El mundo experimenta profundas transformaciones que implican nuevas oportunidades para el desarrollo de la Argentina, pero también presentan riesgos que deben minimizarse. Existen cuatro tendencias que se profundizarán hasta 2030: una globalización renuente, el regreso de la seguridad a la economía, los nuevos recursos estratégicos y el creciente rol de las megacorporaciones.
La pandemia y el conflicto armado en Ucrania llevaron a distintos intelectuales a preguntarse si estos eventos representaban el final de la globalización tal como la concebimos desde la caída del Muro de Berlín. Lo cierto es que eso no sucedió. Los flujos de comercio, de capital y de información siguen en aumento. Incluso los desplazamientos de personas y las migraciones, que la pandemia frenó por un momento, recuperaron velocidad.
Sin embargo, el mundo parece avanzar hacia una nueva etapa de la globalización donde la economía mundial se reorienta hacia lo regional. En lugar de las complejas cadenas globales de valor, la tendencia ahora es hacia la desmundialización de la economía internacional. Eso significa que la producción y el comercio comenzaron a reorganizarse en cada región: las tres más importantes son la Fábrica Asiática, la Fábrica Europea y la Fábrica de América del Norte.
Como advierte el Foro Económico Mundial, la distancia promedio del flujo de comercio exterior entre países viene cayendo en los últimos cinco años, alcanzando los niveles más bajos desde la crisis de 2008. Al mismo tiempo, crece el peso del comercio entre países vecinos, hasta el 18% del total, en lugar de la media del 9% al 10% de las últimas décadas. La regionalización implica que la actual globalización está menos concentrada en los países del G7. De esta forma, el capital y el consumo del sur global tendrán más peso, con empresas, finanzas y prácticas económicas que vienen de otras latitudes.
Una de las causas que explican esta nueva etapa de la globalización es el regreso de la seguridad a la agenda económica: seguridad de provisión de insumos críticos, seguridad de suministro de bienes estratégicos y seguridad de mercados de consumidores. En la jerga de los organismos internacionales se la conoce como la “fragmentación geoeconómica”, ya que por el aumento de las tensiones y la incertidumbre se redibuja el mapa del flujo de producción, comercio y financiamiento.
Cuando la incertidumbre es alta, vamos a lo seguro. Por eso las principales economías pasaron de las deslocalizaciones, de las fábricas al otro lado del mundo, al near-shoring (las traemos cerca, a casa) o por lo menos el friend-shoring (a nuestros amigos). Para decirlo de otro modo, estamos pasando del just in time al just in case. De una economía mundial que privilegiaba los tiempos cortos (junto con la eficiencia y los salarios bajos) a otra mucho más cautelosa.
La ola de nacionalismos de los últimos años en el norte global tradujo políticamente esta tendencia económica de desglobalización. Al mismo tiempo, hay un reflujo del herramental de política económica, en particular de los instrumentos de política comercial restrictiva.
Esta situación abre nuevas ventanas de oportunidad para la Argentina y para la región. El desafío es dar mayor impulso a la cooperación económica entre países vecinos, apoyándonos en el mercado regional ampliado que, junto con las normativas y regulaciones necesarias, puede permitir una escala tal que sea atractiva para inversiones privadas que, aprovechando las capacidades científicas e industriales, puedan impulsar el desarrollo.
Pero además, hay un escenario de fuerte puja por los recursos primarios que mejora la posición estratégica de nuestros países a la hora de establecer reglas de juego. Vemos una competencia por asegurar la provisión de insumos críticos, el uso de los estándares de comercio como una herramienta de doble filo para el proteccionismo e incluso el acopio o límites a la exportación de ciertos bienes.
Una serie de conceptos asociados a esta nueva realidad se escuchan cada vez con más frecuencia y están para quedarse, tales como dependencia energética, reservas estratégicas, importaciones resilientes, acuerdos de cadenas de suministro, y un largo etcétera.
Desde 2011 en adelante, decenas de países han elaborado y actualizan periódicamente listados de recursos críticos para el funcionamiento de sus economías. Recursos por los que la seguridad y la hacienda de un país unen esfuerzos para asegurar su explotación eficiente o su provisión continua, rentable y segura.
En el caso de los recursos mineros, por ejemplo, se espera que la demanda de cobre a nivel global se incremente un 50% para 2040, mientras que en el caso del litio, el avance anual en la demanda sería del orden del 21% hasta 2030. En ambos segmentos la Argentina cuenta con abundantes reservas y experiencia empresarial y científica para avanzar hacia un escenario donde el país no solo exporte sino que participe de los distintos eslabones de la cadena de agregado de valor.
Finalmente, conviene detenernos en las megacorporaciones asociadas a esta etapa del capitalismo que estamos atravesando y las implicancias para la política internacional y nuestras políticas exteriores.
En 2017 Dinamarca se convirtió en el primer país en designar un representante diplomático no frente a otro Estado, sino ante las grandes tecnológicas de Silicon Valley; el nacimiento de la tec-plomacia. En el año 2012, 126 países acordaron un impuesto mínimo global a las ganancias de las megacorporaciones con el objetivo de frenar la carrera a la baja en la recaudación.
Hace pocos meses comenzó su implementación y la OCDE ya realiza un seguimiento con índices al respecto. La idea es que la transnacionalidad inherente a la operatoria de estas empresas no invalide la posibilidad de que los países les cobren los impuestos correspondientes y que el peso de esas empresas no los fuerce a rebajas en las alícuotas que solamente erosionan los ingresos tributarios sin ningún tipo de contrapartida. Evidentemente, el rol del sector privado transnacional es crítico en la estabilidad de la economía y la política internacional.
Como planteó el analista Dani Rodrik, una hiperglobalización sin contrapesos gubernamentales no solamente sería perjudicial para el progreso económico a largo plazo, sino que traería graves efectos nocivos sobre la estabilidad democrática y el bienestar social en todos los continentes a raíz del impacto en la creciente desigualdad. Actualmente, el 50% del mundo tiene apenas el 2% de la riqueza y recibe el 8,5% de los ingresos.
Todas estas tendencias tienen implicancias concretas no solo para el diseño de las políticas económicas que permitan al país aprovechar los desafíos que presenta el nuevo escenario global sino también para la política exterior. Un mundo que económicamente es más conflictivo requiere profundizar la articulación de las distintas áreas del Estado y fortalecer las herramientas del cuerpo diplomático para poder desempeñar un rol protagónico en las discusiones sobre nuestro modelo de desarrollo.
Trazar una hoja de ruta hacia el desarrollo con equidad e inclusión sin tener en cuenta este frente externo sería tan infructuoso como una diplomacia tal vez ágil para adaptarse a los cambios pero que no tenga como principios rectores los lineamientos de nuestra estrategia productiva.
Por Jorge Argüello-Embajador de la Argentina en los Estados Unidos. Sherpa argentino en el G20.