración y Políticas Públicas por la Universidad de San Andrés, Argüello ha sido testigo privilegiado de la política internacional de las últimas décadas y ha ocupado roles clave en la representación de la Argentina ante el mundo. Fue embajador en Portugal y Cabo Verde, representante permanente en la ONU y, en dos ocasiones, embajador en los Estados Unidos. Además, en 2011 presidió el Grupo de los 77 y China y, entre 2019 y 2023, fue el sherpa argentino en el G20. Desde la Fundación Embajada Abierta, espacio que dirige, impulsa el análisis y el debate sobre política internacional, globalización y economía.

Su mirada sobre Estados Unidos combina la agudeza perceptiva del político con la cautela expresiva del diplomático. En su libro Las dos almas de Estados Unidos, traza un recorrido minucioso por la historia reciente del país y expone cómo la polarización creciente ha llevado a una fractura social que, según advierte, podría poner en jaque su institucionalidad.

El libro está narrado con una claridad notable y ofrece datos clave para entender el declive de la clase media y la crisis del modelo de desarrollo estadounidense. Su análisis sobre la caída del acuerdo de Bretton Woods en 1971 y sus consecuencias en la desigualdad es especialmente revelador. Como dice Andrés Malamud en el prólogo, Argüello “ve lo que pocos ven y lo narra con inteligencia, matices y una precisión notable”.

En esta entrevista, Argüello analiza el impacto de la diplomacia transaccional de Trump, el futuro de la relación con China, la “guerra de los chips” y el rol de Argentina en un mundo marcado por la policrisis y la competencia entre grandes potencias. ¿Qué margen tiene nuestro país para beneficiarse de un alineamiento con Washington? ¿Cuáles son las tensiones económicas que podrían definir el futuro del dólar? ¿Es real la amenaza de una nueva guerra civil en Estados Unidos?

—En tu libro “Las dos almas de Estados Unidos” destacás la polarización creciente en el país y cómo Trump logró consolidar un liderazgo indiscutido dentro del Partido Republicano. Ahora, con su regreso a la Casa Blanca, ¿ves posible que acepte una eventual derrota en 2028 o el riesgo institucional sigue latente?

—Que la fractura social que divide a Estados Unidos en dos seguiría expuesta después de las elecciones estaba claro por la raíz histórica y profunda de semejante división. La primera semana de administración parece la de una parte del país gobernando ruidosamente contra otra. La prensa se llena en estos días de análisis sobre la eventual ruptura del orden constitucional o el ingreso en una democracia condicionada, incluso una autocracia. El 2028 queda lejos. Las elecciones de medio término de 2026 serán un test que Trump no podrá evitar —de hecho, a sus candidatos les fue mal en las de 2022 antes de lanzarse a la reelección—. Todo dependerá, no tanto de hasta dónde empujen las líneas de la institucionalidad Trump y el movimiento radicalizado que tomó el control del Partido Republicano, sino de cómo respondan la oposición y la sociedad civil desde las reservas democráticas que el país aún tiene.

En su libro Las dos almas de Estados Unidos, traza un recorrido minucioso por la historia reciente del país y expone cómo la polarización creciente ha llevado a una fractura social que, según advierte, podría poner en jaque su institucionalidad.
En su libro Las dos almas de Estados Unidos, traza un recorrido minucioso por la historia reciente del país y expone cómo la polarización creciente ha llevado a una fractura social que, según advierte, podría poner en jaque su institucionalidad.

—Trump asumió con un gabinete que incluyó figuras de peso, como Marco Rubio en el Departamento de Estado y Elon Musk con un rol asesor. Asimismo, el secretario del Tesoro, Scott Bessent, está destinado a ser un aliado de la gestión de Milei. Bessent asistió a la sesión en la que el Senado norteamericano aprobó su designación acompañado de su esposo, John Freeman, y de Cole, uno de los dos hijos de ambos, un gesto que podría contrastar con la retórica de Milei en Davos. ¿Qué impacto creés que tendrán estas incorporaciones en la política exterior y en la relación con América Latina?

—Dejame empezar por el caso de Bessent. Su orientación sexual nos dice que, pese a todo, los objetivos de la derecha radicalizada de Estados Unidos, como la del resto del mundo (la líder del partido neonazi alemán es lesbiana), han construido otros enemigos: básicamente, la inmigración. En el caso de Trump, desde un nacionalismo económico proteccionista que golpeará todavía más las relaciones económicas con la región. Es difícil entender por qué, como parte del seguidismo personal que hace el presidente Javier Milei de Trump, se planea un acuerdo de libre comercio a riesgo de romper con el Mercosur, destino clave de nuestras exportaciones. La exposición en Davos luce como una obsesión personal, difícil de explicar, vista la reacción social que provocó.

Más importante es seguir los pasos de Rubio al frente del Departamento de Estado, donde la diplomacia transaccional trumpista ya tuvo un logro: consiguió que Panamá se salga de la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China a partir de 2026, ante la amenaza directa de una toma del Canal de Panamá por la fuerza. Para Argentina, si abrimos el zoom, las cosas seguirán como antes: seguimos siendo parte de una región que, salvo por la rivalidad con China o el asunto central de la inmigración, ocupa un segundo plano en la agenda global de Estados Unidos como potencia, aunque se hagan gestos exagerados hacia Washington o se establezcan relaciones personalizadas.

—Durante la campaña, Trump sostuvo un discurso aislacionista, pero ahora su agenda es mucho más intervencionista: se metió con Groenlandia, el canal de Panamá y Gaza. ¿Es solo pragmatismo o hay un giro en su concepción de Estados Unidos en el mundo?

—Trump desplegó en su primera administración —y la está volviendo a ejercer ahora— una diplomacia transaccional, en la que la secuencia se repite: amenaza, golpe y negociación. Los resultados han sido muy desparejos, más allá del efecto publicitario. Imponer aranceles a México y Canadá, sus principales socios comerciales, y a los dos días pausarlos un mes parece parte de ese juego, que pretende extender a Ucrania, Gaza y hasta Groenlandia. Estados Unidos tiene antecedentes históricos muy ricos de aislacionismo, combinados con intervencionismo, incluso militar. La diferencia hoy es que, claramente, tiene una potencia rival, China, que lo desafía en todos los terrenos con posibilidades de terminar ganándole. La diplomacia de esta segunda administración de Trump debe leerse con ese dato antes que ninguno. Por lo demás, Estados Unidos ha visto en general el mundo más como una amenaza que como una oportunidad, salvo experiencias puntuales como la creación del orden internacional de posguerra —muy debilitado ya—, que ahora parece dispuesto a desmantelar de un golpe.

Trump desplegó en su primera administración —y la está volviendo a ejercer ahora— una diplomacia transaccional, en la que la secuencia se repite: amenaza, golpe y negociación.
Trump desplegó en su primera administración —y la está volviendo a ejercer ahora— una diplomacia transaccional, en la que la secuencia se repite: amenaza, golpe y negociación.

—Al analizar la política exterior de EE.UU., señalás que la relación con China es el eje estructurante. Ahora que Trump volvió al poder, ¿esperás una nueva escalada en la guerra comercial o creés que buscará algún tipo de acuerdo con Beijing?

—El primer indicio que ha dado Trump ha sido el de una escalada en la disputa comercial —enmarcada en otra mayor, económico-tecnológica— que Estados Unidos mantiene con China. Por eso aceptó pausar los nuevos aranceles con Canadá y México, pero todavía no con China, desde donde, por cierto, su par Xi Jinping expresó poco interés en dialogar y, en cambio, respondió con restricciones comerciales recíprocas. Dicho esto, las dos potencias siguen lo suficientemente conectadas e interdependientes en muchos aspectos como para ensayar un desacople brusco y total, que sería fatal para ambas. Washington y Beijing definen el vínculo bilateral más importante del mundo.

Trump no hace más que continuar una estrategia general que inició Obama, él mismo continuó, mantuvo Joe Biden y ahora, con otros modos, seguirá desplegándose, aunque historiadores como John Mearsheimer creen que, a la larga, será estéril para frenar el sorpasso chino. Por ahora, hay que poner la mirada en la “guerra de los chips”, donde se juega el futuro de la economía global.

—Trump decretó una amnistía para casi todos los condenados por el 6 de enero, a quienes siempre llamó “rehenes del sistema”. ¿Qué implicaciones tiene esto para la democracia y la institucionalidad estadounidense?

—Es difícil saber cuánto profundizarán estos indultos la herida que dejó abierta el asalto al Capitolio en 2021. La mitad de la sociedad los considera un triunfo de la impunidad en una democracia que, a lo largo de su historia, había guardado las formas legales, institucionales y políticas, y que resistió incluso asesinatos de presidentes. La otra mitad los considera casi héroes. No hay que olvidar que muchos legisladores de la actual mayoría republicana nunca reconocieron con su voto el triunfo de Biden. Pero una cosa es salvar a un dirigente y otra es dejar tan mal parado a un sistema judicial que investigó, acusó y condenó a los asaltantes. Tal vez haya que asociarlo con la condición del propio Trump, el primer presidente que asume condenado en la historia estadounidense.

"Los indultos profundizan la herida del asalto al Capitolio y dejan mal parado al sistema judicial", advierte Jorge Argüello.
“Los indultos profundizan la herida del asalto al Capitolio y dejan mal parado al sistema judicial”, advierte Jorge Argüello.

—Planteás en el libro la pregunta: “¿Se dirige Estados Unidos hacia una guerra civil?”. Con la radicalización política y el regreso de Trump, ¿seguís viendo ese escenario como una posibilidad real?

—Nunca antes, ni siquiera en los años setenta, la expresión “guerra civil” estuvo tan en boca de la ciudadanía y de los más agudos analistas de la realidad política y social estadounidense. Por ahora, la grieta que creó esas “dos almas de Estados Unidos” que describo en el libro no ha hecho más que profundizarse. El país tiene una experiencia muy lejana de guerra civil, la de sus comienzos, y la historia no se repite tan fácilmente. Pero los primeros pasos de Trump solo consiguieron aumentar la preocupación en ese sentido.

—En las últimas elecciones, los republicanos lograron un apoyo histórico entre votantes latinos. ¿Por qué creés que los demócratas han perdido terreno en este sector clave?

—La economía ha jugado un papel clave en ese deslizamiento del voto latino, que incluye básicamente a un sector de la inmigración muy establecido hace mucho tiempo, incorporado plenamente al sistema y que ha reaccionado, como el resto de los estadounidenses —en especial los más jóvenes, con sus problemas de vivienda y empleos de calidad—, a la crisis que siguió a la pandemia. La administración Biden dejó una realidad económica muy recuperada, pero no bastó para votantes que se limitaron a compararla con la prepandemia de la primera gestión de Trump.

—En tu libro destacás que, a pesar del crecimiento económico bajo Biden, la percepción popular fue negativa. Explicás cómo su administración construyó la antinomia entre Bidenomics y Maganomics: “Nosotros, más impuestos a los ricos, mayor protección sanitaria y social y 13 millones de nuevos empleos. Ellos, rebajas de impuestos a las corporaciones, recortes de toda la red social y aumento de costos y cargas para la clase media”. ¿Podría la política económica de Trump generar un aumento significativo en los salarios?

—Por ahora, las únicas previsiones casi unánimes sobre empleo, salarios y precios están vinculadas con la suba de aranceles a productos importados, y todas son negativas: generarían más inflación y recortarían el PBI, con consecuencias laborales y de ingresos para los trabajadores estadounidenses. Eso le supone a Trump un desafío complicado, porque su discurso económico —si bien en campaña prometió una reducción de impuestos a los más ricos y la suba de aranceles, además de un fuerte impulso a la actividad petrolera— estuvo dirigido a los trabajadores que antes preferían a los demócratas, y ellos serán los primeros en evaluarlo.

—Escribís en Las dos almas de Estados Unidos: “La amenaza más grave para el dominio del dólar podría no venir del exterior, sino del interior”. Con la crisis política y el aumento del proteccionismo, ¿podría tambalear el rol del dólar como moneda hegemónica?

—Ni siquiera los intentos del grupo de los BRICS ampliado de reducir la presencia del dólar en sus intercambios intrabloque hacen pensar que la divisa estadounidense pierda su largo reinado como moneda de reserva y de pago. Efectivamente, los problemas para el dólar provienen, más que de la competencia con otras monedas, del constante aumento de la deuda, del déficit comercial que Trump pretende reducir imponiendo aranceles a sus competidores y socios, y finalmente del salto impredecible de productividad que propone la irrupción de la inteligencia artificial en su propia economía.

—Citando a Nouriel Roubini en tu libro, mencionás que el proteccionismo es una constante en la política estadounidense. ¿Se podría decir que el rechazo a China y la defensa de la industria local, su nacionalismo económico, son los únicos puntos de consenso entre republicanos y demócratas?

—No el único consenso, pero sí el más evidente. Y la explicación, como resulta obvio, es China y su desafío como potencia emergente en lo que los historiadores identifican con la Trampa de Tucídides, cuando estos recambios históricos comienzan a desenvolverse. En ese sentido, demócratas y republicanos, más o menos nacionalistas, más o menos proteccionistas, más o menos populistas, tienen que coincidir, incluso para protegerse frente a sus propios electorados.

—En la primera mitad de 2023, México desplazó a China como el principal socio comercial de EE.UU. Con la tendencia al nearshoring y al friendshoring, ¿podría México convertirse en el gran proveedor industrial de EE.UU. y reemplazar a China en el largo plazo? ¿Veremos a México florecer, con niveles de vida como los de un país desarrollado, en un breve tiempo?

—Es difícil de prever. Si retrocedemos unos años, vemos un mundo marchando con alegría hacia una globalización cada vez más acentuada, hasta que llegó la pandemia y, más allá de la competencia entre naciones, puso todo patas para arriba y obligó a repensar los riesgos y vulnerabilidades de las cadenas de suministro. Lo más obvio es pensar que México tiene todas las fichas del nearshoring para salir beneficiado, pero su relación con el complejo proceso de tráfico de drogas, en especial el opioide fentanilo, pone en riesgo esa condición y hasta le merece sanciones. A priori, parece que, a mediano plazo, México seguirá sacando ventajas de esa vecindad, pero el mundo entró en una fase de “policrisis” y de liderazgos ausentes, un mundo G-Cero, que hace difícil proyectar a largo plazo.

"México tiene todas las fichas del nearshoring para salir beneficiado, pero su relación con el tráfico de drogas, en especial el fentanilo, pone en riesgo esa condición y hasta le merece sanciones", advierte Jorge Argüello.
“México tiene todas las fichas del nearshoring para salir beneficiado, pero su relación con el tráfico de drogas, en especial el fentanilo, pone en riesgo esa condición y hasta le merece sanciones”, advierte Jorge Argüello.

—En la página 267 explicás que América Latina sigue mostrando “más señales de competencia que de complementariedad” con la economía de Estados Unidos, a pesar de los intentos de integración. En este contexto, ¿puede esta falta de complementariedad afectar a Argentina en un momento en el que Milei busca un alineamiento tan cercano con Trump? ¿Qué margen real tiene Argentina para beneficiarse económicamente de esta relación?

—Esa condición de competencia y baja complementariedad ha alimentado tensiones y fricciones entre los países, que además exhiben un desbalance de poder demasiado importante como para no tenerlo en cuenta en cualquier análisis. Una cosa es postular una idea y otra llevarla a cabo desde los gobiernos. Lo que es seguro es que cualquier alineamiento automático, “relación carnal” o seguidismo personalizado a nivel de líderes termina siendo un approach reduccionista de unas relaciones en las que, como parte más débil, debemos mantenernos dispuestos, pero conscientes de que nada nos será regalado, ni siquiera cuando seamos escenario de la disputa con China, como ha ocurrido con una base científica en la Patagonia.

—En esta nota mencionás que el sistema de checks and balances sigue funcionando pese a la creciente concentración de poder en el Ejecutivo. Con Trump nuevamente en la Casa Blanca, ¿creés que los gobernadores demócratas de estados clave pueden convertirse en el principal contrapeso a sus políticas?

—Si bien el sistema de control cruzado entre los poderes de ese país puede debilitarse por la intensidad y acumulación de poder actual, en la que el gobierno del presidente Trump exhibe una mayoría propia en cada una de las cámaras del Congreso y, en líneas generales, cuenta con una marcada mayoría entre los miembros de la Corte Suprema de Justicia, lo cierto es que el sistema democrático estadounidense está sometido a una nueva serie de presiones y circunstancias extraordinarias, lo que constituye una verdadera “prueba de estrés” para su institucionalidad.

Jorge Argüello fue embajador en Portugal y Cabo Verde, representante permanente en la ONU y, en dos ocasiones, embajador en los Estados Unidos. Además, en 2011 presidió el Grupo de los 77 y China y, entre 2019 y 2023, fue el sherpa argentino en el G20. Desde la Fundación Embajada Abierta, espacio que dirige, impulsa el análisis y el debate sobre política internacional, globalización y economía.
Jorge Argüello fue embajador en Portugal y Cabo Verde, representante permanente en la ONU y, en dos ocasiones, embajador en los Estados Unidos. Además, en 2011 presidió el Grupo de los 77 y China y, entre 2019 y 2023, fue el sherpa argentino en el G20. Desde la Fundación Embajada Abierta, espacio que dirige, impulsa el análisis y el debate sobre política internacional, globalización y economía.

Por Ramiro Gamboa.